A veces, sucede
El oráculo se apareció y se dirigió a cada uno de los presentes. Lo hizo a través del bufón de la corte, encarnado, esta vez, en una actriz de ojos grandes. El bufón repartió sus consejos como en los cuentos, otorgando un puñado de verdad a cada una de las personas que conformaban el coro. El loco no emergió por sorpresa, por ciencia infusa o como caído del cielo, no; Lo hizo tras 5 días de intenso trabajo sutil, de respiración abierta, de escucha real, de conciencia del ritmo, de pulso y compás.
Intensa sutileza o sutil intensidad. Para muchos de los habitantes de esta tierra de grúas, de acero y de construcción naval, eso de trabajar intensamente pero con delicadeza, es un oxímoron, un jeroglífico incomprensible, un rompecabezas. ¿Es que es posible acaso cantar bajito a gran intensidad? El carácter férreo de estos lares se refleja también en nuestra presencia actoral. Trabajamos desde lo que entendemos por potencia, tratando de emitir una gran fuerza desde un cuerpo que se nos queda rígido y con el que intentamos empujar la voz, las emociones, la respiración. Y es que emitir toda esa energía «a chorro» está muy bien, pero también es cierto que esa forma de proceder deja poco espacio a los matices, permite poca filigrana, escasos detalles. Los actores acostumbrados a trabajar de esta manera tenemos la sensación de no estar haciendo nada cuando tratamos de ser sutiles en escena. Pensamos: Si no aprieto, si no hay esfuerzo esforzado, es que no estoy trabajando.
Pero si escuchamos con atención y delicadeza, nos percatamos de lo difícil que resulta sostener el impulso verdadero en escena desde lo sutil, es como si intentásemos mantener una pluma en el aire constantemente con nuestro aliento. Y es que para trabajar con sutileza hay que ser muy fuerte, en realidad. Maravilla ver a Anu Salonen, actriz de la compañía polaca Piesn Kosla, trabajar desde la sutileza. Sus movimientos tienen la cualidad del agua que fluye, que, en su caso, es un riachuelo cristalino con pequeños saltos y remansos, corrientes fugaces y chispeantes remolinos. Muy tenue. Muy delicada. En su trabajo no hay grandes aspavientos ni voces catapultadas hacia el otro extremo de la sala, tampoco grandes zancadas atronadoras ni miradas clavadas en los ojos de otro alguien. Hay una absoluta conexión con la propia respiración, con el propio interior, así como una escucha activa y natural hacia el exterior, hacia el resto de los componentes del grupo, que no son, ni más ni menos, que el coro.
Muy importante el coro. Aporta las condiciones necesarias para que pueda producirse el milagro del teatro. A veces, sucede, y entonces… ¡voilà !: Ahí tenemos a Shakespeare hablándonos a través de los siglos con una humanidad pasmosa: «El que te sirve y busca beneficios y te secunda solo en apariencia hará equipaje al empezar la lluvia y sabrá abandonarte en la tormenta; mas yo me quedaré, el bufón se queda, dejando que alce el vuelo la cordura».