Un cerebro compartido

La luz en escena desde las neurociencias

Pensemos por un momento en el invierno. Puede que no nos demos cuenta, al menos no conscientemente, pero esa falta de horas de luz invernales tiene un efecto en el estado de ánimo. Y no solo ahí, también en la salud mental, y es que los inviernos son más propensos a las depresiones. Esta condición llamada “trastorno afectivo estacional” o “depresión invernal” puede ser inducida sobre el escenario con la ayuda de la narración de luces. En efecto, el diseño de luces es esencial para crear el entorno deseado, uno que afectará directamente tanto al espectador como al intérprete. A nivel fisiológico, la principal vía de procesamiento que se activa con respecto a la luz está relacionado con la visión, cuyo sistema nervioso está enervado hasta la corteza cerebral. Más concretamente las células fotorreceptoras en la retina de la parte posterior del ojo son las que convierten la luz en señal neuronal procesada en el cerebro. También, y recientemente, se ha entendido el funcionamiento de unas células, bautizadas como “de nivel de luz”, que miden los niveles generales de iluminación por estar relacionados con la cantidad de luz ambiental. A esta volveré.

Hace tiempo se demostró que la luz afecta al cerebro, en concreto y por debajo de la corteza cerebral, al hipotálamo, que está involucrado en el establecimiento de los ritmos circadianos que regulan nuestros ciclos de vigilia y sueño y afectan el estado de ánimo. Lo mismo sucede en el diseño de luces de una producción. Pero no solo eso, y llegamos a donde quería, también a la amígdala, y esta es conocida como el “centro emocional”, vaya, que la luz con la que bañamos la escena afecta de manera directa al estado emocional con el que la vivimos. Nada nuevo, puedes pensar lector, intuitivamente lo sabemos, como sabemos tantas otras cosas, pero todo requiere una comprobación desde el plano científico. Investigaciones recientes demuestran que esas células antes presentadas llamadas del nivel de luz, envía sus señales directamente a la amígdala (al menos en ratones, y es de suponer que en humanos actuarán igual) La luz influye en el flujo de sangre que riega el cerebro y el cuerpo. Y se ha comprobado que una luz plena y luminosa hace que el flujo de sangre a la amígdala disminuya en comparación con luces poco intensas o frías. Esa reducción en la actividad de la amígdala podría interpretarse como un mayor bienestar de quien la recibe, porque una de las principales activaciones de la amígdala es la respuesta al miedo.

Todas son rutas de conocimiento potencial que necesitan experimentos abundantes para ser ratificados, pero siempre se empieza por algún punto. La intuición nos dice que una luz fría o tenue nos predispone a una atención más activa, a la vigilancia, mientras que una luz cálida a la atención más pasiva. Es necesario que esto lo sepa quien diseña las luces de un espectáculo y ahora desde la combinación artes escénicas – neurociencias estudiamos cómo este concepto predispone al receptor, más que a la comprensión de lo que experimenta, al cómo experimenta. 

El cuerpo humano tiene dos amígdalas, una situada en cada hemisferio cerebral. Estas son unas estructuras del interior del cerebro perteneciente a una zona conocida como cerebro límbico que está involucrada en las emociones y las motivaciones por lo que saber excitar este conjunto de neuronas y glías del espectador es importante para el creador porque, una vez excitadas, sabremos dónde se dirige su atención y cómo le genera patrones de respuesta emocional. La luz predispone a intérpretes y espectadores, sabiéndolo, juguemos con ella.


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