Hilarante comedia fársica bien representada
Continúa la 68 edición del Festival que, tras seis espectáculos de mediocres o de carentes temáticas grecolatinas (el último, «De Sherehezade», de María Pagés, fue un bolo de baile y cante flamenco que nada tiene que ver con los procesos de creación, expresión, comunicación y recepción del Festival Grecolatino), representó su séptima obra en el Teatro Romano: «Miles Gloriosus» (el militar fanfarrón), comedia fársica –la más antigua, en torno al 205 a. C- de Plauto (254-184 a.C.), recreada en versión libre de Antonio Prieto y dirigida por Pep Antón Gómez. El espectáculo, considerado como la «estrella» de esta edición, es una coproducción del Festival y de la compañía Arequipa Producciones (del conocido actor/presentador Carlos Sobera).
«Miles Gloriosus» es la obra más popular e hilarante del autor romano junto con «Anfitrión», en las que se supera a sí mismo en cuanto a efectos cómicos. La trama, bien conocida –en Mérida se ha representado en dos ocasiones y también en «Gofus de Emérita Augusta y en «Golfus de Roma» en la que se incluye el personaje- gira alrededor de un falso héroe y engreído soldado –Pirgopolínice- de quien todos se burlan arteramente, empezando por su astuto esclavo Palestrión (coprotagonista que aquí aparece con el nombre de Geta, un personaje de la comedia del griego Menandro), que le engaña -con enredos y juegos de dobles- y le da un buen escarmiento ayudado por un vecino cómplice. En su composición dramática «Miles Gloriosus» es una interesante comedia fársica de desnudamiento, género que exalta los vicios del protagonista -en las situaciones, las conductas, la anécdota y la trama misma- para mofarse y hacer la crítica sin llegar al escarnio (recordemos que la comedia es conciliadora).
Antonio Prieto (que interpreta también a Capadocio, un personaje secundario de la obra) realiza una valiosa versión fiel a la esencia del texto de Plauto, con unos cambios formales, eliminando algunos personajes prescindibles y podando las escenas más redundantes para que la obra clásica sea legible en el lenguaje artístico actual. De este modo, recrea sobre todo las tramas agrandando en las acciones el protagonismo de los personajes secundarios (se advierte el estilo coral de la obra). Y aunque el tema de la estupidez del militar no está tratado con demasiada profundidad, en su traslación del lenguaje –con nuevos golpes de humor y de algunos gags que encajan muy bien- no le faltan apuntes ingeniosos y observaciones agudas sobre la condición humana de este personaje fanfarrón, que termina redimido para el logro de un final feliz tradicional de la comedia. Tengo que decir, que esta versión de Prieto da un cambio de muchos grados a las versiones y montajes de Pep Antón Gómez (de dirige este espectáculo) en las obras de «El eunuco» y «La comedia de las mentiras», basadas en Terencio y Plauto, presentadas hace pocos años por Pentación (compañía de Cimarro) en el Festival. Donde los textos originales de los dos autores grecolatinos estaban casi ausentes en los espectáculos, que había sustituido por otros del género de la revista vodevilesca banalizada -del caca/pedo/pis y vete a tomar por culo-, más propios de un tipo de teatro de intereses crematísticos, que funciona espléndidamente (tras una labia publicitaria golosa) con engatusados espectadores que solo buscan entretenimiento y poner los ojos de maruja en las «estrellas» de la tele. Un teatro que decepciona a muchos amantes del teatro grecolatino que saben que se les está dando gato por liebre.
La puesta en escena de Pep Antón Gómez en este «Miles Gloriosus» funciona muy bien, es inspirada y alegre desde el inicio hasta el final. Se ha sustituido aquel excesivo humor obsceno por el humor blanco que resulta logrado en su contenido de actualidad. Está conseguido el montaje de los elementos artísticos componentes: los escenotécnicos (Alejandro Contreras), de iluminación (Miguel Ángel Camacho), de música (Mariano Marín), de vestuarios (Ana Ramos) y la dirección del elenco de actores, tratados acertadamente con esa plástica caricaturesca dinámica, propia de la comedia fársica. Y en el manejo perfecto de las situaciones –equilibradas tanto en las partes dramáticas como en las partes musicales/cantadas- con un ritmo apropiado.
En la interpretación, esta vez se notó que hubo ensayos y esfuerzo. Todos los participantes en el elenco respondieron bastante acertados en general, sabiendo transmitir el humor agudo en sus frases y en los gags que pasan por una trepidante panoplia de situaciones de enredos y equívocos. Pero destaca Carlos Sobera, que aquí no es aquel presentador que conocimos en el Teatro Romano en aquellas galas aburridas de los Premios Ceres (durante cinco años de triste derroche económico y cultural en tiempos de crisis), sino el actor con calidad que se luce genialmente interpretando, cantando e interactuando con el público, valiéndose de un espíritu juguetón de gestos y movimientos salpicados de sorpresas y guiños graciosos bien originales (en su rol del soldado fanfarrón).
También, no menos espléndidos están Ángel Pardo (el esclavo Geta) y Elisa Matilla (Minerva), ambos muy dinámicos, dando cuerda a la función con su complicidad en los embrollos, provocando mucha carambola hilarante. El resto del elenco: Antonio Prieto (Capadocio), Elena Ballesteros (Cornelia), Juanjo Cucalón (Senectus), David Tortosa (Plenilunio) y la debutante Arianna Aragón (Porcia), cumplen correctamente con sus personajes, todos tienen sus momentos para lucir sus registros artísticos.
La función fue largamente y festivamente aplaudida por el numeroso público asistente (lleno total), puesto en pie.
José Manuel Villafaina