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Portrait of a Dancer as Velvet

Hay en las artes escénicas un factor decisivo de exhibición. En él radican las grandezas y las miserias de quien se exhibe y de lo exhibido.

El escenario es como una lente de aumento que puede amplificar cualquier detalle. Es como una lupa que concentra los rayos del sol y puede generar combustión.

El escenario nos desnuda.

Para salir a escena hace falta valentía, mucho trabajo, honestidad.

De quien sale a escena se suele esperar mucho. Una bailarina o una actriz, cualquier persona o dispositivo escénico que actúe, se convierte en un foco de atención y en una expectativa.

Una de las cosas más difíciles en la vida y en las artes vivas es mostrar o no ocultar nuestra vulnerabilidad. Nadie quiere fracasar. Todas queremos el éxito. Y lo asociamos al poder, a la fuerza, a la infalibilidad, a la salud. Si no tenemos estas cualidades en el momento determinante, entonces nos las imponemos. Y ahí nace la impostura y el fingimiento. Eso que tradicionalmente se suele vincular con el teatro: el arte del fingimiento.

Pero hay aquí muchos claroscuros, paradojas y contradicciones, porque, en el fondo, el teatro que nos interpela, la danza que nos atrapa y nos hace vibrar, se nos presentan como la más auténtica verdad.

El 27 de mayo de 2022, Joana von Mayer Trindade y Hugo Calhim Cristóvão, de la Asociación Nuisis Zobop, estrenaron Portrait of a Dancer as Velvet, en el Rivoli del Teatro Municipal do Porto, TMP, (Portugal). Coproducción con el TMP y el Teatro Académico Gil Vicente, TAGV, de Coimbra.

Portrait of a Dancer as Velvet es un retrato dancístico que, de alguna manera difícil de justificar, me recuerda, supongo que por asociación, a The Picture of Dorian Gray de Oscar Wilde.

Una prodigiosa Sara Gil Agostinho, envuelta en luces fuera de lo común, parece realizar lo más difícil y bello del ballet, para no bailar ballet. Como si todo ese virtuoso repertorio de pasos no fuese más que el halo mágico de un exorcismo. Como si toda la parafernalia ballética no fuese más que un traje de luces que, al mismo tiempo, deja entrever al ser desconocido y único, a la persona humana, cuyo triunfante sudor hace palmaria la debilidad que puede haber o acechar tras la grandeza.

El diseño de luz de Pedro Navais, el linóleo blanco del suelo y la semi columna poliédrica de espejos, que está situada en el fondo a la izquierda, generan, en muchos momentos, una especie de sobre-exposición de la bailarina. Como si la luz quisiese entrar hasta los últimos pliegues de la piel.

También la coreografía enlaza poses y filigranas, por veces semejantes a las ninfas art decó, que, tanto en los desplazamientos en la diagonal, como frontalmente, resultan muy expositivas. Si a esto le sumamos la intensa fisicalidad, que caracteriza las creaciones de Joana y Hugo, y la hora ininterrumpida de movimiento de Sara, entonces podemos hacernos una idea de ese contraste entre el traje de luces divino de los pasos de ballet, su vuelo, su fluidez, su plasticidad, y la carnalidad, la piel, la persona, el sudor.

A veces, las caras de los espejos de la columna, reflejan y, al mismo tiempo, seccionan la imagen del cuerpo. Tenemos la belleza escultural aparentemente completa, viva y reverberante, y, simultáneamente, alguno de sus fragmentos, como si se rompiera y se escindiese. Esos reflejos nos revelan que la completitud no es más que un espejismo. Lo completo de la belleza clásica no es más que un efecto suavizador, como el terciopelo, para aminorar nuestras ansiedades y soledades. Ansiedad por ser seres completos, felices, sanos, plenos. Soledad que pugna por la unidad, la unión con alguien más que nos complete, que nos complemente. La unidad, otra condición de la belleza clásica, aquí puesta en cuestión por la coreografía y por la propia geometría de triángulos irregulares trazados en el linóleo blanco. Perfiles cortantes y enigmáticos. 

El maillot sin mangas, como una espiga de finas franjas doradas, marrones, negras y azul celeste, con un círculo solar en el pecho, y una textura de plástico, muñequiza a la bailarina. La mantiene en el retrato sociológico, en el personaje tipo, de la bailarina. Pero, al mismo tiempo, también parece la capsula de una crisálida. Una envoltura temporal para liberarse y liberarnos de las miserias cotidianas. Ese estado intermedio que promete la mariposa fascinante. Un maillot que parece el envoltorio de plástico de un caramelo, el papel de regalo. Un traje que suena en las contorsiones y flexiones de la bailarina y que no se corrompe ni mancha con la humedad del sudor. Un traje impertérrito, artificial.

Joana, Hugo y Sara consiguen llevar a un lugar único y fascinante la geometría de los pasos de ballet clásico, sin hacer neoclásico. También resulta muy peculiar la manera que tienen de neutralizar lo expresivo, lo teatral, utilizando, en algunos momentos, algún gesto o movimiento facial o de los ojos, pero sin transitar por la expresión de emociones reconocibles. De esta forma, no hay tampoco narrativa clásica, pero si ritual y ceremonia que nos encanta.

Portrait of a Dancer as Velvet confirma una poética muy propia de Joana von Mayer Trindade y Hugo Calhim Cristóvão, en la onda de Dos Suicidados – O Vício de Humilhar a Imortalidade (Festival GUIdance 2019) y Fecundação e Alívio neste Chão Irredutível onde com Gozo me Insurjo (Festival GUIdance 2021), que son las anteriores piezas que yo he podido ver. Una poética caracterizada por la alta intensidad física en el movimiento y la apertura de muchas evocaciones mistéricas, sin detenerse en expresiones o significados innecesarios.

Las dos piezas anteriores eran dúos. Esta última es un solo, pero en él el cifrado abstracto de la danza trasciende lo individual y parece contener lo universal. El retrato de la bailarina no es el retrato de esta bailarina, de Sara Gil Agostinho, va más allá.

La sonorización de las exhalaciones respiratorias, también presente en las otras piezas, semeja, aquí, la música con la que el espíritu exhala las afecciones que nos encarcelan en la prisión del ego y nos alejan de la luz del arte, hacia esa otra luz engañadora del exhibicionismo y el narcisismo.

Además, Portrait of a Dancer as Velvet es un poema jeroglífico dancístico, en esa suma de movimiento, diseños geométricos del suelo, columna poliédrica de espejos, irradiación sobrenatural de la luz, música febril de piano y silencio final. Un poema que, no obstante, nos deja la libertad de la contemplación, sin el secuestro que producía la irreductibilidad de su pieza anterior (Fecundação e Alívio…).

La contemplación de este Portrait of a Dancer as Velvet pide paz y salud, desde una emoción estética poblada de misterios y fascinación.

P.S. – Otros artículos relacionados:

“El gozo irreductible de la danza, según Joana von Mayer Trindade y Hugo Calhim Cristovão”. Publicado el 16 de mayo de 2021.

“Cuestión de confianza. IX GUIdance 19. Victor Hugo Pontes. Maurícia Neves. Miguel Moreira. Jonas & Lander. Joana Von Mayer Trindade & Hugo Calhim Cristovão”. Publicado el 25 de febrero de 2019.


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