Acto de responsabilidad
La voz crea metáforas. Ayudar a una persona a desarrollar su voz para que se convierta en su propia voz es entrar en un amplio abanico de metáforas. Y cada una de ellas saca a la luz representaciones que invitan a lecturas de profunda resonancia.
Por siglos se nos ha infiltrado en sangre el mensaje religioso de dejar el poder de salvarnos de la adversidad en manos del Todo Poderoso, sea cual sea su nombre. Aleccionados para buscar en escritos antiguos, doctrinas políticas, manuales de autoayuda o estudios científicos las directrices que moldeen el modo en el que vivir nuestras vidas. Nuestras naturales brújulas internas educadas, quebradas. Si nos escucháramos sabríamos que es aquello que nos es íntimamente fiel. Nuestra voz es eclipsada por la credibilidad y el nivel de autoridad que se nos ha inculcado debemos dar a otras voces. Voces que no conocen nuestra realidad interna. Hemos sido incitados sino en ocasiones instruidos, a colocar nuestras almas, cuerpos, mentes y vidas al servicio de otros, gobiernos, iglesia, dioses por medio de una herramienta mortífera, dañina y tóxica mal llamada, educación. Cómodo seguir el rebaño. Un precio: la fractura interior, la traición a nuestro ser. De la fractura nacen las enfermedades y se reactualiza la situación de dependencia de aquellos que sí saben, sean médicos, curas, psiquiatras, intelectuales, profesores, científicos, listos de turno, etc. Construir nuestro propio camino diferenciándonos de las líneas generales dictadas por aquellos que se sientes en posesión de la razón y la verdad, es un camino difícil, pero plenamente satisfactorio porque el vacío interior, ese mal que asola nuestra sociedad moderna, no tiene lugar.
Ayudar a una persona a encontrar su propia voz es un viaje que yo elijo compartir desde la posición de aquel que acompaña apoyando en mi experiencia personal y conocimiento técnico. Orientando, proponiendo, reflejando, trayendo a tierra fantasmas que pudieran aparecer y perturbar el proceso. Una posición en la que se ayuda al otro – sea actor, cantante o no – a realizar sus propias elecciones y a través de estas elecciones construir su estructura vocal y su imagen vocal, su forma de estar, de expresarse e interrelacionarse con el mundo en el que vive; a utilizar su voz de forma creativa de acuerdo a su propio criterio. Acto de responsabilidad.
Nada que decir cuando una persona quiere entrenar su voz y moldearla para ponerla al servicio de disciplinas artísticas con una marcada estética sonora sea esta clásica, jazzística, pop, o folk. Estéticas vocales que tienen sus distintivas señas de identidad, construidas, o bien por los compositores, como en la ópera, o bien, por la ornamentación propia de las tradiciones culturales enraizadas en la cotidianidad del lugar donde nacen, de sus labores, su clima, su historia. A veces, la persona se pierde, busca referencias para saber qué «está bien o qué está mal». El límite está en no hacer daño ni a uno mismo ni al otro. Las referencias guía son simples, orgánicas: si nos rasca la garganta, pica, escuece, se estrangula, duele, si hay demasiado esfuerzo, el cuerpo está indicando que en algún sitio nos estamos atorando, haciendo demasiado o hay algún déficit .¿Me gusta?, ¿hay placer?, ¿me siento bien?, ¿siento facilidad?, indicadores que no fallan. Sentirnos y creernos. Y repetir para explorar y repetir para asentar los caminos transitados y repetir desde la vivencia del placer de sentirnos en nuestra voz para construir una forma vocal sólida. Este proceso de construcción se convierte en un acto de responsabilidad y de respeto hacia nuestra identidad de personas libres. Alguien puede pensar, ¿y cuando un director pide algo concreto? Incluso ahí tenemos siempre margen para hacer propio aquello que se pide y darle nuestro sello único e intransferible. Formar la voz se convierte así en un experiencia de contacto con la diferencia que aporta el otro y su sonido y enriquece.