‘A sombra de Cristal’ casa lo culto y lo popular
Lo culto y lo popular tocándose. Velahí la mejor combinación. ¿Por qué? Por la capacidad de conciliar aspectos que, en las percepciones más ortodoxas, parecen irreconciliables. Por la capacidad para demostrar que las polaridades son reduccionismos que, en el fondo, ocultan nuestra pequeñez y nuestro temor al descontrol, fuera de las cláusulas fácilmente etiquetables. Por la capacidad para permitir que toda la escala de grises, e incluso toda la gama cromática que supera la del arco iris, pueda colorear la experiencia artística. Por la aceptación de la complejidad humana, que reside en todas esas gradaciones y niveles respecto a las sensibilidades, gustos y fruiciones.
Velahí las virtudes de la ópera titulada A sombra de Cristal (La sombra de Cristal), con música de Fernando Buíde del Real y texto y dirección escénica de Quico Cadaval. Estrenada el 9 y el 10 de diciembre de 2021, en el Auditorio de Galicia, en una producción de Amigos da Ópera de Santiago de Compostela y la Real Filharmonía de Galicia (RFG), en coproducción con el Centro Dramático Galego (CDG), con el apoyo del Xacobeo 2021-2022.
Velahí esas virtudes porque se trata de una ópera que sabe conjugar lo culto con lo popular, como si fuesen la misma cosa.
La ópera, en sus variantes, incluyendo la llamada ópera bufa, tipo La serva padrona de Giovanni Battista Pergolesi, que acompaña, en el programa, a A sombra de Cristal, se considera un género escénico inscrito dentro de la llamada música culta. Partituras de una cierta complejidad harmónica y melódica, para conjuntos instrumentales amplios, en los que no suelen utilizarse instrumentos eléctricos, interpretados por maestras y maestros virtuosos, bajo la batuta de alguna figura de reconocido prestigio.
No es fácil juntar el equipo artístico y la producción necesarias para crear una ópera original. En lo que va del siglo XXI, si no me equivoco, solo tenemos tres óperas gallegas originales: O arame (2008), ópera de cámara, con partitura de Juan Durán y libreto de Manuel Lourenzo; A amnesia de Clío (2019), con partitura de Fernando Buíde y libreto de Fernando Epelde, estrenada con dirección escénica de Marta Pazos y producción de la Cía. teatral Voadora; y A sombra de Cristal (2021), ópera cómica, con composición musical de Buíde, libreto y dirección escénica de Cadaval y dirección musical de Paul Daniel, conduciendo a la Real Filharmonía de Galicia, como ya había acontecido en A amnesia de Clío.
Paul Daniel es uno de los directores de ópera más prestigiosos del mundo, condecorado con la Cruz del Imperio Británico y ganador del Premio Olivier por sus destacados logros en la ópera.
Como no es tonto y sabe lo que es bueno, aquí lo tenemos, como director de la Real Filharmonía de Galicia desde o 2013, compatibilizándolo con la dirección musical de la Orquesta Nacional de Burdeos.
Cuando Paul Daniel apadrina el nacimiento de una ópera, debido a su larga y exitosa experiencia, sabemos que va a haber garantías.
Cuando el virtuoso conjunto de la RFG va a ser quien interprete la partitura, sabemos, también, que va a haber garantías de que esa partitura non va a ser cualquier cosa.
Pero las buenas expectativas también vienen de la trayectoria académica y artística del joven compositor Fernando Buíde (Compostela, 1980), Doctor por la Universidad de Yale, que debutó como compositor con la Sinfónica de Pittsburgh y cuya música ha sido programada por importantes orquestas estatales e internacionales.
Y el dramaturgo y director de escena, Quico Cadaval, a quien le debemos algunos de los mejores espectáculos del teatro gallego, desde sus revisiones de algunas comedias de Shakespeare o las adaptaciones de fina orfebrería verbal y teatral con textos de Cunqueiro, hasta sus creaciones originales con la Cía. Excéntricas o con Mofa e Befa. Por no hablar de su maestría como narrador oral y sus espectáculos unipersonales, en los que es capaz de conectarnos con lo más auténtico de la lengua y del imaginario, respecto a historias y personajes, del ecosistema gallego y sus ramificaciones mundiales.
Con estos mimbres el resultado difícilmente podría decepcionar a los paladares más exigentes.
El programa, presentado en el Auditorio de Galicia el 9 y el 10 de diciembre de 2021, comenzaba con la escenificación de La serva padrona de Pergolesi, con la soprano María Hinojosa en el papel de la sirvienta Serpina, el barítono César San Martín en el papel del patrón Uberto y el actor Víctor Mosqueira en el papel del criado Vespone.
En ambas obras, la de Pergolesi y la de Buíde, la orquesta, la RFG, ocupa el escenario y en el proscenio se hace la representación teatral. Ésta se articula con elementos básicos de atrezo, utilería, caracterización y una eficaz y bella iluminación de Fidel Vázquez. La luz colorea de rojo el ciclorama del foro, en La serva padrona, y de azul atlántico en A sombra de Cristal. Llena de calidez el espacio de la orquesta, casi como si la música fuese el fuego que anima el hogar de la representación. E impacta, con unos tonos más brillantes, en ésta, desnudando su carácter teatral y casi circense.
La representación de las escenas de La serva padrona, en las que la sirvienta Serpina, a través de un engaño carnavalesco, urdido en complicidad con el criado Volpone, consigue vencer el orgullo y las reticencias de su amo Uberto, de una clase social superior a la suya, se muestran aquí, en la concepción de Quico Cadaval, sin encorsetamientos historicistas ni pirotecnia escénica. Los medios justos y necesarios para montar un juguete cómico que, más allá de la gracia del propio argumento, también nos produce delectación por la evidencia del propio juego teatral.
El espíritu lúdico que, junto a la música, otorgan las destrezas del singular clown que posee Víctor Mosquera, en el papel del criado mudo Volpone, lleva la escena al necesario divertimento que casa lo popular con lo culto.
El clown es una expresión cómica que no aguanta estereotipos, sino que los singulariza porque cada actor y cada actriz tienen su propio clown, único e irrepetible. Mosqueira lo trae muy trabajado del dúo cómico Mofa e Befa, junto a Evaristo Calvo. La base de su interpretación, en La serva padrona, es su clown y la elocuencia de sus gestos y pantomimas. Desde ahí construye el tipo del criado y los gags con el plumero de quitar el polvo. Desde ahí introduce citas explícitas a Chaplin o a un Capitano de la Commedia dell’arte italiana, cuando su personaje Volpone interpreta al soldado Tempesta, el supuesto pretendiente de Serpina, que demandará una elevada dote económica al patrón Uberto para casarse con ella, amenazándolo de que, o bien, le da la dote o bien es el propio Uberto el que se deberá casar con Serpina.
Esas citas no solo enriquecen el espectáculo, sino que, además, en el juego de transformaciones y disfraces, se producen cambios sorprendentes que, escénicamente, le dan el ritmo de comedia. Las entradas y salidas de Volpone dinamizan lo visual y lo intencional (la acción) y favorecen, también, la interpretación actoral de María Hinojosa y César San Martín, porque les permite un abanico mayor de reacciones y de disposiciones en el espacio, quebrando así el peligroso estatismo acartonado al que podría llevarles el estilo barroco de la propia ópera.
Por decirlo en otras palabras, el contrapunto clown de Víctor Mosqueira, favorece el refuerzo de lo bufo, de lo cómico, que equilibra, de esta manera, la potencia del brillo y fluidez que luce la interpretación musical de la RFG, y se aviene, perfectamente, con la expresividad que le imprime la conducción certera de Paul Daniel.
Al no haber escenografía teatral, más allá de un sillón, una percha y una mesita, y al compartir escenario con la orquesta, hubiese sido muy fácil que la representación quedase restringida a una especie de recital. Sin embargo, el enfoque del personaje del criado Volpone, que le da Mosqueira y Cadaval, logra un rentable dinamismo escénico (en lo visual y lo cinético) y teatral (en el juego dramático enriqueciendo la acción de la historia que se representa).
Al mismo tiempo, la escenificación horizontaliza la importancia de los tres actuantes, eliminando así las jerarquías, lo cual no deja de ser una práctica actualizadora, que implica una revisión política no solo de los contenidos, sino también de las maneras y los procedimientos.
Esto mismo acontece con el tratamiento de género. La escenificación de Cadaval y la interpretación de César San Martín matizan la masculinidad del patrón Uberto, alejándola de cualquier asomo machista. Del mismo modo que María Hinojosa en ningún momento recurrió a la objetualización del personaje femenino. Ambos supieron mostrar la fuerza de las intenciones de sus personajes, pero también sus debilidades y vacilaciones, sin caer en tópicos y sin perder la gracia y la agilidad de lo cómico.
Sobre la interpretación de la soprano y el barítono, María Hinojosa y César San Martín, solo admirar la soltura y la convicción de sus voces y de su capacidad para jugar los personajes, tanto en La serva padrona como en A sombra de Cristal. Admirable la interpretación de las actitudes, intenciones y emociones de los personajes, así como la entonación, articulación y fraseo, tanto en italiano, en la de Pergolesi, como en gallego, en la de Buíde.
En A sombra de Cristal la acción se traslada a nuestros días, unos tres siglos, después de La serva padrona, con la que establece un diálogo igualmente lúdico, basado en unos paralelismos entre los personajes y la historia.
El patrón Uberto será Trocado, Conselleiro de Harmonía e Innovación de la Xunta de Galicia, culto, sensible, tímido y melómano, características que funcionan como mecanismo de preparación de la peripecia final.
La sirvienta Serpina será Cristal, la jefa de prensa del Conselleiro, creativa, dinámica, ambiciosa y quien lleva la agenda. Sus dotes organizativas y propositivas también serán un mecanismo de preparación para el sorprendente y divertido desenlace.
Por su parte, el criado Volpone será Marcial, el celoso guardaespaldas del Conselleiro. Un exmilitar entrenado para no fallar ni desfallecer. Tan servicial que, lo mismo, se presta a hacerle un gin-tonic y un masaje en los hombros al agobiado Conselleiro, como a cachear repetidamente a quien entra todos los días en su despacho, como Cristal, la jefa de prensa. Igual que le da el alto a quien aparece por primera vez, incluido el propio Paul Daniel, cuando entra en el escenario y es detenido y cacheado por Marcial, que intenta incautarle la batuta, sospechando que puede ser un arma blanca.
Daniel se presta a seguir el juego, como un actor más del elenco. Marcando, así, desde el inicio, el carácter metateatral e incluso metamusical de esta obra. Porque, al seguirle el juego a Víctor Mosqueira, como Marcial, guardia de seguridad del Conselleiro, Paul Daniel activa la convención teatral, reaccionando a las interpelaciones de Marcial, y sitúa al director de la orquesta como un personaje más.
Además de quitarle la batuta, Marcial le hace señales para que le muestre la documentación. Cuando Paul Daniel saca la documentación roja del bolsillo de su pantalón negro y Marcial la ojea, el guardaespaldas comienza a temblar al darse cuenta de que ha detenido a toda una autoridad. Entonces cambia de la actitud envalentonada a la sumisa y reverencial y advierte, con gestos, a los músicos para que atiendan al director que acaba de llegar. El gag es tan sencillo como sorprendente y eficaz y de este estilo van a ser el resto.
En la partitura, Fernando Buíde comienza con una cita de La serva padrona y desde ahí, seguirá, con libertad creativa, contagiado por el espíritu chispeante y envolvente que se desprende de la ópera de Pergolesi. La entente, texto – música, es total.
La fruición lúdica y festiva, desenfadada y con su lado jocoso de crítica social y política, que suele caracterizar los trabajos de Quico Cadaval, es asumida con generosidad y sin prejuicios por Buíde. El compositor juega, igualmente, a que la orquesta haga sonar tanto la música en la que se entretejen las voces, con destaque eficaz en lo dramático (en la acción), como sonidos incidentales como, por ejemplo, el del teléfono móvil del Conselleiro Trocado, o los pájaros de la escena en la que Cristal abre las ventanas del despacho para que entre aire fresco. O la cita musical de un tema icónico de ABBA, cuando Trocado se viste de luces para asistir a un encuentro de la asociación VIP de fans del grupo sueco de música pop. Otra circunstancia del guión que funciona como mecanismo dramatúrgico de preparación de la sorpresa final.
Además, a Buíde tampoco le tiembla el pulso para seguirle el juego al tono de comedia sentimental que posee el texto, dándole a algunas escenas un aire de musical e infundiendo ciertos efectos que pueden recordar, en su función dramática y no solo, a Puccini.
La comedia sentimental, no obstante, está transcendida o, mejor aún, pervertida y desviada, aquí, por la inquieta y traviesa creatividad de Quico Cadaval. Por decirlo de otro modo, se trata de una comedia sentimental con dobleces que, al mismo tiempo que la cumplen, ironizan sobre la misma, en una suerte de desdoblamiento que aumenta el frenesí del goce intelectual, sin dejar de suscitar algún arrobo emocional.
Ya en los propios nombres de los personajes se juega con la ironía.
Trocado, va a trocar o cambiar, a lo largo de la trama, liberándose del agobio que le causa el cargo de Conselleiro.
Cristal va a conseguir romper el techo de cristal que siempre condena a la mujer a un puesto subalterno respecto al hombre. Además, el nombre también alude, como el propio personaje dice al presentarse, a que ella, como el cristal que no proyecta sombra, es la garantía de la transparencia informativa, del derecho a una información fidedigna, aunque, quizás, pueda estar polarizada. Velahí otro chiste, al trazar una analogía con las gafas de cristal polarizado y la ironía sobre el cristal como lente o perspectiva desde la cual se contempla lo que pasa, sobre la objetividad de la información respecto a lo que hacen los gobernantes que nos representan, etc.
Y Marcial, como su nombre indica, exhibe la marcialidad del militar, de los cuerpos y fuerzas de seguridad, aunque al final acabe colocado en otro lugar más nupcial que marcial.
Hay, además de en la historia de este triángulo, en la escritura de sus réplicas, gags verbales que combinan diversos recursos, desde una cierta parodia irónica de lo alambicado del melodrama. Por ejemplo, cuando Cristal describe al militar del que se ha enamorado, aderezado por rimas consonantes tan ripiosos como graciosas: “Un mozo lábil e sutil” (Un chico lábil y sutil), con un puntito hiperbólico. Así como calificativos de registro cursi, que se engarzan con un cierto barroquismo. O reacciones que parecen emitidas desde fuera de la ficción. Por ejemplo, cuando Trocado le replica a Cristal, en referencia a la loa que ella acaba de hacerle de su militar: “¡Qué oxímoron bizarro!”. O el juego verbal con onomatopeyas y sonidos, paralelos al “Tipití” y el “Tapatá” de los corazones de los amantes de La serva padrona, que se retoman en A sombra de Cristal para la “fiesta cardiofónica” de la nueva pareja amorosa. O las repeticiones de palabras como el “Sí / Sí / Sí…” o el “No / No / No…”, que generan un humor blanco y payasesco.
Los reflejos entre La serva padrona y A sombra de Cristal no solo están en las seis sílabas de ambos títulos, en la tríada de personajes con sus paralelismos en los roles y, en cierto sentido, en la historia, sino también en que Trocado, el Conselleiro, como ser sensible y melómano, descubre, igual que el patrón Uberto, las argucias de Cristal, al detectar las semejanzas del enredo con las de La serva padrona. Pieza que, además, es aludida por el propio Conselleiro, dentro de un programa de delicatesen musicales de la RFG al que pensaba asistir, en vez de preocuparse por la agenda de su Consellería, que, para él, como ser hedonista y sensible, acaba por ser una carga. Así pues, en una ópera se refiere, cita y apunta, la otra ópera, como en un juego de espejos.
El poder que nos acaba por restar libertad para hacer lo que nos apetezca y cuando nos apetezca. La actitud y las decisiones finales de Trocado, el atípico Conselleiro, podrían alimentar esta lectura temática. Del mismo modo que el desenlace sorprendente y gracioso, que no voy a desvelar, se presta, en su happy end, a una lectura naif y lúdica respecto a que cada cual debe intentar ser fiel a sus pulsiones y a lo que le mana y no esforzarse en remar contra corriente.
Evidentemente, la elección de un Conselleiro de la Xunta de Galicia, su jefa de prensa y su chofer guardaespaldas, abren las expectativas respecto a una pieza más crítica. Y la crítica está presente, no solo en la vacuidad del trabajo y las preocupaciones del gobernante y de su asesora, sino también en la importancia que la consejera del consejero le concede a la disciplina de partido encubierta, con el leitmotiv de serle útil al presidente (y no tanto al país), en una especie de mantra de servilismo. Así como en los guiños a la buena vida, al lujo y a los placeres concupiscentes en tiempos de Don Manuel. O, aún más general, el propio hecho de situar a cargos públicos importantes dentro del enredo de una comedia sentimental. Ésta ya es, en sí misma, una desviación o transgresión, porque lo esperable, por tanto, sería una comedia más filosófica, de ideas, o política.
Pero esta ópera bufa y, en general, la comicidad del teatro de Quico Cadaval nunca es ácida ni corrosiva, sino festiva y celebratoria. No se trata de que su perspectiva sea complaciente, sino que se debe, más bien, quizás, a que el dramaturgo y director gallego es capaz de comprender las debilidades humanas. No es que se las tome a guasa, pero tampoco se ocupa de cargar las tintas y hacer de ellas un dramón o una farsa destructiva.
Hay en el teatro de Quico Cadaval, y esta ópera cómica tampoco se escapa, un culto al disfrute y una invitación a que el escenario sea una fiesta reveladora, con uve.
Ese lugar en el que descubrir(nos) a través del juego es algo divertido y alegre y no un asunto grave y doloroso.
Un lugar en el que lo popular y lo culto acaban por hacer pareja y casarse, contra las preceptivas más conservadoras, jerárquicas o meritocráticas.
Ese espacio en el cual el humor es inteligencia atractiva y ésta, por tanto, no puede ser un asunto sesudo ni pesado. Igual que la música de Fernando Buíde, sin renunciar a la complejidad harmónica, melódica y tímbrica, puede discurrir con aparente ligereza y hacerle guiños a temas pop.
A sombra de Cristal es una fiesta para el oído, para la vista y para reconciliarnos con el mundo y con nosotras/os mismas/os. Una bocanada de buen rollo, con sorpresas, sonrisas, emociones y risas que nos convierten en niñas y niños mayores, emancipados. Porque aquí no hay trampas, los trucos se nos van descubriendo y no hay engaño, sino alegre desengaño.
Afonso Becerra de Becerreá.
P. S. – Otros artículos relacionados:
“La amnesia de Clío. Una ópera Voadora de Fernando Buíde”, publicado el 17 de noviembre de 2019.
“Quico Cadaval y el espectáculo de la narración oral”, publicado el 8 de julio de 2019.