Ingenioso y animado musical
Continúa la 68 edición del Festival que estrenó su octavo espectáculo en el Teatro Romano: «El aroma de Roma», un ingenioso y animado musical de nueva creación que se desarrolla al más puro estilo de Broadway, ambientado en la época romana de Nerón. Firmado por Woody Aragón (el conocido mago toledano Emilio de Paz Aragón que inspira y coordina el espectáculo), Fernando Lancha (autor de las letras) y Santiago Lancha (responsable del libreto), el espectáculo es una coproducción del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida con la Compañía de El Aroma de Roma (que ha sorprendido debutando con el pie derecho en el Teatro Romano).
«El aroma de Roma», planteado como un ambicioso musical bromista y de enredo simpático con la historia de Roma –diría que con capacidad de dar aún más de lo representado- en el que se mezclan con buena dosis de creatividad la parodia, la sátira y el sentido del humor, al tratar de manera lúdica y desenfadada, pero con cierto contenido metafórico de interés bien intencionado, las aventuras y desventuras de Craso, utópico protagonista -artista y pacifista- que se la juega rechazando la violencia y muerte de los gladiadores romanos en tiempos del pirómano Nerón, emperador que aquí termina «humanizado» simpatizando con Craso y con su rebelión de luchar en la arena del Circo no con la espada –como lo hizo Espartaco- sino por medio de la inofensiva danza. Un paradójico Nerón, personaje antagonista, que en su locura catártica justifica el incendio de Roma agobiado por el aroma que siente de la urbe cruel y atroz, cuyo aire le quema y está que echa chispas por su situación de enfrentamiento con un Senado traidor que desea derrocarle, haciéndole pasar por la prueba de luchar contra un gladiador. Algo a lo que no está dispuesto pues no es de armas ni sabe luchar, reconociéndose además como un artista que sólo quiere «cantar y brillar como una Superestar» (así lo expresa en una de las canciones).
La obra plantea un abanico sugerente de temas de la Roma antigua –de humanos, semidioses y dioses- en una trama fantástica con guiños que establecen una convivencia armónica entre el pasado y la actualidad, para el gozo y la reflexión, fruto de un gran trabajo desarrollado en dos actos por los hermanos Lancha, en donde las ocurrentes canciones –que en el libreto predominan más que las acciones dramáticas- son las que cuentan la historia de «El aroma de Roma». Un trabajo perfectamente hilvanado en la trama que resalta las canciones animadas y los caracteres bien dibujados. Todo bajo la supervisión intelectual y artística de Woody Aragón que es la vela que impulsa el espectáculo y lo lleva a buen puerto, con sus conocimientos -relativos al juego, recreación, ocio, entretenimiento o diversión- tomados de los musicales que se representan en Broadway.
En la puesta en escena, Aragón logra un espectáculo potente en sus elementos artísticos componentes y con una dirección ágil en la interpretación. Ha sabido seleccionar un buen equipo musical, coreográfico y escenotécnico muy creativo y formar un variado elenco de actores capaz de dominar muchos estilos. El montaje donde la imagen, la interpretación y la música -puesta en una banda sonora- coexisten en una comunión perfecta trata un amplio cóctel artístico en el que se sirve acción, diversión y espectacularidad. Pero tengo que destacar la escenografía sorprendente de variaciones de David Pizarro -realzada por una sugerente y bella luminotecnia de sombreados y contraluces de Rodrigo Ortega- en armonía estética con la grandiosidad del incomparable marco romano. Y sobre todo las coreografías y movimientos de los actores en el ancho y largo escenario, de Sonia Dorado imprimiendo toda una variedad de ritmos de bailes de atractiva y eficaz estética, que recorren el espacio con admirable dinamismo, contribuyendo a que el espectáculo produjera un fantástico disfrute visual.
En la interpretación, todo el elenco -bien organizado- destaca en su conjunto desplegando sus energías corporales francamente espectaculares de cantantes-actores-bailarines. Se lucen con sus voces melódicas y actuaciones precisas con organicidad, desenfado y veracidad. Algunos se desdoblan en varios personajes. Pero sobresalen los roles de Jaime Figueroa (Nerón), bordando a un emperador egoísta y caprichoso que prefiere dedicarse a cantar que a ejercer el poder. Leo Rivera (Cayo), excelente interpretación como bailarín que defiende valores con la suerte del superhéroe -«semimuso» porque es hijo de la musa de la danza-, luchando contra el destino impuesto y soñando con bailar en el Circo ante toda Roma. Agustín Jiménez (Pisón y Júpiter), que en su bien construida vía de transiciones hace de un senador conspirador que odia a Nerón y es dueño de uno de los «ludus» (escuelas de gladiadores) de la ciudad, y como padre de los dioses en el Olimpo donde se encuentra sin hacer nada «muy a gustito» (dice cantando). Lorena Calero (Popea) que se impone por su voz bellamente timbrada, como mujer de Nerón, cruel y manipuladora, que sólo está con él por interés. Y Javier Canales (La bestia de los Cárpatos), genial con sus gestos y movimientos corporales cómicamente expresivos para un mítico gladiador que se ha hecho un nombre por ser el más salvaje y sangriento asesino nunca visto.
Un teatro casi lleno de un público, que ni siquiera percibió que transcurrieron dos horas y media de representación, aplaudió todas las canciones y coreografías. Y con más entusiasmo también al final de la obra coreando la canción de despedida, en una atmósfera de fiesta.