Adecuarse al contexto
Hace una semana regresaba a Bogotá, después de visitar La Peña, Cundinamarca. Estaba en la gira de las dos obras que se inventaron los estudiantes de sexto semestre de la UPN y cuyo proceso de creación colectiva he venido acompañando desde el año pasado.
Y estoy pensando en la importancia de saber adecuarse al contexto, de leerlo, de comprender que tiene una manera de ser. Y que, pese a que uno puede llegar a un territorio ejerciendo el rol del artista o del profesor, no llega con la verdad, ni con el conocimiento absoluto de cómo debe ser el teatro o de cómo debe aprenderse y/o enseñarse. Cada territorio tiene sus particularidades y uno es, más bien, un invitado. Afortunadamente, siempre he sido una invitada de las que sabe portarse bien. Aunque parezca mentira, lo cierto es que muchos invitados se portan mal.
Con el pasar de los días, mientras observaba y acompañaba a los estudiantes a realizar talleres de teatro, en casas para el adulto mayor, escuelas rurales y colegios, empecé a notar cuánta diversidad hay en los modos de pensar y de ser, y pese a que uno tiene ciertos referentes, también vale la pena amplificarlos y adecuarlos a las poblaciones con las que se trabaja.
Esta fue la primera lección que me dieron las mujeres adultas mayores y mis estudiantes. Ahí estaba yo, parada en el umbral de la puerta observando cómo las estudiantes realizaban una actividad en la que invitaban a las señoras a mover las manos y alguien dijo: “muevan los dedos como si estuvieran tocando piano”. Y ninguna de las señoras supo que era lo que había que hacer. Debo subrayar que nos encontrábamos en un municipio rural, agrícola, productor de panela, ubicado en la cima de las montañas andinas. Otra estudiante, que había crecido en este territorio, al notar que las señoras no entendían la indicación tomó las riendas del asunto y propuso: “muevan las manos como si estuvieran haciendo arepas”. Santo remedio. Todas las mujeres empezaron a hacer arepas de todos los tamaños, cada una tenía un estilo particular y estaban felices. No solo trabajaron la movilidad de sus cuerpos, sino la imaginación y la memoria.
Lo mismo pasó en otra ocasión, pero esta vez durante un taller con niños. Un estudiante dijo: “caminen por el espacio como si estuvieran en la playa”. Y los niños se quedaron quietos, seguramente, porque ninguno conocía la playa. En esa pausa, en ese silencio, el estudiante lanzó una nueva apuesta, porque para entonces nos empezábamos a dar cuenta: “caminen por el espacio como si estuvieran caminando por la orilla del río”. Y todos los niños empezaron a moverse por el salón como si estuvieran entre el agua, las piedras y la arena del río. Y mientras los días iban pasando, más se nos iba revelando que éramos nosotros los que debíamos traducir, adecuar las metáforas a ellos, en vez de intentar imponer nuestros referentes, eso si queríamos establecer un vínculo con la comunidad. Y así lo hicimos.
Domingo 5 de mayo del 2024
Bogotá, Colombia.