¿Acaso hay respuesta?
En ocasiones, siempre que puedo y las circunstancias me lo permiten, practico el soliloquio, en voz alta, ensayando respuestas a cuestiones que me inquietan. Hay asuntos interrogantes que me acompañan durante largas temporadas. Algunos se van esfumando sin solución otros se incorporan a mis pasos y se parapetan detrás de mi mirada. Hay dudas larvarias que se incuban durante mucho tiempo y que apenas se dejan sentir, a no ser por leves titubeos inesperados, hasta que, de repente, algún suceso vital las despierta o las hace brotar. Entonces, esas dudas que permanecían en estado latente, pasan a un rabioso picor presente y pugnan por encontrar una certeza que las mitigue o apague.
Casi todos, por no decir la totalidad, de los acontecimientos relevantes o climáticos de la vida, según mi experiencia, generan, más que una resolución, una expectativa, una cuestión, una duda, un picor, un desasosiego.
Esos acontecimientos encrucijada son equivalentes a situaciones de desequilibrio. Nos colocan fuera de nuestra zona de confort o, por decirlo de otra manera, nos descolocan. El desequilibrio mueve y promueve. Pone en movimiento. Nos mueve y, de alguna manera, al menos desde una perspectiva positiva y constructiva, nos hace avanzar y crecer.
No se trata de un crecimiento que se genere desde la seguridad, la estabilidad o el estancamiento, sino de un crecimiento que es estimulado por la inquietud, la incerteza y la búsqueda. Se trata, pues, de un desequilibrio benéfico en tanto en cuanto compromete todo nuestro estar y todo nuestro ser.
Las encrucijadas o cruces de caminos son, desde tiempos inmemoriales, lugares mágicos. Según Juan Eduardo Cirlot el cruce de caminos, además de un signo de conjunción y comunicación, también es un signo de inversión simbólica, una zona en la cual se produce un cambio trascendental de dirección, o se desea provocar ese cambio.
Explica Cirlot que en las danzas medicinales se cruzan espadas, barrotes, para provocar el cambio (curación), es decir, para modificar el curso del proceso sin que éste llegue a su final ordinario.
La superstición utiliza el cruce de dedos o de objetos.
En Galicia las encrucijadas suelen tener un menhir coronado por una cruz (lo celta en la base y lo cristiano después) para señalar esos lugares de transición y cambio. Esos lugares ideales para el «To be or not to be».
En un luminoso artículo titulado «Teatro sin respuesta», mi amigo Josep Maria Miró Coromina, expone: «Quizás no llegaremos nunca a encontrar respuestas, pero en su intento se abrirán procesos íntimos y colectivos de análisis y reflexión que, posiblemente, nos transformarán como ciudadanos y sociedades.»
Del soliloquio proferido en voz alta o pensado en silencio o escrito en poemas, ensayos, literatura dramática… al diálogo teatral, a la juntanza teatral, en busca de una verdad furtiva, esquiva, insondable, quizás, incluso, inexistente. Pero cuyo proceso de indagación produce cambios energizantes, revitalizantes, antioxidantes… Sí, seguramente, el proceso de duda e indagación eleve las endorfinas, la adrenalina, y sea propicio a una mayor sinapsis neuronal. Una unión o enlace funcional intercelular entre neuronas, con impulsos nerviosos, descargas químicas, corrientes eléctricas, etc. En resumen: vida.
¿Cómo entender la vida sin progreso, transformación y cambio?
¿Cómo entender la vida?
¿Cómo entender la vida sin dudar?
Hay un poema de Gonzalo Navaza que, desde que lo leí y lo padecí gozosamente, no deja de acompañarme en substitución de aquellas oraciones que los católicos esgrimen ante el peligro o la duda (el miedo a la duda). El poema reza así, en sus primeros versos:
«É duda debida dubidar da vida
de amor non»
Este inicio de poema sale del libro titulado LIBRA de Gonzalo Navaza. Libra como balanza o juego de equilibrios, como signo del zodíaco, como femenino (im)posible de libro… Y nos sitúa, quizás, ante la incertidumbre vital salvando la excepción de la fe y sus dogmas. El amor es ciego. El amor es cuestión de fe. El amor como creencia.
Los dogmas de fe no admiten dudas ni heterodoxias.
Volviendo al artículo del dramaturgo catalán Josep Maria Miró Coromina. «Teatro sin respuesta», entre otras estimulantes declaraciones, expone: «Este teatro, quizás desestabilizador y del malestar, me interesa especialmente. Pienso que una de las funciones básicas del teatro – y de muchas manifestaciones artísticas y culturales – es generar debate y reflexión. Pienso que no hay nada más burgués que el teatro para los convencidos, que sirve para reafirmar nuestras convicciones en lugar de ponerlas en duda.»
La congratulación, la necesidad de la afirmación condescendiente, el no incomodar… o la pose del enfant terrible, la provocación vacua y estéril para congratular a quien está deseoso por confirmar su estilo moderno y supuestamente rompedor, no son más que gestos inocuos que ni salvan ni condenan, ni mueven ni promueven. Gestos conservadores disfrazados. Expresiones del miedo humano a los cambios, a lo desconocido, al natural final, a la natural impermanencia, a la arruga y al culo fláccido.
Me vienen a la mente los sermones teatrales de la autodenominada «escena alternativa» en los que sus «artistas» adoptan, inconscientemente, la posición jerárquica de un dios que está por encima del mal y del bien y que posee la sabiduría y la gracia para decirnos, a nosotras/os, lo podrida que está la sociedad de consumo y apuntarnos con el dedo señalando nuestra connivencia y complicidad con esa sociedad militarista, neoliberal, etc. Esos artistas que lanzan su panfleto desde un portátil Apple y que llevan conexión a internet en sus smartphones.
La escena alternativa que proclama la horizontalidad en los procesos creativos y la dramaturgia colaborativa, aunque opten por un sistema piramidal a la hora de programar de manera unipersonal o de esgrimir su voz (post)dramática como testimonio y ejemplo de la verdad.
Es duda debida dudar de la vida,
de amor, no.
Sobre todo si se trata de un amor ciego.
Que en el teatro y en la vida
(o en el teatro que es vida, así como en la vida que es teatro)
amar con luz es mejor y más excitante que amar a oscuras.
Ver y dudar.
Ver y cuestionar.
Cuestionar y cambiar.
Cambiar y avanzar.
Amar con luz y no a ciegas.
Afonso Becerra de Becerreá.