Gurús en las aulas
Mircea Eliade en su libro sobre el yoga parece asociar maestro con “gurú”. La India y, en general, la cultura oriental, pese a la globalización, se mueve en unos parámetros diferentes a occidente. Sin entrar en juicios ni comparaciones, en nuestra sociedad “gurú” no concita significados muy atrayentes ni democráticos. Hasta podría haber un terreno difuso entre el “gurú”, normalmente hombre, en una sociedad tradicionalmente cisheteropatriarcal, y el líder de una secta.
Curiosamente, en el teatro occidental, algunos de los más destacados reformadores fueron hombres, influenciados por el halo oriental, y acabaron por aglutinar a su alrededor comitivas de seguidoras y seguidores. También es cierto que entre las personas con vocación teatral puede haber una necesidad, sobre todo en el comienzo, de encontrar guías, referentes.
Esos maestros, sobre todo aquellos que originaron métodos de entrenamiento y de creación, en cualquiera de los ámbitos de las artes escénicas, mimo, técnica vocal, interpretación, teatro físico etc., solían y suelen alimentar la admiración de sus discípulas y discípulos en eso que ellos controlan y los seguidores no. También acostumbran a aprovecharse de esa aura que, por lo general, le otorgamos a las artes, como algo extraordinario, algo especial, un lujo al que solo se pueden dedicar unos cuantos escogidos. Estas características, por decirlo de algún modo, metafísicas, acaban, en algunos casos, por considerarse como prerrogativas. Aquel director de teatro, aquel maestro “gurú”, que se cree un ser superior o que alimenta esa imagen deifica, acaba por no respetar lo más básico: la autonomía y la libertade personal. Se erigen en autoridad indiscutible y no aceptan ningún tipo de disidencia.
En una escuela pública, también en una academia privada, en pleno siglo XXI, deberíamos, pienso, desconfiar de esos iluminados, de esos profesores que, aprovechándose de su puesto, intentan manipular y apoderarse de la voluntad y del pensamiento del alumnado.
Por lo general, en lo que he observado, se trata de personas que no acaban de conseguir el éxito que persiguen en la profesión, como actores, directores etc., y entonces intentan reinar en las aulas. Seguramente piensan que la profesión no está a la altura de sus capacidades y de su talento (manía persecutoria, creo que se llama esto). Puede ser, incluso, que realmente sientan que su método, sus conocimientos, sus capacidades, y su talento, son tan especiales y sublimes que es lógico que el sistema teatral, miserable, no les valore. Además, para eso siempre van a encontrar algún ejemplo al que acogerse, de genios de la historia de las artes que no fueron apreciados en vida, aunque, después, la posteridad les hizo justicia. Sin embargo, en lo poco que pueden coincidir con esas genialidades históricas y míticas, quizás, es en el desgraciado final al que, también por lógica, acaban abocados.
El alumnado puede ser un colectivo perfecto para alimentar el ego de esos profesores y recabar admiración e incluso sumisión. Porque, por lo general, el alumnado es gente muy joven e inexperta, que puede estar en un momento vital idóneo para apasionarse, para ilusionarse, para adherirse a causas y propuestas fuera de lo común… ¡Ojo! No se me mal-interprete, que el asunto es delicado. No quiero decir que el alumnado sea poco inteligente o no tenga un espíritu crítico, sino que, en general, por cuestiones lógicas y hasta me atrevería a decir que biológicas, va a tener menos experiencia y estar en una posición más vulnerable que el profesorado. Por eso, incluso tratándose de alumnado mayor de edad, como acontece en la ESAD de Galicia, donde yo trabajo, considero que hay que ser muy escrupulosos en la relación y en el rol docente/discente. No acabo de ver justa y equilibrada, por ejemplo, una amistad entre docente y discente, porque para mí la amistad es una relación basada en la igualdad a todos los niveles y el docente va a tener que evaluar etc. Cualquier agravio comparativo, de mayor o menor dimensión, no me parece óptimo para una justa y equilibrada docencia. Que el docente tenga relaciones afectivas y/o sexuales con una alumna, que sea su pareja… creo que genera un agravio comparativo respecto al resto del alumnado. Que esa alumna esté en la compañía o en la empresa del profesor (aunque la empresa esté a nombre de otra persona), también, en mi opinión, genera un agravio comparativo etc.
Me parece a mí que, con nuestros defectos y virtudes, con nuestros errores e imperfecciones, nadie está libre de equivocarse, debemos tender hacia la justicia, la ecuanimidad y fomentar la emancipación del alumnado. Una cosa es intentar que la asignatura que impartes enamore e ilusione al alumnado y otra cosa muy diferente es intentar captar al alumnado, intentar que te adoren a ti, que se enamoren de ti, aprovechando el arte y la asignatura que impartes como trampolín o como excusa.
El perfil de profesor “gurú”, en mi opinión, es peligroso y puede prestarse al abuso. Pienso que el conocimiento se basa en el respeto, la confianza, el esfuerzo, la constancia, el trabajo, el gusto, la escucha y, sobre todo, en la estimulación de una conciencia crítica. Todas las personas ignoramos más de lo que sabemos y, por tanto, non veo ningún motivo para alimentar endiosamientos.