¿A quién no le va a gustar?
Telón, qué ocultas. Miles Gloriosus, las notas son las primeras que te encuadran en hilera mientras las plumas rojas de un casco sin cabeza centran nuestra vista. Son el objeto de deseo y de comedia, protagonista en este texto dramático que, en la versión libre de Antonio Prieto, el director Pep Antón Goméz ha realizado en escena. El IMAE lo ha escogido como primera obra de este año nuevo, siendo un acierto significado por todo un patio de butacas colmado de manos de aplauso rápido: han venido para ver a su actor mediático, Carlos Sobera.
En hilera se mantienen las once conchas. Son recurso escénico que mira hacia la diégesis, separando lo azul de lo terroso, ambos vecinos de un suelo aún indefinido y diseñado por Alejandro Contreras. En el escenario, un rectángulo cubierto de cortinas se descorre para pasar a ser dos imágenes: dos fotografías de pórticos a escala cuasi real. La transición entre escenas es sonora, siendo creada por Mariano Marín. Los personajes huyen del espacio compartido con nosotros por los laterales por los que entraron. Es el requisito para entrar de nuevo, recuperando su diégesis primaria para renunciar a ella a dos niveles: en una segunda diégesis y en metalepsis con el presente real. Vecindad y proximidad, son anhelos de cercanía y de ocupar un espacio que cada vez se parece más a sí mismo. Signos de este deseo de acercamiento a la realidad ordinaria son la entrada y la ruptura entre los espacios propios del arte a través de un pasillo de lenguaje y códigos conocidos. La risa queda asegurada si además lo ficticio bromea con lo real en un aparentemente fuera de guion.
Miles Gloriosus, dices que vas a ser desvelado. Así lo muestran el juego combinado de luces cenitales y horizontales propuesto por Miguel Ángel Camacho. Nada permanece en la sombra desde que en la segunda secuencia las figuras-personajes se reúnen con nosotros y cuentan lo tramado: Miles Gloriosus es metalepsis que finge un papel a toda vista, porque es comedia de la comedia: metateatro enfocado en su figura completa. En ella, los espectadores somos testigos, reales a la vez que ficticios, porque somos signos de este juego. Tal es el fin de un espacio realista, donde el director no finge que las imágenes situadas en segundo plano son viviendas, espacios ficticios. Los personajes saltan de un rectángulo a otro, corren detrás de ambos, porque eso son: rectángulos sin tridimensionalidad. En su haz de superficie, se revuelve lo teatral en su seno dramático. La comicidad actualizada se obceca en cruzar a la realidad por la que respira y a la que todo debe. Hace de ésta el punto de fuga y avance de la propia obra, su razón de ser, y no ser. De ambas, porque es teatro articulado sobre la paradoja de la representación escénica y su percepción.
‘Se ha escapado el capuchino llorón’ es un sintagma-ardid que no finge estar en el espacio. No saldrá a escena. Ni tampoco lo hará la diferencia entre las dos gotas de agua, que será presencia-ausencia de unas gafas de Sol: son gotas o cabras o hermanas gemelas, todas extendidas hasta provocar la primera de las lecciones. Se ha jugado a convencer a alguien de que no ha visto lo que ha visto. ¿Cómo sabemos lo que vemos? ¿Lo que vemos es lo que decimos que es? ¿El lenguaje es vehículo de verdades? Si es así, ¿cómo puede existir el engaño y la farsa? Todo es cierto a la vez que nada lo es, en este juego de nombres, de realidades y de metateatro. Un bello desenlace acude al entramado: ¿y si Yo no soy Yo? ¿Y si Yo también soy Tú? ¿Y si somos iguales y la distancia que nos separa es la del nombre propio, y está a su vez es superada por el hecho de que somos conciencias sentadas una al lado de las otras? Jean Genet descubrió esto sentado frente a otra persona en un tren, y esta noche Miles Gloriosus lo resalta entre un proscenio y su pasillo.
El siguiente fragmento ya se inicia mostrando una intención: conseguir formular la lección moral, moraleja de verso invertido. Los personajes nos descubren (han cruzado al nivel de nuestra realidad) la estratagema que va a ocurrir. A excepción de Carlos Sobera (Miles), el brillante elenco formado por Ángel Pardo, Silvia Vacas, Juanjo Cucalón, David Tortosa y Antonio Prieto interpreta un rol adicional (nuevo giro diegético) dentro del metateatro. A este se añaden dos figuras nuevas (Elisa Matilla y Arianna Aragón) y se recrea un cuadro que, en su afán esencial de mostrar conductas etiquetadas para enseñar una verdad oculta entre rectángulos, plumas y pliegues, atrae la atención del ojo gracias a unos signos dramáticos que rizan las palabras de Plauto hasta actualizarlas. ¡Qué empiece la función!—dice la figura. Ejemplo es la figura-criada, que evoca con su cuerpo, desde sus giros de brazos hasta la inclinación del cuello, una serie de intertextos procedentes de la televisión, desde el ‘¡Hombre ya!’ hasta ‘¡la manita relajá!’. Son efectos cómicos, incluso comicidad efectiva, que irremediablemente acercan a ese público que anhela ser tocado por el teatro, que lo encumbre y lo haga conocedor de todo lo que ocurre frente a él y con su permiso.
Entre bromas que saltan y ríen en la lógica dramática de Miles, todos los personajes fingen ser lo que no son. No al mismo tiempo, sino progresivamente. Parten de un espacio que se finge estar ahí; que por su materialidad sin artificios se burlaría de toda conciencia que lo transforme en ciudad. Es Éfeso, definido al superar un volumen irreal y mostrarse realizado por tres planos. La profundidad del fondo permanece delimitada por la cortina rectangular. Más próximas a nosotras, se sitúan cuatro imágenes-símbolo de columnas y ventanas alternadas. Los huecos entre ellas son significantes: son tejido intersticial por el que las telas blancas, verdes y naranjas van hilando los planos en forma de mueca graciosa.
Un cuerpo adicional nace de la voz de Carlos Sobera: es el lenguaje macedonio inventado y de sentidos tan elocuentes como cercanos a la escatología. Son signos clave en este texto dramático, al reforzar la risa de unxs espectadorxs dados ya al placer de reír fácilmente. Miles, comercial y, en el sentido de Ionesco, abiertamente popular. ‘¡Déjame que me luzca antes de que acabe la comedia!’ es el sintagma que no solo habla de sí como personaje, sino que es sinécdoque que representa al sistema semiótico dramático. La comicidad y sus bromas se regocijan entre los juegos de rol, porque están llegando al punto de fuga que es instante eterno y revelador. El ‘sietemachos’, hacedor de eufemismos fálicos que nunca se han hecho hasta hoy, se desnuda como portavoz de la moraleja o lección última. Se cantan proposiciones. Se expresa el valor de la belleza interior, de la prudencia, de la búsqueda de la felicidad, cuando lo mostrado en escena, lo risible, ha sido el sentido inverso: su envés vestido de narcisismo, paternalismo, insensibilidad e imprudencia.
Teatro metaléptico. Es real a la vez que ficticio. Teatro de reencuentros, todas las figuras nos apelan a vernos en ellas. ¿Y si Yo soy Ellas? Última gracia es pedirnos ‘estar agradecidxs a los dioses por lo que nos han dado’. La risa nos mira por el lateral, ¿le haremos caso? Fingiremos no verla, pero aplaudiremos sus giros en este Gran Teatro. ¿A quién no le va a gustar una versión de comedia romana del siglo II a.C.? Estás hecha para conectar con la mayoría. Miles Gloriosus, por tus giros y miradas, eres leída en espiral.
Andrea Simone
FICHA ARTÍSTICA:
•Obra: Miles Gloriosus
•Director: Pep Antón Gómez
•Versión libre: Antonio Prieto
•Elenco: Carlos Sobera, Ángel Pardo, Elisa Matilla, Silvia Vacas, Juanjo Cucalón, David Tortosa, Antonio Prieto y Arianna Aragón
•Diseño escenografía: Alejandro Contreras
•Diseño de vestuario: Ana Ramos
•Diseño de iluminación: Miguel Ángel Camacho
•Caracterización: Lolita Gómez
•Composición musical original: Mariano Marín
•Coproducción del Festival de Mérida y Arequipa Producciones
Gran Teatro de Córdoba, el 07/01/2023