Críticas de espectáculos

A Electra le sienta bien el luto/Eugene O’Neill

La culpa
Obra: A Electra le sienta bien el luto
Autor: Eugene O’Neill
Intérpretes: Constantino Romero, Maru Valdivielso, Mònica López, Iván Hermes, Adolfo Fernández, Maruchi León, Albert Triola, Emilio Gutiérrez Caba, Ricardo Moya
Escenografía y vestuario: Antonio Belart
Iluminación: Carlos Lucena
Versión y Dirección: Mario Gas
Producción: La Perla Lila, Festival de Mérida, Festival Teatro y Danza Las Palmas de Gran Canaria
Teatro Arriaga –Bilbao- 06-10-05
Como los griegos, O’Neill busca una trascendencia que dé altura a unas situaciones que en ocasiones rozan el patetismo del melodrama, pero que gracias a la cuidada interpretación y al pulso de la dirección este encadenamiento de culpas, muertes, destinos rotos, relaciones confusas, con una guerra recién terminada de fondo, va tomando vuelo, se va configurando un espacio artístico en donde la palabra toma relevancia como portadora de todo el conflicto, de toda la acción. No es necesaria ninguna gestualidad, ni sobreactuación, simplemente dejar que el tempo interno de cada frase afecte a los personajes, los vaya colocando en lugar apropiado para que entendamos, intuyamos, sospechemos que su actitud viene impelida por unas fuerzas internas que no se pueden relatar, sino ejecutar.
Amores, desamores, ambiciones, se roza el incesto, hay una leve muestra de los desequilibrios sociales, de las clases altas que alcanzan una asombrosa propensión a la autodestrucción, como si la Culpa fuese una herencia genética. Una saga familiar en donde se van produciendo una cadena de renuncias, de incapacidades para comprender de manera solvente la realidad, que desemboca en una suerte de catarsis trágica, muy medida, o muy comedida.
No hay extravagancias, hay que cuidar la formas, y teatralmente hay que mantener le tono dramático, no puede caerse en lloriqueos falsos, ni en accesos de ira descontrolados, la propuesta es remarcar que los héroes son simplemente un muestrario de la condición humana con una selección sicológicamente reconocibles a la luz del psicoanálisis, pero que dramatúrgicamente deben funcionar en un automatismo imperceptible, como encadenando causas y efectos, promovida siempre por el sentimiento de culpa. Ahí los intérpretes deben cuidar el mínimo detalle, y lo hacen, y nos procuran un buen trabajo colectivo, un teatro de aires clásicos, como los griegos, pero reconocibles. Este es su valor añadido.
Carlos GIL


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