Alain Platel. Las imágenes fulgurantes en la danza. Nicht Schlafen
Lo efímero del teatro y de la danza se asemeja a lo efímero de lo vivo y lo vivido.
En contraprestación de esa impermanencia de lo que nos satisface, pero también de lo que nos hiere y nos duele, está la memoria. Imágenes, olores, músicas, un tipo de luz, un movimiento… que se fijan en nuestra mente y que reaparecen cuando menos lo esperamos. Recuerdos y revivencias que acuden convocados por algún estímulo que los provoca o los despierta.
La danza teatro, según cómo, tiene la capacidad de generar con sus movimientos coreográficos otros movimientos anímicos y de pensamiento que suponen auténticos momentos de plenitud vital, que se fijan irremisiblemente en nosotras/os.
Un ejemplo, prácticamente unánime, pueden ser ciertas secuencias de Cafe Müller de Pina Bausch. El abrazo que se compone y se descompone entre una pareja, bailarina – bailarín, con la intercesión de un tercero que los manipula y los coloca en la disposición del abrazo intenso, que se deshace para volver a recuperarse incesantemente, en un crescendo de velocidad, hasta la extenuación. Una secuencia que, en su propia morfología y calidad, concita la adhesión emotiva y despierta un abanico de asociaciones, semánticas y vitales, que la convierten en un poema vivo, que pasa a formar parte de nuestros momentos especiales. Momentos conformantes, que nos conforman.
Un dramaturgo, coreógrafo y director escénico que alcanza esas cotas de impregnación vital en sus trabajos es el belga Alain Platel. En sus dramaturgias, al menos en las que yo he sido testigo, como espectador, se puede apreciar una calibrada armonía entre sus propias tendencias, estilísticas y temáticas, y las aportaciones diversas y singularísimas de sus bailarinas/es actrices y actores.
Su última obra, Nicht Schlafen (No dormir), pudo verse dentro de la segunda edición del Festival DDD (Dias da Dança), organizado por el Teatro Municipal do Porto (TMP), con dirección artística de Tiago Guedes.
La última creación de Alain Platel estuvo sobre el escenario del Teatro Nacional São João (TNSJ) do Porto, el 8 y el 9 de mayo de 2017, gracias, también, a la coproducción de esta entidad, que dirige Nuno Carinhas.
Nicht Schlafen conjuga estilos y poéticas del movimiento, según el aporte de las personas que configuran su elenco, 8 bailarines y 1 bailarina: Bérengère Bodin, Boule Mpanya, Dario Rigaglia, David Le Borgne, Elie Tass, Ido Batash, Romain Gulon, Russell Tshiebua y Samir M’Kirech. Nombres y apellidos elocuentes respecto a las contribuciones artísticas, de alcance cultural y étnico.
En ciertos momentos, podemos distinguir la aportación de Dario Rigaglia en su refinada técnica de danza clásica, no solo por la aparición de algunos pasos de ballet, sino también por la calidad del movimiento y del estar en escena, en un contraste, muy curioso, entre lo etéreo de esas formas y la contundente fisonomía robusta del bailarín. También suma colores su contribución lingüística, cuando habla en italiano.
Por otra parte, también se distinguen, en esta dramaturgia mestiza e híbrida, las aportaciones de Boule Mpanya y Russell Tshiebua, naturales de Kinshasa, con momentos en los que los cantos y danzas de raíz africana acercan la obra a atmósferas rituales y generan una cierta coralidad casi tribal. La tierra y el fuego entran en el escenario como algo que se palpa y siente aunque no se vea.
En esa amalgama también destacan las aportaciones, dentro de la danza contemporánea, que hace el coreógrafo y bailarín israelí Ido Batash, con una secuencia, incluso, de diálogo, en su lengua propia, con otro bailarín, Samir M’Kirech. Y, por supuesto, la poderosa fragilidad, semejante a la de las figuras escultóricas de Antonio Canova, del francés David Le Borgne; junto a la delgadez intensa de Bérengère Bodin, de mirada enorme; a la angulosidad aristocrática del coreógrafo y bailarín francés Romain Guion; y al trazo deportivo y, por veces marcial, del belga Elie Tass, trazos que se aúnan y complejizan en este fresco de la humanidad diversa. Singularidades complejas que no se pierden en el magma de Nicht Schlafen, sino que, por el contrario, lo dotan de múltiples y sutiles tensiones que convierten la pieza en una plétora deslumbrante.
Nos referimos, en resumen, a una dramaturgia que se enriquece con todos los estratos culturales multiétnicos de su elenco, sin aplanarlos u homogeneizarlos. Una complejidad, en la concepción de la partitura de acciones, en la que colabora, junto a Alain Platel, la dramatugia de Hildegard De Vuyst.
Una cooperación, la de Platel con la dramaturga De Vuyst, que se remonta a 1995 y a la que se deben títulos memorables de la compañía Les Ballets C de la B, de los cuales recuerdo Pitié (2008), Out Of Context – For Pina (2010), C(H)OEURS (2012) y Tauberbach (2014). Trabajos en los que siempre se unen eclecticismo y compromiso.
Nicht Schlafen (2016) sigue esa misma tónica, según la cual lo diferente enriquece y contribuye a la afirmación de un compromiso cívico e ideológico respecto a las dinámicas de relación, que se establecen entre los individuos y los pueblos.
En Nicht Schlafen, por ejemplo, los problemas sociales y culturales del siglo XX, en los tiempos vividos por el compositor Gustav Mahler, previos al estallido de la Primera Guerra Mundial, se conectan, a través de la danza de esta colectividad de nueve intérpretes creadores, con el vértigo y las disrupciones de nuestro momento actual.
En Nicht Schlafen, el desasosiego surge en la tensión de contraste que se genera entre el espacio del movimiento coreográfico y las acciones teatrales que se funden entre ellos, respecto a la enorme instalación plástica y escenográfica, que ocupa una buena parte del escenario. Una instalación escenográfica que dispone sobre una tarima una especie de gólgota de caballos muertos. Dos o tres caballos en posición accidentada, uno dislocado sobre otro aplastado y un tercero que, en un momento del espectáculo, se eleva, colgado por unas enormes cintas y con el rugir de las poleas sumándose al estimulante espacio sonoro. Una escenografía diseñada por Berlinde De Bruyckere, en la que también participa un telón o cortina gigante, de tonos ocres, que está roto y viejo, con grandes desgarraduras en algunas partes, a través de la cuales, incluso, pasan los bailarines.
Esos desgarros y esas rupturas entran en coherencia dramatúrgica con una de las primeras secuencias de la pieza, en la que los bailarines deambulan por el espacio y, en encuentros fugaces y espasmódicos, se abalanzan unos sobre otros, por parejas, para arrancarse la ropa a tiras, desgarrándola.
Esas confluencias nos muestran intercambios casi depredadores entre las personas, con un tono entre agresivo y desesperado. La ropa se desgarra con manos y bocas, y los pedazos son lanzados por el escenario y también sobre la platea.
El sonido de los desgarros se amplifica e integra, en disyunción contrastante, respecto a la música de Mahler. También los sonidos producidos naturalmente por la respiración, por los quejidos que se desprenden de la acción de estirar, empujar, desgarrar, lanzar, correr, caer al suelo, saltar sobre alguien, abalanzarse, escapar, huir…
La materialidad concreta de la carne y la piel de los bailarines y la bailarina, afirmada en los contactos corporales, en las palmadas y golpes cuerpo a cuerpo o contra el suelo, se asocia a ese monte de carne y piel de los caballos muertos, derrotados en la batalla, que ocupan una buena parte de la escena. También con la carnalidad con la que se desgajan las ropas que nos visten. Una metáfora, quizás, de lo evanescente de la cultura que arropa y distingue, pero que se desgarra y hace trizas en la contienda visceral.
La importancia dramatúrgica del sonido y de la música, en la obra de Alain Platel, es fundamental, como da buena cuenta el cuadro artístico que convoca en Nicht Schlafen, con la intervención de Steven Prengels, en la Composición y Dirección Musical, Jan Vandenhouwe, en la Dramaturgia Musical, y Bartold Uyttersprot, en el Diseño de Sonido. Un ambiente sonoro denso, trenzado por crujidos, contusiones, sonidos de animales que duermen y otros que deambulan noctámbulos, entre la delicadeza de la música de Gustav Mahler.
Ráfagas en la expiración, que evocan el silbido de saetas o balas invisibles que les hacen torcer el gesto.
Brazos balanceándose como alas rotas.
Gestos iconográficos de lucha, mezclados en una coreografía más abstracta.
Silencios reverenciales, entre el compungimiento y las palmadas en los pechos.
Evocaciones tribales.
Imágenes de reminiscencias antropológicas, como la figura grande y musculosa del bailarín negro Boule Mpanya, que lleva sobre sus hombros la figura escueta y flexible del bailarín blanco Ido Batash, cogiendo, ambos, con sus manos derechas, el mismo palo, como si entre los dos compusiesen un solo cuerpo en el que el hombre se sale de sus dimensiones naturales.
Vestimentas deportivas, muy variadas en el diseño y los colores.
Coreografías de brazos y tronco con movimientos de elevaciones de un brazo y luego el otro y caídas de brazos derrotados.
Juegos respiratorios, por momentos, angustiosos. Fuelles.
Algún eructo, para mostrar esa carnalidad visceral que se va despojando de vestiduras.
La relevancia de las miradas, su enigma.
El acto de calibrar con la mirada y con las manos.
El tacto.
El choque y la pelea, en oposición con la búsqueda de cobijo y consuelo de un cuerpo en el otro.
Dinámicas propias de los mamíferos.
Los cantos de raíz africana.
Las campanas y cencerros lejanos, de animales en rebaño que se agitan en el sueño nocturno.
Los collares de cascabeles, alrededor de los tobillos, para la danza africana, que adquiere, por momentos, aires militares en el desfile.
Chifles y percusión de pequeños instrumentos.
Personas que trepan por el cuerpo de otras personas para convertir el encuentro en una situación inverosímil e improbable, de una belleza plástica arrebatadora.
Personas que deambulan sin aparente destino, sin poder dormir, como vigías, mientras un dúo lucha en danza, de trazos animalizados.
Manipulaciones de un cuerpo yaciente, tal cual una pieza de carne de un matadero.
El amanecer.
El hormigueo en los estómagos.
Las cosquillas.
La alegría.
Otro contraste, porque nunca las tinieblas pueden persistir.
Los besos de deseo.
El baile festivo.
La broma.
El humor.
Vaciar el escenario y esparcirse entre el público con pequeñas acciones: comprobar a las personas, pedir la mano para avanzar por encima de las butacas llenas de gente…
Y lo más alucinante: la llegada a imágenes pictóricas asombrosas, entre lo erótico y lo escalofriante, sin que te des cuenta, sin una llegada explícita, sin una búsqueda del cuadro previamente anunciada o subrayada.
Nicht Schlafen es un trabajo de altísima exigencia en lo dancístico y también en lo teatral.
La maestría de saber llegar a cuadros de una plasticidad conmovedora, sin que casi te enteres, cogiéndote por sorpresa, sin preparaciones que lo delaten y sin detenciones que se recreen o redunden en esas imágenes fulgurantes.
Imágenes fulgurantes, misteriosas y reveladoras, que nos desvelan.
Imágenes fulgurantes que te salen al paso, de manera imprevista, y te arrollan con su belleza inaudita.
Afonso Becerra de Becerreá