Críticas de espectáculos

Un ‘Brujo’ inspirado puso a bailar al público

Rafael Álvarez «El Brujo» ha vuelto este año al Festival de Teatro Grecolatino extremeño con una adaptación de su espectáculo: «Los dioses y Dios». Lo ha hecho para clausurar la programación de la extensión del Festival en el Teatro Romano de Medellín. Me acerqué a ver la función conociendo del genial artista las innovaciones que suele hacer de una misma obra en cada representación.
No pretendo hacer una crítica completa del espectáculo, pues ya lo analice el año pasado en estas páginas cuando se estrenó en Mérida y el fondo y la forma poco han variado. El actor, aquí solamente modifica en la interpretación, con su ya clásico espíritu juguetón, algunos hilos argumentales de un prólogo cargado de anécdotas e improvisaciones llenas de guiños cómplices, chistes, guasas desde las que hace un repaso a los errores -donde ha incluido los de este año- de nuestra sociedad materialista actual. No obstante, el prólogo resultó muy inspirado en el divertimento -que duró casi más de una hora- agradando de tal manera al público que El Brujo tuvo que detenerse para decir: ¿prefieren que siga con el prólogo y deje la obra para representarla con un nuevo contrato el año que viene? 
«Los dioses y Dios», es otro de sus monólogos, fraguado a partir de una versión libre del «Anfitrión» de Plauto, representada con éxito en la edición de 1996, donde fue intérprete en varios roles. La obra en forma de comedia de enredos, de juegos de dobles, con los personajes tipo de la comedia latina, trata la historia de dioses clásicos – mostrados por primera y única vez en la obra del griego- que enamoraban a humanos: la de Júpiter que se hace pasar por Anfitrión (general romano) para seducir a la esposa de éste. El Brujo, recupera la imagen de aquella obra dándole un giro con su estilo personal de lenguaje escénico, pero creando otra estructura de tragicomedia y una concepción del juego actoral que no se limita a la ilustración de los efectos cómicos -que ahora son un ensayo esquemático y breve de lo que se representó- sino la propuesta de alcanzar paralelamente una reflexión espiritual profunda sobre las relaciones –su comprensión de las identidades- entre las divinidades y los humanos.
La reflexión, que busca una respuesta a esos errores mundanos actuales, está realizada en el antropomorfismo del mundo clásico griego y del oriente más antiguo, cuyas cuestiones más innovadoras sobre el teatro trágico y el sentido de la vida humana, que si bien se nutre de la tradición homérica tienen su mejor aportación en el conocimiento y la sabiduría espiritual de la cultura clásica hindú que El Brujo introduce influido por la doctrina Vedanta (Rig-Veda).
Siendo en «Los dioses y Dios» más concreto al tratar de evidenciar que los humanos son «inmortales» (dioses fraguados de una pequeña porción de la energía de Dios en sus pasatiempos), toda vez que en el pensamiento clásico el hombre «no es el cuerpo, es el alma», que es lo que a su vez le da «vida al cuerpo y a la naturaleza». Ideas en la función que El Brujo proyecta en el espectador como un ser luminoso, desde la energía que emana del corazón, que representan la esencia del «Bhagavad Gîta», uno de los textos clásicos más profundos y sabios de la humanidad, considerado sagrado para la mayoría de los hindúes (que forma parte de su literatura épica «Majabharata»).
El espectáculo, que dura casi dos horas, es la ceremonia de El Brujo, actor/rapsoda moderno (luciendo un frac blanco) sin más escenografías que un pequeño proscenio, donde se sitúa en un extremo el músico Javier Alejano, que subraya con precisión los matices a chispeantes gestos y refulgentes sentencias metafóricas. Son los únicos elementos escénicos que necesita para justificar la esencia grecolatina y las ideas de cómo se puede transcribir la obra a nuestra realidad de hoy, de su intencionalidad moral y espiritual. Eso sí, todo logrado con la autoridad teatral y calidad expresiva de quien es el mejor histrión español.
El público se lo pasó en grande con tal festín de esplendores cómicos, poéticos, literarios, filosóficos, religiosos. El revulsivo teatral llegó una vez más hasta el intelecto de los espectadores que, esta vez, entre muertos de la risa y fulminados por la catarsis, terminaron bailando y aplaudiendo al son de una música marcada por Alejano y los saludos animados de El Brujo.
Tras la función, tuve la oportunidad de compartir una grata charla con el alcalde Valentín Pozo y, después, con El Brujo. Del primero, que estaba exultante por el éxito de la clausura, supe de su afición al teatro cuando me dijo que -de jovencito- había gozado participado como actor/alumno en mis campañas de teatro educativo por la región. Y me recordó un gracioso episodio teatral que había presenciado en 2014 -y que creía que era parte del montaje-, cuando El Brujo representó en Medellín «Odisea», donde por sorpresa apareció este crítico teatral desde las gradas como un personaje interactivo en la función. Justamente, El Brujo lo había recordado en esta función de los «Los dioses y Dios».
Aquel hecho fue una ocurrencia súbita del actor intentando provocar un debate sobre la crítica, en la que ambos mostramos nuestra capacidad de improvisación y humor. Para mí resultó, en definitiva, un reconocimiento que el actor dedicó al crítico con su ingenio. Además, no conozco en la historia del teatro que un crítico recibiera del público y del actor tan sonoro aplauso como el de aquella noche.

José Manuel Villafaina


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