Académicos
Que Paco Nieva esté en la Real Academia de la Lengua Española jugando con sus luces y sus sombras, con su postismo, su imaginario, su invención colorista y petardista de vocablos y recuperación de expresiones adornadas me reconforta, como sabiendo que ahí tenemos a alguien que nos cuida las espaldas teatrales. Incluso Buero Vallejo aposento su misticismo castellano. Miren, hasta un forofo como Luis María Anson, puede andar por la santa institución fijando vocablos provenientes del mundo teatral desde la escritura, pero que el insigne José Luis Gómez llegue al asiento Z, nos coloca ante una magnífica realidad: los académicos confían más en el Teatro, que los teatristas.
Tiene escrito desde hace mucho Alfonso Sastre (¿por qué se la excluido de la Academia y de tantos lugares donde se merece estar?), que los autores de teatro hacen «parlatura», para distinguirla de la literatura, ya que son palabras, escrituras para ser dichas, parladas, concepto que José Sanchis Sinisterra acoge y convierte en «narraturgia», cuando se refiere a la escritura para escenario.
Los académicos, al hacer entrar a su sede a un actor, director, estudiosos sin apenas una línea de pensamiento o de creación escrita, reivindican un magnífico intangible: decir un texto es tan importante como escribirlo, y esa Academia es de la Lengua Española, y la lengua se magnifica cuando se dice de manera excelsa desde un escenario o ante una cámara de televisión o de cine. Estamos, pues, ante un hecho histórico, un signo de apertura y de modernidad incalificables de los académicos, ya que la referencia de este nuevo académico, no sobre creación literaria propia, sino de la interpretada o dicha. Una paradoja que nos descoloca pero, a la vez, nos congratula.
Lo que no es de recibo es que se intente señalar que Gómez es una especia de sustituto de Fernán Gómez. No. NI por trayectoria actoral, ni por trascendencia de su obra se pueden comparar. Y además Fernando Fernán Gómez escribió obras de teatro magníficas, series de televisión, guiones de cine, y unas memorias, artículos y novelas que le confiere otro rango. Ni mayor ni menor, pero no comparable,
Bueno, tenemos a un académico dirigiendo el Teatro de la Abadía, y dirigiendo un texto de Paco Becerra. Eso es lo importante, que con sillón o sin él, es un hombre de teatro de primera línea, uno de los nuestros, con una coherencia en su trayectoria realmente importante, ahora con un laurel que no acabemos de saber de dónde y por qué le viene, pero que nos satisface que lo luzca. Tendremos que recordar su espléndido «Informe para una Academia» con el que lo conocimos.