El silencio encendido en los boscajes del tiempo
Minutos. Son los fonemas de tiempo deleitado en un espacio que ha elogiado a una fulgurante Blanca Portillo por la estilización del silencio desde el discurso múltiple. Su poesía ha sido ovacionada de pie. Ha logrado su propósito inextenso, sintiéndose al verse reflejada en la representación teatral de Silencio, escrita y dirigida por Juan Mayorga. Inclusiva, porque cuenta con medios técnicos para que la lengua de poesía pueda ser escuchada y vista desde todas las conciencias del Gran Teatro de Córdoba. Reflexiva, porque se sitúa como arte que despierta lo expresable de unas palabras arraigadas en una memoria acomodada en la repetición y el olvido de vivir consciente.
Silencio. Es la palabra que está exhausta desde el inicio de la obra, cuya ilusión nace de los cuadros que sientan las referencias de un espacio sin actor. La figura perspectiva rige un orden y teje la narratividad del primer discurso de Silencio. Elisa Sanz la compone con cuatro cuadros que abren su significancia hasta el cuadro abierto que es sistema. Dos pantallas laterales, filtros rectangulares de una luz de transición diacrónica diseñada por Pedro Yagüe; un cuadro sin contenido, lleno de vacuidad, puede ser también un marco desnudo suspendido en una oscuridad frontal. Las sillas y mesas dispuestas laterales y frontales aparecen vacías, pero la teatralidad juega su doblez cuando la figura-actriz transita desde el patio de butacas hacia ellas y nos revela, por su gestualidad, que ya estaban ocupadas. La composición de la escena dirige un recorrido óptico horizontal hasta caer en el último cuadro: la superficie-suelo es un lienzo en blanco que avisa de su misma posibilidad de discurso una vez progrese y se consuma el tiempo del teatro.
La tenuidad del patio de butacas denota una participación en la situación teatral, una ruptura con su espacio y una imbricación en lo re-presentado, en lo ya vivido. Blanca Portillo encarna con entereza y dicción precisa una figura que saluda sin hablar, que se inclina en un discurso que le pertenece y que por el momento callará, para dejar paso a una segunda voz, ajena y despigmentada. Enferma de teatro se define y denuncia una realidad espectacular. Las palabras están cansadas de representar sin expresión. Demasiado uso, demasiada narratividad en su función comunicativa. ¿Dónde se sitúa su no-uso, su ser poético en esta realidad? ‘Querría hacer un mundo en el hueco’, dirá la figura. Si ‘silencio’ es la palabra derrengada de tanto callar, ¿cuál es su imagen percibida?
Las palabras adquieren un volumen lírico al subir al escenario. Son causa de vibración, de afecciones y de sentidos. Nos penetran y se funden de inmediato, gracias a la calidad interpretativa y completa de Blanca. Rompen la cuarta pared al reproducir la realidad con una estilización conseguida por la teatralidad prosódica y figural. La reconocida actriz esculpe una poesía sobre el escenario. Son gestos y temblores en una voz humana cercada por su otredad y alienación con el lenguaje escrito. Son interrupciones versadas ante un nombre propio que falta a su sitio en el discurso representado. La figura apresada produce ruidos, pero no monemas, porque no es ella cuando expresa, por el uso mismo del lenguaje, sentidos descoloridos sobre el silencio. Su imagen se escapa a cada lectura, porque incluso cuando la voz calla, alguna risa estalla espontánea en el patio de butacas. El lenguaje corporal insiste en ese espacio de comicidad grácil que Blanca consigue con una mirada y una ceja levantada. Y es que siempre existe algún lenguaje en el escenario social.
No obstante, la situación dramática se habla en una lengua propia, donde el silencio es operador de teatralidad, estructurando un primer discurso hasta el punto de fuga que sueña con la imagen liberada de la expresividad del silencio como ser, puro intransitivo. La saturación del primer discurso señala la presencia amarilla y cálida de uno inscrito, que se articula por el primero y se codifica a sí mismo como silencio intersticial; resto abstraído de gritos mudos, sangre, repetición y conciencia escindida en muestras teatrales entrelazadas por la genialidad y capacidad metonímica de Blanca Portillo. Esta poética ha tachado sus signos significados, y calla para que los ojos-espectadores escuchen el tiempo transcurrido. Ahora las palabras no pueden ser pronunciadas en el espacio, por lo que tan solo, y es demasiado bello, serán sentidas por su inextensión.
La imagen del silencio es la del blanco. Su ser innominado tiene la silueta de una ballena blanca, siendo la metáfora la única manera de nombrar lo innominable. Catacresis, a su vez, en la que la cadena de sintagmas de Silencio acorrala a este nombre que falta a su propia entonación. Fin de la ilusión del poema de representación: el teatro y la vida se conocen por sus silencios. Su imagen abre una duración, y con ella, el acto libre concienciado y que abandona su estatuto de repetición en una realidad demasiado categorizada y expresada por el lenguaje. En este teatro áureo, autonímico en tanto que sistema, el silencio es sentido.
Andrea Simone
Ficha artística
Texto y Dirección: Juan Mayorga – Actriz: Blanca Portillo – Iluminación: Pedro Yagüe – Escenografía y Vestuario: Elisa Sanz – Espacio sonoro: Manu Solís – Gran Teatro de Córdoba, 08/10/2022
Texto publicado en el Diario Córdoba el 09/10/2922.
Fotografía de Javier Mantrana.