Velaí! Voici!

Al calor de los teatros

“Veo o tempo dos bullós

e de porse tral’o lume.

Polo alento e polo fume

hase indilgar de nós…”

(Os Eidos, de Uxío Novoneyra)

Heldu da gaztainaroa

eta sutondoan jartekoa.

Arnasaz eta keaz

somatuko gaituztela…

(Bazterrak, de Uxío Novoneyra en la traducción de Koldo Izaguirre)

Ha venido el tiempo de las castañas

y de ponerse tras la lumbre.

Por el aliento y por el humo

se ha de saber de nosotros…

Cuando llega el frío rezo este poema que, como otros de Novoneyra, me sé de memoria desde la infancia. Igual que en las fuerzas telúricas que emanan de la dramaturgia de Valle-Inclán, en la poesía de Novoneyra encontré esas mismas energías y el panteísmo que me une con la tierra. Valle-Inclán y Novoneyra, dos niños de la Galicia profunda.

Hace unas semanas los medios de comunicación difundían la noticia de que una jueza de Marbella retiraba la custodia de un bebé a su madre gallega, para concedérsela al padre marbellí. Aducía, para justificar su veredicto, que la criatura tendría más oportunidades en la vida si crecía en una ciudad cosmopolita como Marbella, donde reside el padre, que no en un pueblecito de la Galicia profunda, de donde procede la madre. Y eso debe de ser porque el contacto directo con la naturaleza menos explotada no nos puede enseñar nada.

Comienzo con esta digresión y, antes, con un poema de 1952 escrito en las montañas del Courel, en la Galicia profunda, sin duda la más maravillosa de todas las Galicias que podamos imaginar. Lo reproduzco en euskera, una lengua de orígenes ignotos, tan antigua, quizás, como las montañas que parieron Os Eidos a través de Novoneyra.

Y rezando el poema de la invernía me doy cuenta de que, para mí, desde que dejé la comarca de Os Ancares, las castañas y la lumbre son ahora el refugio deslumbrante y cálido de los teatros, esas casas comunales en las que se activan los antiquísimos ritos de la danza y el teatro. Esos lugares en los que el ser humano se guarece reconociéndose en sus debilidades y fortalezas, emocionándose con un gesto y una mirada, con una palabra, con una inflexión de la luz…

Hace frío, entramos en un bar o en un restaurante. Hay ruido, cada uno va a lo suyo y continúa con sus poses y sus conveniencias, otros se refugian en la escapada que les puedan proporcionar unas copas… Sin embargo, entramos en un teatro y, si funciona, todo cambia y cobra un sentido hondo. No hay ruido y el rito nos invita a olvidarnos, por un tiempo, de las conveniencias y las poses más perentorias. A la lumbre de la danza y del teatro, y donde pone “lumbre” léase fascinación, iluminación, emoción, vibración, etc., el aliento de lo común comienza a ser uno, y donde pone aliento léase respiración, pensamiento, comunidad.

Incluso en la distancia física y sanitaria (esa que impide que nuestros aerosoles se toquen), la danza y el teatro, respecto a la espectadora y al espectador, disminuyen y eliminan las distancias sociales. Porque una cosa será la distancia física y sanitaria y otra la social y afectiva. El rito de la danza y del teatro es un arte vivo que nos toca y nos vincula, que nos saca de nuestro lugar individual. No nos saca, nos libera de nuestro “ego” para conectarnos con algo mucho más primordial, relacionado con los afectos y con lo humano. Lo humano como lumbre, como calor, como lo que nos es común.

Por eso, cuando tengo frío, necesito el calor de los teatros.


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