Sangrado semanal

Al son de la liana

Nace el día en Miami. Son las 7 y veinte de la mañana. Los autóctonos currantes llevan ya dos horas en el coche para ir a los respectivos trabajos. Los súper-ricos también lloran, me han dicho. Pero no madrugan.

Hay calma en el ambiente. Y siempre ruido de fondo de ventiladores de aire acondicionado. Una bicicleta por aquí, alguien con gorra y sobrepeso por allá… Y árboles. Pequeños reductos de vegetación frondosa everywhere.

Me ha dicho un actor de por aquí que se llama Ariel, que se han cargado la selva que esto era antes. Para que se haga usted una idea, me dijo, no hace tanto tiempo que aquí se rodaron algunas de las películas de Tarzán.

Hemos actuado. La comunidad hispana de Miami tiene una escucha dulce, que envuelve. Y ríen. Ríen a mandíbula batiente cuando la escena les da permiso para hacerlo. Hay respeto y miradas claras. Ropa elegante de vistosos colores. Aquí, las personas aún se arreglan para ir al teatro.

Un teatro que está perfectamente preparado. Nunca he visto un suelo de linóleo tan bien extendido. Todo el cableado pulcramente encintado y protegido por carcasas solidamente agarradas al suelo para que los actores no tropecemos en el vaivén que se vive tras las patas del escenario durante la representación. Muy probable que toda esta pulcritud tenga mucho ver con el gusto del norteamericano por las denuncias legales, que interponen ante cualquier nimiedad. Es uno de los deportes nacionales. Ante el cual, solo queda curarse en salud y andarse con mucho ojo.

Tras la representación, hay forum. Se queda un 70% de los espectadores. Mario Ernesto, director del Festival Internacional de Teatro Hispano de Miami, guía con arte y buen ritmo la dialéctica entre preguntas y respuestas. Los diferentes espectadores quieren saber. Nosotros respondemos. Las cuestiones trascienden el espectáculo en sí para preguntar acerca de los orígenes del grupo, el entrenamiento, la disciplina, el trabajo vocal, el hecho de vivir para el teatro y del teatro…

La atmósfera es familiar. Reina un aire distendido, pero, al mismo tiempo, entendido. Parece que aquí están en su salsa ante encuentros de este tipo. Reuniones entre espectadores-director-actores. Están acostumbrados a intercambiar impresiones. Regalan sus opiniones. Son generosos. Y entonces, esto que hacemos y que se llama teatro cobra otra dimensión.

Y entiendes un poco más, por qué esto del teatro es algo tan incomprensible.

Se asumen grandes riesgos con poca bonificación económica en la mayoría de los casos. En un mundo como el nuestro, ¿qué sentido tiene hacer lo que hacemos? Es una bofetada en la cara del sistema. Porque para el sistema en el que vivimos es inútil y resulta un sinsentido invertir tanto tiempo, empeño y esfuerzo en algo que se lleva el viento y que no reporta beneficios económicos.

Pero mientras quede un solo árbol, seguiremos agarrándonos a la liana y saltando al vacío, mientras gritamos como Tarzán: ¡¡¡¡¡¡¡aaAAAAAAAaaAAAAAA!!!!!!!!! Aunque seamos nosotros mismos quienes acabemos dándonos una buena piña. Contra el suelo o contra la palmera más cercana. Porque siempre habrá tiempo de levantarse otra vez. Amanece en Miami. Son las 7 y 20 de la mañana.


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