Alterar la percepción. Guidance
Ciertamente el teatro es el lugar de la mirada, como atestigua la propia etimología del término. Ese espacio donde presenciamos acciones que convergen en un sentido o en varios, aunque diverjan en la forma a través de la colisión de sus códigos (performance actoral, acción escenográfica, acción objetual, acción lumínica, acción sonora, acción verbal, etc.).
Los códigos heterogéneos que actúan en el escenario pueden converger para ilustrar un significado (una historia) y un sentido, más hondo, sobre cualquier aspecto de la existencia humana. Pero también pueden, esos códigos heterogéneos, actuar de manera divergente, chocando o complementándose rítmicamente, para incidir en un sentido, prescindiendo de las muletas del significado, en las que solemos amparar nuestra desvalida existencia.
Este es el caso de las estéticas performativas posdramáticas en las cuales se inscribe el teatro-danza y la danza contemporánea, entre otros géneros y estilos.
A veces, incluso, tenemos el privilegio de asistir a espectáculos innovadores que alteran nuestros sentidos y nuestros hábitos de recepción, sin abandonarnos y sin relegar nuestra participación, sino atrapándonos y generando una especie de atracción fatal que nos aboca a sus dinámicas y nos lleva a la emoción estética.
En el Festival Internacional de Danza Contemporánea de Guimarães, el GUIdance 2014, las propuestas van en esa dirección.
Entre el 14 y el 15 de febrero, los dos últimos días del festival, pudimos asistir a varios espectáculos fascinantes que ejemplifican esa capacidad dramatúrgica de alterar la percepción, a través de una partitura de estímulos escénicos que impacta y manipula nuestros sentidos.
Principalmente, a partir de la vista y el oído, se produce una perturbación de los esquemas mentales y cognitivos que acostumbramos a utilizar en nuestra vida cotidiana. Ahí las artes escénicas performativas posdramáticas cumplen una doble función, además de abordar aspectos (temas) importantes de nuestra realidad, practican una desautomatización y una reconfiguración nueva de nuestras vías perceptivas.
Vayamos, ahora, a los ejemplos prácticos que motivan y producen esta reflexión, estas ideas, que acabo de exponer sucintamente.
El día 14 de febrero, en el Pequeño Auditório del CCVF (Centro Cultural Vilaflor), flipamos (sí, «flipamos», alucinamos, dicho, así, tal cual, sin eufemismos ni terminología académica) con la danza fibrilante y estroboscópica del sueco JEFTA VAN DINTHER, en su espectáculo titulado «GRIND».
La pura sensorialidad del espacio sonoro, compuesto de variaciones de música electrónica, a unos 90 decibelios, que oscilaba de un estilo tecno progresivo a un sonido maquinal e industrial, en la oscuridad y la penumbra, genera una deslocalización del espectador y de la espectadora. Nos sitúa en un NO lugar, en un fuera del tiempo. Nos suspende en una atmósfera inédita y nos lleva hacia lo desconocido.
Las reverberaciones de la luz, en la semi-oscuridad, nos dejan entrever a un hombre, cuyas proporciones, por el efecto óptico, semejan enormes. Ese hombre, Jefta van Dinther, realiza movimientos ambiguos que nos cuesta apreciar por el tratamiento del espacio lumínico. Se da, entonces, una confusión en la apreciación. Por veces, nos parece que el performer lucha violentamente contra una masa negra indeterminada. En otros instantes, nos parece que se trata de movimientos laborales, de alguien que está realizando un trabajo duro, plegando un bulto que se despliega y que resulta difícil de dominar. En otros momentos, la acción, adquiere un cariz marcadamente sexual y repetitivo. Nuestros ojos ven siluetas, sombras, bultos… Nuestros ojos son engañados. Nuestra mirada no es fiable, está puesta en cuestión.
De repente, una luz frontal nos muestra al performer contra una amplia pantalla blanca reflectante, en el fondo del escenario. Jefta van Dinther va vestido de negro y resalta sobre ese fondo blanco mientras, de pie, se mueve como un resorte que rebota hacia atrás y vuelve hacia delante sin despegar los pies del suelo. El movimiento repetitivo y maquinal del cuerpo se corresponde con la actividad simultánea de enrollar un largo cable negro. Aparece, ahí, una cierta evocación al trabajo industrial cuyas coreografías repetitivas y automatizadas garantizan la eficacia productiva.
En otra secuencia o escena, una vibración inhumana del cuerpo, de espaldas a nosotros, con una camiseta blanca que resalta su torso, genera una imagen espectral y mutante. Parece como si el actor se estuviese construyendo o transformando en algo nuevo. Alrededor de su cuerpo vemos temblar una especie de pértiga que, por los efectos del movimiento y la luz, agravados por el sonido, nos lo hacen percibir como si estuviese envuelto en una cápsula vibratoria que evoca una crisálida. Movimientos filamentosos.
La gestualidad práctica de tirar, estirar, empujar, enrollar, desenrollar, plegar, desplegar, agitar, enroscar, desenroscar, lanzar, atraer… en repeticiones y variaciones rítmicas, crea la sensación de que el actor se mueve igual que los materiales que manipula: una pértiga, una manguera de cable, un bulto de tela.
El efecto de los flashes estroboscópicos, como relámpagos en la oscuridad y en la penumbra, hace reverberar los contornos y las siluetas de las formas visuales. El sonido, con ese volumen elevado a los 90 decibelios, también contribuye a hacernos sentir en otro mundo que, no obstante, nos habla de este nuestro de cada día, porque de él emerge, como emergen los sueños o las pesadillas, como emergen los pensamientos que nos abren caminos a nuevas realidades.
«Imagine a place that defies your senses. Imagine rhythms that affect your vision. Imagine a room where the dimensions of the space appear resilient. Imagine the pressure of sound transforming a body into vibrations. Imagine light that makes you perceive darkness. GRIND offers this place – where the components of body, light and sound create binds that affect, confuse and move.»
«GRIND», con coreografía y actuación de Jefta van Dinther, creado junto a Minna Tiikkainen y David Kiers, es una coproducción de Frascati Productions (Ámsterdam), Weld (Estocolmo), Tanzquartier (Viena), PACT Zollverein (Essen), Grand Theatre (Groningen) y Jardin d’Europe through Cullbert Ballet (Estocolmo). ¡Un espectáculo literalmente alucinante!
Muy diferente, pero también un desafío respecto a nuestra recepción, es el trabajo de TERESA SILVA y FILIPE PEREIRA, quienes nos mostraron que «O QUE FICA DO QUE PASSA» («Lo que queda de lo que pasa») son espectros de movimientos, sensaciones cromáticas y lumínicas e, incluso, gestos y voces desencajadas y emocionantes de momentos efímeros. Porque todo momento lo es, pero no toda vivencia cuya huella se fija en nuestra retina e impacta en nuestra mente a través de la emoción.
En el espectáculo «O QUE FICA DO QUE PASSA» entramos en un espacio escénico fascinante, concebido por Filipe Pereira. No se trata de una escenografía que contextualice la acción coreográfica y vocal de Teresa Silva, sino de un espacio plástico y de juego que participa activamente en la performance. El espacio muta por si mismo y también en conjugación con la coreografía.
Una pantalla gigante de láminas blancas que, en un momento dado, le permiten a la actriz penetrar entre ellas, como si fuesen una membrana, sirve para proyectar un círculo de luz móvil que, a veces, ilumina la figura y el movimiento de Teresa. Otras veces, la luz huye de la actriz y se desplaza estableciendo un contraste rítmico, en un diálogo entre iluminación y cuerpo.
Los movimientos de Teresa son muy micro-segmentados y minúsculos. La expresión facial participa originando empatía en unos momentos y tendencia a la neutralidad y distancia, en otros.
Una vez que penetra tras la pantalla gigante, su imagen pasa a descomponerse en haces de luces y colores, en una combinación floral que recuerda al estampado de sus pantalones y a los pétalos rojos que se le adhirieron a las mejillas, poco antes de desaparecer tras la pantalla.
En el impoluto blanco brotan espectros de colores, formas caprichosas y evocadoras, que se integran y se desintegran, que se comprimen y se diluyen. Un paisaje de átomos y células que construyen y de-construyen ambientes cromáticos que impactan en nuestra sensorialidad. Suenan bombas de palenque y una miríada de lucecitas estrelladas fluctúan por la superficie blanca.
Entonces se produce una transición espacial climática cuando Filipe Pereira, desde el lateral izquierdo del escenario, tira de unas cuerdas y vemos como la gigantesca pantalla se eleva hacia nosotros, por encima de nuestras cabezas, convirtiéndose en un toldo. Tras ella, en el fondo, otra pantalla convexa de amplias láminas plateadas nos deslumbra.
En medio del espacio la actriz aparece vestida con un traje estampado de flores de muchos colores atractivos y la boca muy abierta, los labios de rojo carmín. De la boca sale una vocal indeterminada que tararea la melodía onírica del «Prelude à l’après-midi d’un faune» de Claude Debussy. En un crescendo tonal, poco a poco, el tarareo se convierte en grito hiriente, mientras el aire estremece las láminas plateadas de la pantalla convexa, sobre la que impacta una luz nadiral y frontal que las torna flameantes.
Lo que resta, lo que queda, de lo acontecido, es, en algunas ocasiones, flameante y espectral, puro desafío a las nociones causales con las que intentamos aplacar nuestros desasosiegos cotidianos. Velahí donde la belleza del teatro es, a la vez, revelación y transcendencia.
Del último día de GUIdance, el sábado 15 de febrero, cabe resaltar el trabajo del dúo integrado por LUÍS MARRAFA (coreógrafo y bailarín) y ANTÓNIO CABRITA (bailarín) en el espectáculo titulado «ABSTAND».
«ABSTAND» es una palabra alemana que define el inter-espacio, la distancia, el intervalo y hace referencia a la propia materia coreográfica diseñada por Luís Marrafa.
Este trabajo no consiste en alterar nuestros canales receptivos y sensoriales, como en los casos antes mencionados. Aquí se incide, más bien, en trabajar sobre otro tipo de alteración: la de las proxémicas, distancias y contactos inter-personales, para convertirlos en objeto coreográfico del análisis emotivo de nuestra mirada.
En «ABSTAND» los dos actores realizan un diálogo corporal en el que cada uno es espacio y distancia a la vez. Un diálogo coreográfico estructurado por la luz (que delimita zonas de juego), la música y el silencio. Un diálogo gestual invadido de pequeños contactos que parten de las manos, como deícticos, y evolucionan hacia la lucha cuerpo a cuerpo, sublimada y escondida por la elegancia y la precisión del movimiento.
Dos individualidades, marcadas por la ropa de calle que cada uno viste. Después una transición caricaturesca, en la que desfilan por ambas pasarelas de luz perpendiculares al público y paralelas entre sí. Entre pose y pose, se quitan la ropa propia y se visten ambos trajes normativos de chaqueta y camisa blanca. Así uniformados en la caracterización externa, su individualidad deriva hacia el hombre social y la simultaneidad cinestésica.
La indumentaria también marca unos espacios interpersonales y una distancia. El juego dancístico y gestual transgrede esas distancias en contactos ambiguos que van desde el tanteo, el calibrar, el medir, hasta el colidir o el abrazar, entre amplios desplazamientos, giros, saltos, avances y retrocesos, invasiones y retiradas.
La danza contemporánea altera las relaciones inter-personales e inter-subjetivas propias del drama, para centrarse en una disolución o una crisis de las mismas que deriva hacia lo intra-subjetivo, lo pulsional, lo muscular, el movimiento como forma artística perturbadora y atractiva, reveladora.
Además, la danza contemporánea conjuga la mirada y la percepción global, alterándolas y abriendo nuevas dimensiones en lo teatral. La acción escénica (visual, sonora, incluso verbal) ha experimentado un progreso artístico gracias a la revolución de la danza-teatro.