Diferencia e identidad
Siempre me han atraído las diferencias y la diversidad. La igualdad la prefiero en derechos y deberes.
Creo que tuve la suerte de criarme en plena naturaleza. Pero esa “naturaleza” no es un genérico, sino la singularidad de un ecosistema único. Una aldea de la montaña de Lugo, entre sotos de centenarios castaños y extensos robledales. Un paisaje telúrico y vibrante con un mundo compuesto de elementos vivos, animados y supuestamente inanimados.
Todo ello afecta, alimenta y conforma. Lo que determina buena parte de mi idiosincrasia, pensamiento y manera de ver (entender) el mundo, está particularizado por las diferencias, más sutiles o más grandes, de esa naturaleza.
No me creo eso de que somos seres superiores a otras especies, animales, vegetales o minerales. Basta observar de cerca las increíbles y complejas estructuras de un cuarzo o el brillo mágico de una lámina de pirita. Basta leer ‘La vida de las abejas’ (1901) de Maurice Maeterlinck, Premio Nobel de literatura y uno de mis dramaturgos preferidos. Por cierto, tengo la impresión de que Camilo José Cela le copió o se inspiró en la manera que tiene Maeterlinck de contar la vida de las abejas, en ‘La colmena’ (1951), para contar la vida de las personas en el Madrid de posguerra, en los años 40.
No me parece a mí que el ser humano sea superior a otras especies, simplemente es diferente. Eso sí, con el desarrollo del cerebro hemos suplido nuestra debilidad física y nuestra vulnerabilidad, frente a otras especies animales, por ejemplo, con estrategias que nos han llevado a dominar el planeta. Hemos hecho frente a miedos diversos con estrategias de fuerza tecnológica. Dominamos el planeta y algún día acabaremos con él.
Hay en ese dominio, en mi opinión, la estrategia globalizadora, principalmente articulada por las grandes empresas multinacionales, que fomentan una igualdad uniformizadora. Para aumentar la necesidad y el consumo de determinados productos (no solo de marcas de ropa o tecnología y hábitos de vida, sino también algunos formatos de espectáculos escénicos). Estrategias que incrementan beneficios económicos gracias a condicionar y manipular nuestros gustos. La publicidad, el marketing y la cesión de los gobiernos, facilitan esta globalización. Cada mes de septiembre, desde hace años, cuando empieza el curso escolar, me encuentro con alumnado nacido en Galicia que apenas sabe hablar gallego. Alumnado joven que no es consciente del grado de manipulación de sus gustos y tendencias. Yo tampoco me libro. ¡Ojo! Intento cortar algunos de los hilos que me transforman en una marioneta del sistema global, pero no soy capaz de llegar a una emancipación total. Quizás no sea posible vivir en un sistema y ser libre de todas las dependencias y sumisiones que genera e incluso exige.
Me da la impresión que, cada vez, tenemos menos conexión con el ecosistema “natural” en el que compartimos la vida con otros elementos (animales, vegetales, minerales, climáticos, orográficos, cromáticos, etc.) Ese ecosistema en el que, por ejemplo, se gestó una lengua como la gallega, un acento, una musicalidad, un humor, unos sabores y unos olores… diferentes, sutilmente diferentes.
No se trata de negarse a la evolución y al cambio de todo lo existente, porque, evidentemente, ni las lenguas, ni los humores, ni los paisajes, permanecen perpetuamente iguales a si mismos. Efectivamente la diferencia no solo está en los ecosistemas, en los elementos que los componen y los seres que los habitan. También, con el tiempo, van originándose pequeñas y continuas diferencias.
Pero sí, se trata de mi oposición frontal a la substitución (colonización) de lo autóctono, de las manzanas del país, por otras que vienen en avión, contaminando, desde el otro lado del globo terráqueo. Y lo mismo que de las manzanas, porque no somos superiores a ellas, podemos hablar de las palabras, de las lenguas y de todo aquello que nos singulariza. La importancia de todo aquello definible e indefinible que nos diferencia e identifica.
Creo que, a riesgo de parecer un neorromántico, para la Dramaturgia, como creación o recreación de mundos, o como ingeniería de espectáculos teatrales (incluyendo todas las modalidades posibles), igual que para el arte en general, la atención a los detalles y a las diferencias, en sus aspectos más sutiles, es de radical importancia. De hecho, como decía Isaac Díaz Pardo, artista plástico y activista cultural, la originalidad deriva de la conexión con los orígenes. Esos que la globalización tecnológica está enterrando tras las pantallas.
P.S. – Algunos artículos relacionados:
“Identidad, emoción y nación. Desde Becerreá”, publicado el 26 de junio de 2015:
https://www.artezblai.com/identidad-emocion-y-nacion-desde-becerrea/