A codazos
Se está acabando un año y como es habitual empiezan a aparecer los resúmenes, los compendios, las estadísticas. En todos los casos se nos muestran cifras, porcentajes, y muy pocos nombres propios y casi ningún concepto. Se trata de convertir los subterfugios en protagonistas, de ir ampliando la manta telúrica de implementación de los números como impronta de una circunstancia incuestionable. Como si la aritmética no nos dejara mentir, cuando se sabe que es la madre de todas las imaginerías contables, de todos los desajustes.
Sin manejar ninguna estadística de esas que dejan a todos contentos, especialmente porque solamente leen los titulares, yo diría que nuestros escenarios están volviendo al repertorio clásico de una manera uniforme. No se trata de acoplarse a centenarios y otras efemérides que nos hagan revisitar a Chéjov o a Miguel Hernández, al que por ejemplo, nadie ha tratado como se debía en su vertiente estrictamente de autor dramático. Lo que vemos es como los de siempre, empezando por Shakespeare, autor inconmensurable con el que cualquiera se atreve y que resiste todo tipo de investigación, experimentación, devoción o impericia, acaparan las producciones de las instituciones teatrales que son consideradas nacionales, allá donde estén.
Y si decimos Shakespeare, decimos Williams, Miller, Jardiel Poncela, Moliére, Mamet, Beckett, Ibsen o De Filippo al que parece se le ha rendido un grandioso homenaje coordinado en todos los puntos del Estado español. Por cierto, estamos en aniversario de Jean Genet, pero se les ha debido escapar porque no vemos, todavía, muchos montajes. Todos estos autores aparecen en producciones públicas, o en privadas con fuertes subvenciones y coproducciones con públicas, y giran por los teatros públicos sin excepción. Y nadie puede negar que en muchos de los montajes el nivel medio de la propuesta escénica es más que digno, aunque totalmente convencional. Pero uno se pregunta, ¿es este el futuro de la escena española?
Se comprende que en estos tiempos de crisis se deban buscar las maneras de convocar a los espectadores y un autor de estas características ya dota de enjundia a la propuesta y si añadimos una buena producción, un director solvente y un reparto con figuras televisivas, tenemos el producto ideal para seguir manteniendo porcentajes de ocupación. ¿A qué precio? ¿Alguna vez sabremos cuánto cuesta realmente una producción de teatro público, cuánto su gira, y cuánto cuesta de verdad cada butaca ocupada en los tetaros de todas las redes?
Viendo estas programaciones, uno siente que no ha pasado el tiempo, que de nuevo la dramaturgia española contemporánea es anecdótica, circunstancial, coyuntural, en ocasiones de cuota, casi como una expresión demagógica. Es cierto que no en todos los lugares es igual, pero en la inmensa mayoría se mantiene esta distancia entre lo mucho que se escribe y lo poco que se representa. Las dificultades de ir incorporando a las programaciones autores contemporáneos es cada vez más grande. Los autores de hoy no tienen sitio, ni a codazos, en los proyectos de las grandes naves institucionales teatrales. Es una gran contradicción. Seguro que si se cambiara el orden de los factores, es decir si los programadores, los directores de los centros dramáticos fueran polacos, franceses o nórdicos seguro que elegirían textos de autores españoles, contemporáneos. ¿Por qué no se prueba?
Lo lógico es que convivan los clásicos de siempre, con los autores de hoy, las dramaturgias internacionales y las propias, y que lleguen a los escenarios en las mismas condiciones de producción, cosa que no se produce salvo en muy contadas excepciones. Sin cuotas ni demagogias, pero como una apuesta estructural, institucional, idoelógica y dejándose de prejuicios, en ocasiones muy vejatorios para lo existente.
Por otro lado, esta tendencia al repertorio clásico, nos puede estar anunciando una tendencia, que junto a la estacionalidad, conviertan las programaciones teatrales de los grandes teatros en algo similar a la ópera o el ballet clásico, en las que con una docena de títulos se conforman las programaciones, los cuatro autores de siempre, y muy poco riesgo. Es una manera obsoleta, antigua, pero es lo que parece venir. El conservadurismo más acérrimo. Mientras tanto Europa va a otro ritmo y por otra dirección. Nos distanciamos cada vez más y más, no solamente en lo económico, sino en lo cultural y muy concretamente en lo teatral.