Críticas de espectáculos

Juegos de ‘azar’ en Barataria

Afirma Voltaire: «Yo, como don Quijote, me invento pasiones sólo para ejercitarme». Una frase ingeniosa, ya lo creo, que no dejó de acompañarme durante la representación de la obra Sancho en Barataria, dirigida por Javier Esteban con Azar Teatro, una compañía de cómicos radicada en Valladolid que lleva más de tres décadas de inagotable labor, apuntalando su repertorio en autores tanto clásicos como contemporáneos.
Que la función que presencié en Urueña ocurriera en una villa medieval amurallada, como si fuera una isla rodeada por los inmensos mares-campos de Castilla y León, con una historia raigal: fue un plus, un disparador de sensaciones. Porque el relato que nos cuenta Azar Teatro se ubica en Barataria, una ínsula utópica, en época de castillos y caballeros. En tal escenario y relación poética, Sancho en Barataria no cuenta el Quijote, sino que parte de algunas de las aventuras que el ingenioso hidalgo y su escudero viven durante su paso por la ínsula, y donde serán víctimas de múltiples bromas, entre ellas, y la que nos ocupa aquí, la de nombrar a Sancho Panza como su nuevo gobernador.
Es evidente que Sancho queda deslumbrado ante tal nombramiento, y, si bien, en principio puede notarse cierta ambición y gozo por haber alcanzado un sueño que le fue prometido tantas veces, lo cierto es que es un hombre llano, leal y con escrúpulos, cualidades contradictorias a quienes, muchas veces, y a día de hoy, gobiernan. Aquí el protagonista es Sancho, don Quijote hace apariciones muy puntuales durante la obra, por ejemplo, al inicio, cuando «sermonea» a su noble y le inspira a que cuando vaya a juzgar no sea con arbitrariedad. Esta lección será decisiva en el no-gobierno de Sancho y lo comprobaremos avanzada la mise en scéne, cuando este tiene que enfrentarse a una serie de pruebas que definirán su capacidad para gobernar, entre ellas, responder a una serie de preguntas y resolver públicamente tres litigios.
En un determinado momento el baúl se convierte en tribuna, desde donde Sancho Panza impartirá justicia. Tres pleitos debe resolver el actual regente, el primero, el de una costurera que acusa a una clienta conflictiva por no querer pagar luego de haberle encargado cinco caperuzas, y terminan riñéndose; el segundo, entre una dama que acusa a un señor que no quiere devolverle los escudos que le prestó y la argucia de Sancho le lleva a resolver el caso y devolverle los escudos a la demandante; y, el tercero, un buen hombre, tratante de ganado, es acusado por una mujer, algo pícara, quien alega que este quiere arrebatarle la honra y pide ser indemnizada, hasta que Sancho se deja llevar por la intuición y desenmascara a la embustera.
En la siguiente frase de don Quijote queda explícito el pensamiento del montaje, como una especie de parábola que Sancho halló: «Son mis leyes, el deshacer entuertos, prodigar el bien y evitar el mal. Huyo de la vida regalada, de la ambición y la hipocresía, y busco para mi propia gloria la senda más angosta y difícil». Sancho, tras vivir la gran responsabilidad que es resolver pleitos cuando se es gobernador, y después de que su castillo fuera atacado y pelear por impedir que su ínsula fuera tomada, termina por renunciar. Decide volver a su antigua vida, con su señor, acaso entiende que no nació para ser gobernador de ínsulas ni reinos, que prefiere comer y recostarse a la sombra de una encina en verano que gobernar y mediar entre tanto pleito, guerras, conflictos, etc. Todo esto, consecuencia de una broma macabra, le ha apaleado el alma, siempre ha sido de una vida más sencilla. Pero de algo le ha servido: para entender que el poder tiene su coste, que siempre trae consigo consecuencias éticas y morales demasiado caras al hombre.
Con un dominio del espacio abierto y un escenario desprovisto de escenografías —simplemente un baúl—, con el mínimo de elementos y vestuario —ropajes medievales y otros elementos que ayudarán a caracterizar los personajes que van surgiendo—, el director, Javier Esteban, dispone un espectáculo complejo, y con muy buen ritmo, en el que el actor es el centro de la escena: a pecho descubierto dialogando con y conquistando a ese público ávido de teatro que ha asistido a la cita. Es una certitud el elenco integrado por Mercedes Asenjo, Carlos Tapia y Alberto Díez, actores experimentados y con una fructuosa trayectoria dentro de la compañía, quienes encuentran en la fisicalidad, la voz y sus habilidades para la caracterización de personajes tipos de la tradición popular auténticas armas.
Azar Teatro, en el acto de «inventarse pasiones para ejercitarse», encuentra en Sancho en Barataria la explicación a esa atracción de Miguel de Cervantes —escritor muy incisivo con su época, ultrajado por los ilustrados del Siglo de Oro, perseguido por la inquisición, que sobrevivió a múltiples naufragios existenciales, etc.— por penetrar en temas tan esenciales como la justicia, la libertad, el idealismo, el poder, la ambición. Javier Esteban se apropia de estas grandes temáticas, las metaboliza, crea situaciones de una teatralidad —cargada de humor, sátira, parodia— y pensamientos elevados; consciente, no cabe dudas, de que, aunque el protagonismo por excelencia siempre le es atribuido al Quijote, Sancho es un auténtico héroe cervantino. No falta razón a quien ha especulado que Sancho es Cervantes: ese hombre de las dificultades, incansable, que incita al Quijote a no hundirse.
Azar Teatro pone así, a la gnosis del espectador actual, con frescura y sobre el escenario —su ágora de debate y resistencia—, estos vicios que el hombre lleva arrastrando desde hace siglos: a modo de crítica social punzante.

Azar Barataria
Azar Barataria

Roger Fariñas Montano


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