A la luz de la luna
Hay semanas que los acontecimientos personales, sociales y profesionales se encaraman en la agenda emocional y no hay manera de sacar nada en claro, por mucho que intentes asirte a las lecturas atrasadas, a los recomendadas o a las sobrevenidas. La obsesión crece. Las dudas se retuercen, se disfrazan, se disipan para convertirse en angustia. Gracias a la vida que me ha dado tanto que añorar. Tanto que descreer. Tanto que admirar. Los años no añaden otra cosa que vivencias, recuerdos, subjetividades y algunas certezas que en el campo de lo artístico siempre son fruto de convicciones coyunturales que, en algunas ocasiones, se han convertido en el sustrato fecundado para poder sobrevivir en los momentos de incertidumbre.
Escucho a Juan Mayorga en su discurso en los Premios Princesa de Asturias y mi idea del mundo se hace beatífica, me ayuda a entender que existe alguna posibilidad de que los seres humanos seamos capaces de encontrar un lugar de tránsito entre nuestra arteria aorta y la tarjeta de la Seguridad Social por el que canalizar la bondad, la belleza, el pensamiento como factor de cambio, la inteligencia como patria que no necesita identificación más allá de su simple ejercicio. En ese lugar donde una evolución hace que desaparezca la desigualdad y la necesidad, las artes escénicas serán algo parecido a una capa de ozono social que nos ayudará a ser, estar, respirar, progresar, entendernos. Debe ser algo parecido a lo que algunos poetas llaman Amor.
Pero después escucho y leo a otra creadora que reivindica el mal como combustible para la creación, una manera de dejarse llevar por los instintos que deben retratarnos con toda la crueldad, asunto del que no difiero mucho en el campo teórico, lo único es que desde esta postura se nos insiste en que no hay que moralizar, que no hay que jerarquizar entre el bien y el mal. Y por una tendencia muy remarcada se empieza a señalar como retrógrado todo aquello que suene a mensaje solidario de izquierdas. Según esta versión, la derecha, la que está inspirada directamente por dios, sea éste el que sea, es la que tiene el medidor absoluto del valor de la bondad, de la moral, de lo que sí y lo que no. Por lo tanto, no es catecismo, no son consignas, es la verdad revelada, pero si se reivindica desde un escenario cuestiones sobre las nuevas ideas sobre la intimidad, la pareja o la sexualidad, se incurre, según esa voz aumentada, en injerencia, en moralismo y otras graciosa mentiras que inspiran y fomentan actitud de extrema dureza.
Tengo muchas dudas. Pocas certezas. Cambiar el mundo con un poema, una cabriola, un diptongo o una sinfonía me parece tarea improbable. Que todo ello contribuye a un estabilidad, a un orden de lo seres humanos en el caos, me parece muy importante, pero lo que es impresentable es que se intente hacer creer que los que sostenemos que toda creación artística tiene contenido ideológico, explícito o implícito pecamos de dirigismo o sectarismo, cuando me parece algo que se puede demostrar a la luz del estructuralismo y las ciencias sociales y que hasta la neurociencia, aplicada a estos asuntos, puede colocarnos en una posibilidad de descubrimiento.
Voy a repetirme. Se puede comprobar que yo veo al año sobre trescientos cincuenta espectáculos de teatro, danza, performance, en salas, teatros, coliseos, calles, plazas y otros lugares habilitados, y que esta manera de vivir la vengo desarrollando en estos números desde hace más de treinta años, por lo que puedo hacer una sinopsis argumental de los contenidos del teatro vasco, español, iberoamericano, europeo, con mayor o menor intensidad y capacidad de observación, y lo que prevalece de manera mayoritaria son obras que no cuestionan el status quo ni social ni político, que no inciden ni por paráfrasis ni metáfora en la realidad tangible, que es minoritario el teatro que se plantea para chocar directamente con las mayorías sociales a las que se dirige, por lo que podemos asegurar que siempre existen modas, capillas, grupúsculos de creadores y productores que en algún momento coinciden o se ponen de acuerdo en tratar asuntos calientes, pero que se hacen desde puntos de vistas que no cuestionan el sistema político y social.
Y digo más, el sistema de producción y exhibición está lo suficientemente controlado como para que no existan muchas excepciones. Y las que existen, lo son, en su inmensa mayoría desde un perspectiva estética, asunto que me parece muy importante señalar, debatir y comprobar.
Por lo tanto, menos postureo y más humildad. Existen amplias capas de la sociedad que no va al teatro. Pongamos que convivimos con millones de personas que no han ido, ni piensan ir al teatro este año, ni los diez venideros. Que nos dirigimos siempre a unos públicos que no acabamos de visualizar, que acuden de manera ordinaria a los espectáculos más promocionados, tengan la calidad que tengan, pero que a la vez existe una inmensa minoría de personas que consideran que la Cultura y dentro de ella las Artes Escénicas forman parte de su manera de ser y estar en el mundo. Que acuden en la medida de sus posibilidades y circunstancias y que ellas son las que no tienen otra manera de expresarse sobre lo que se les ofrece que comprando o no entradas. Y ahora que hay más escuelas de espectadores que espectadores, lo digo, una vez más, así modosamente. Por si alguien se da por aludido.