Y no es coña

Sobre las formas de censura

Debo reconocer que, por un acto reflejo, mi actitud pública sobre el caso de la obra de Paco Bezerra que desapareció de la programación de los Teatros del Canal ha sido bastante tibia. Mis razones son que considero que en cada acto volitivo programático siempre existen unos imponderables que pueden responder a formas sutiles o groseras de censurar un proyecto o a circunstancias sobrevenidas objetivas. En este púlpito hemos remarcado muchas veces que la censura actual más extendida, más practicada, más consentida, más aplaudida con silencios o voces sordas es la económica. De esta censura mantenida en el tiempo de manera que roza lo punible podríamos dar clases magistrales sobre todo lo que tiene que ver con la zapatilla de Artez, Artezblai y Yorick.

Una conversación, un proyecto, con la anuencia de las partes implicadas en el terreno de lo artístico, hasta que no se convierte en un contrato firmado y sellado, no es nada más que un compromiso. Que puede tener una validez moral ineludible, que es algo que podría ser considerado como válido. Por lo tanto, si después de un acuerdo, llega una instancia superior y por las razones que sea, eso se aborta, nos encontramos ante algo de difícil aceptación, pero que su normalidad en las relaciones actuales lo ha convertido en eso tan asquerosamente nebuloso que se llama una tradición o una manera desequilibrada de relacionarse entre los creadores, productores, distribuidores y programadores. Algo que está viciado, pero que se consiente con alegría, cinismo y resignación.

Cada día se producen estos actos de destrucción minúscula, en los que alguien llama a alguien y le dice que de lo que se había hablado nada, que han recortado el presupuesto o que ha subido el precio de los níscalos, siempre existe una excusa que desde la parte que tiene la chequera se esgrime para romper un trato verbal. A veces, hasta con contratos firmados, sucede. ¿Qué hacer? Se debería poder denunciar, pero una denuncia se interpreta desde el miedo, una renuncia a ser contratado nunca más en esa plaza. Lo tremendo, de lo que no se quiere ni hablar, es soportar de manera callada estos abusos.

En el caso de la producción con la obra de Bezerra sobre Santa Teresa hay diversas consideraciones a formular. Según se insiste desde la Comunidad de Madrid, fueron cuatro espectáculos los que saltaron de las previsiones de programación, supuestamente por motivos económicos. No es cuestión de abrir ahora y aquí el asunto de los precios inflados o no de las producciones y los caches, pero no estaría mal que se hicieran estudios serios sobre ello. Pues bien, siguiendo este discurso, la autoridad competente, es decir el señor o la señora de los presupuestos, “obligan” a la dirección artística a tomar decisiones drásticas.

Al tener conocimiento de la decisión, Paco Bezerra emprende una lucha mediática denunciando la situación. Y lo califica directamente como censura al contenido de la obra. Y es a partir de aquí donde empiezan a funcionar unos resortes mediáticos, políticos, sociales y profesionales. En primer lugar, hay que operar con prudencia, intentar conocer algo más del asunto. El silencio reiterado de Blanca Li, no ayuda a encontrar una paz razonable. La intervención de un político ultra en la Asamblea de Madrid, aplaudiendo la medida de desprogramación de la obra, nos sitúa en la evidencia de que han existido motivos de índole religiosa, es decir política, para ejercer esa censura directa, aunque existiera de manera objetiva un desvío presupuestario que recomendara recortar la programación propuesta.
Pero el colmo de todo ello es que en un festival literario organizado en Madrid se produzca un conflicto bastante incomprensible por el tiempo y el lugar dado a Paco Bezerra y su editor para presentar el libro con la obra. Entonces es cuando empieza a ser insostenible mantener matices, buscar una vía conciliadora, se ha desplegado todo el poder para que esa obra no vea la luz, al menos en Madrid, con apoyo económico de su Comunidad, por lo que se va a ejercer toda la presión para invisibilizarla.

Y ahora llegamos a otro punto. ¿Existen contrapoderes? ¿Quién va a acoger este estreno en Madrid? ¿Los teatros del ayuntamiento, la unidad de producción del INEM, la empresa privada con la que ha venido trabajando últimamente? No respondan todavía, que la cosa es bastante grave, porque este asunto de censura punto doble cero, va a repercutir no solamente con esta obra, sino que, desgraciada y probablemente, sobre todo lo que haga a partir de ahora Paco Bezerra, Premio Nacional de Literatura Dramática, por lo que hay que colocarse junto a él, de manera solidaria y de manera preventiva para que no se siga ejerciendo esta forma grosera de censura.

Mi intuición es que como la productora es una de las que forman parte de oligopolio catalán, encontrará los resquicios institucionales y las inversiones privadas para estrenarla en Catalunya, hacer gira por todo el Estado con toda esta publicidad añadida ya funcionando. Y posiblemente llegará a los escenarios madrileños en unos meses largos. De lo contrario se demostraría que la dependencia del teatro de las instituciones y los poderes públicos ha llegado a un punto demasiado dañino.


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