El tiempo, Cunillé y el perro
Parece que fue ayer todo o casi todo.
Vengo de los actos del XLVII Premi Born de Teatre, del que suelo ser el traductor al gallego, desde el año 2006, para la erregueté. En más de una década, aunque sea solo un par de días al año, las simpatías y la amistad van fraguando. Las diferentes juntas directivas del Cercle Artístic de Ciutadella, así como los diferentes jurados y otras personas que colaboran y participan, más allá de las dramaturgas/os que ganan este premio, acostumbran ser gente afecta a la cultura y al teatro, con la que siempre es un placer estar.
Llego a Ciutadella y nos saludamos con la sensación de que nos hemos visto ayer, de que el tiempo ha pasado muy rápido.
En 2010 gana Lluïsa Cunillé Salgado, por segunda vez, el Born con El temps, la primera había sido a finales de los 90 con L’aniversari, cuando aún no se editaba el Premi en las cuatro lenguas oficiales del Estado. Comenzó a publicarse en gallego, eusquera, castellano y catalán en 2007, a partir de una propuesta de Pepe Henríquez, jefe de redacción de Primer Acto, a Esperança Pons, presidenta, por aquel entonces, del Cercle.
Traduje O tempo hace más de una década y este fin de semana de octubre de 2022, cuando Cunillé alcanza, por tercera vez, el Born con El gos, me parece que ha sido ayer. Sí, tengo la sensación de que ha sido ayer cuando estaba entrando en O tempo para trasladarlo a mi lengua materna, que también lo es de la madre de Luïsa, natural de Lobeira (Ourense), según me ha contado Carolina, su hermana, que le vino a acompañar a los actos del Born.
Estoy muy contento de volver a entrar en una pieza de una de las dramaturgas cuya obra más me impresiona. Lluïsa tiene una poética muy reconocible y singular, en la que lo importante se cuela por las grietas del lenguaje. Admiro esa sensibilidad profunda que traspasa su escritura, en la que nada es obvio, en la que nada sobra ni falta. También admiro su entereza para decir que no al ruido y al marketing con el que envolvemos el teatro del teatro y el teatro de la vida. Lluïsa, en su larga carrera, con más de cuarenta piezas estrenadas, nunca quiso explicarlas ni atender a las preguntas de la prensa. Ella es dramaturga, no ejerce de crítica, ni de profesora, ni de teórica, ni de exégeta de su obra y las piezas teatrales se explican por si solas. O, mejor dicho, son inexplicables. Lo más importante es la experiencia directa que nos procuran, ya sea en la lectura, ya sea en la butaca de un teatro.
Sin embargo, no me parece nada fácil esa entereza, en este mundo en el que tenemos que ceder a dar explicaciones de casi todo, o cuando te piden conferencias, cursos, presentaciones… No me parece fácil decir que no o escapar de todo ese montón de actividades de promoción y mediación que rodea la pieza artística, muchas veces incluso apagándola o convirtiéndola casi en una excusa.
Lluïsa ha acudido, agradecido, sonreído, con extrema sencillez y algo próximo a la humildad (a mí no me gusta usar este término, pero no encuentro otro ahora mismo). Agradeció, sonrió, pero declinó hablar de su obra. No nos vendió ninguna moto.
Me pareció una persona encantadora, de apariencia frágil, que no esconde con el discurso y las actitudes su vulnerabilidad y que no defiende u ostenta un personaje social, aunque se lo queramos asignar desde fuera.
Creo que habla con los ojos y con su manera de estar. No hay en ella una energía invasora o que se imponga a los demás. Se trátase, por el contrario, de una presencia amable, suave, silenciosa, que sorprende ante de tanto ruido, entre tanta gesticulación con la que, el resto de los mortales, intentamos hacernos ver y reclamar la atención y el amor de los demás.
Ha sido un feliz encuentro, pese a constatar que llega O can de la Cunillé, cuando aún parece que ha sido ayer que estaba en O tempo.
El bucle vertiginoso del tiempo un día nos zampará.