Ágora
Paseando por la calle de la Portaferrissa en Barcelona, entre rebaños de turistas, ejecutivos acelerados, modernos taciturnos y turbas efervescentes de preadolescentes consumistas, me pregunto cuáles son las funciones del espacio público en el siglo XXI, qué esperamos de él y qué derecho real tenemos los ciudadanos sobre este espacio común.
Está claro que los espacios abiertos del centro de nuestras ciudades están lejos de lo que podían haber sido ágoras o foros en las antiguas Grecia o Roma, respectivamente. La vida social de nuestros contemporáneos pasa de puntillas por el espacio público. Salimos de casa para comprar o tomarnos una cerveza en una terraza, ¿no es cierto?
También es verdad que últimamente estamos saliendo por motivos políticos. Las manifestaciones se suceden y dan fe del enfado y la preocupación que nos generan los agravios socioeconómicos que estamos padeciendo. Aunque no les guste a unos pocos, parece que continuamos vivos y que nuestras calles y plazas están para algo más que para aguantar farolas o aparcar coches.
El lugar que ocupa la cultura en este espacio es el más reducido. Por un lado, llevamos años –muchos años ya, parece mentira lo que estamos haciendo durar todo esto- con festivales o certámenes especializados extinguiéndose o bien agonizando. Por otro lado, organizar actividades culturales en el espacio público puede ser muy caro y no se puede pasar por taquilla. Además, con la legislación actual y la pereza que genera surfearla, cada vez resulta más difícil organizar un acontecimiento artístico en el espacio público. Nos estamos acostumbrando a acumular las actividades que puedan realizarse al aire libre en fiestas locales, celebraciones de barrio u otros festejos señalados.
De esta manera, si bien hace unos años este tipo de celebraciones suponían un circuito bastante sólido para las Artes de Calle, hoy día podemos comprobar cómo este género está siendo substituido paulatinamente por actividades relacionadas con el mundo amateur o subproductos de dudosa calidad que revientan el mercado –y digo mercado por decir alguna cosa-.
Paradójicamente, la realidad que vivimos parece que está empezando a asomar seriamente en forma de contenido en diferentes producciones callejeras. La política y la cultura vuelven a darse la mano. Diversas compañías están apostando fuertemente por el teatro denuncia. También este tipo de materiales está interesando al circuito que nos está tocando vivir, tanto a nivel estatal como internacional. Pienso en los últimos trabajos de Wired Aerial Theatre, Hortzmuga Teatroa, La Patriótico Interesante; o el discurso de otros más jóvenes, como las A Part Etre o los Obskené…
…Y llegados a este punto, cuánto sentido les veo a las Artes de Calle en estos momentos, cuánta necesidad de diálogo y de espacios para el encuentro entre unos y otros… Bienvenidos sean todos aquellos dispuestos a velar por el espacio público, a reivindicar la función social del centro de nuestras ciudades, nuestras plazas como ágora -en su sentido más clásico- en el occidente que nos están haciendo vivir. Salgamos a la calle y participemos del futuro que nos espera. Nos pertenece a todos.