Altibajos dramatúrgicos y estéticos
Como ya ocurrió en la representación anterior de «Julio César», el Festival prosigue con la programación de obras de tema grecolatino dedicadas a que las mujeres «recuperen el lugar que les corresponde en las artes escénicas», según su director Cimarro. Algo machacón que se venía ofreciendo en parte en años anteriores (siempre desde lo políticamente correcto en sus contenidos), que agradeció la secretaria de Cultura, Míriam G. Cabezas por el «atrevimiento de llevarlo a cabo», en la rueda de presentación de «Safo», el segundo espectáculo del evento. Un espectáculo más musical que teatral, coproducción del Festival -ideado por Christina Rosenvinge, María Folguera y Marta Pazos -, representado por la productora catalana Focus (socia del director del Festival).
Sin duda, un personaje femenino oportuno para tal demanda es Safo de Lesbos, la controvertida escritora de la Grecia arcaica, que en sus versos cantó su amor hacia las mujeres sin reserva alguna. Es sabido que su escritura –nueve libros de odas, epitalamios o canciones nupciales, elegías e himnos de los que sólo se conservan una mínima parte de ellos- caracterizada por la sencillez, intimismo y sentimiento (Platón la llamó la décima Musa) han supuesto todo un guiño para las lesbianas de todo el mundo, y es en la época actual, cuando el movimiento LGBT experimenta un auge sin precedentes, cuando Safo vuelve a ser revisitada y reivindicada, por el ejemplo que suponen su vida y su obra para las mujeres en general y las lesbianas en particular.
El texto de María Folguera evoca a la Safo poeta -de la que biográficamente se sabe poco, pero que sobre ella se manejan todo tipo de mitos- a través de lo imaginado, proyectado y especulado por investigadores y artistas a lo largo de los siglos. La trama se desarrolla desde un jardín en la isla de Lesbos donde la poetisa ha convocado a las Musas protectoras del arte para saber qué será de su nombre. En la narrativa, con los fragmentos escogidos de sus versos y canciones, resalta el mundo femenino que conecta el erotismo y el amor libre intentando reinterpretar la figura de la poetisa según los valores y prejuicios de cada época.
Sin embargo, no puede decirse que es un texto de teatro lírico con mayúsculas, que se ilumina con un sentido narrativo profundo y fascinante, donde se habla del amor y el deseo. La mirada crítica me parece escasa (sobre todo la de los muchos autores posteriores que la despreciaron e injuriaron) y muy esquemática en ese diálogo con el pasado. Dramatúrgicamente, descontando los versos fragmentados y la canción de la «Oda a Afrodita», casi todo resulta bastante insubstancial. El enfoque a los poemas no es el de una obra «rompedora» como se pretende, sino el de algo muy simplón –poco ingenioso, nada gracioso- que parece sacado de la información que se tiene de Safo en Wikipedia.
La puesta en escena de Marta Pazos trata de armonizar una arquitectura dramática de los relatos fragmentados con el tratamiento de los personajes, buscando que la función fuera como un poema escénico musical y visual, pero que solo logra con altibajos de calidad. Maneja bien el montaje en determinadas acciones con singulares imágenes, arropadas por una buena música -de diferentes estilos-, una luminotecnia creativa (con predominio del color rosa) y un vestuario exuberante, aunque el que mejor luce es el de los atractivos cuerpos desnudos, en composiciones que brindan una exposición de cuadros pictóricos de gran belleza. Destacable fue la escena final, una ceremonia de la muerte de Safo donde se integran actores y todos los componentes artísticos, excelsamente.
En contra, aparecen rellenos poco imaginativos, faltos de buenas estéticas, escenas del comienzo cuando salen las Parcas en fila india para contar brevemente la historia y leyendas de Safo, o la descripción de la diosa Afrodita bajando sonriente del cielo en su carro «rodeada de alegres gorriones», que no responde a una de las imágenes más evocadoras. A la función, además, le faltó ese ritmo equilibrado que hace que no sea pesada por momentos (porque hubo demasiada lentitud hasta casi la mitad de la obra). Pero lo más bochornoso del espectáculo fue el pegote escenográfico que utilizan para la representación de una reproducción del monumento romano en pequeño (cubierto con telas al estilo del artista Christo), que por más cuentos y justificaciones den de que Safo es un monumento que ha estado escondido mucho tiempo como lo estuvo el teatro (algo que nadie va a entender), resulta ridículo para quienes sabemos que la compañía quiere utilizar cómodamente esa escenografía para la gira comercial que ya tiene programada en varios teatros a la italiana.
En la interpretación, un reparto de ocho atractivas mujeres -Christina Rosenvinge, Irene Novoa, Juliane Heinemann, Lucía Bocanegra, Lucía Rey, María Pizarro, Natalia Huarte y Xerach Peñate- a las que se observó una rigurosa entrega, pero desigual en la actuación de movimientos, medida, manera de narrar en el desdoblamiento de sus varios roles de cantantes y bailarinas (Parcas, Musas, Ovidio, Faón y otros personajes). En general, el elenco cumple bien pero sin mucha brillantez. A la Rosenvinge (que hace de Safo) se la escuchan cabalmente sus canciones con la resonancia intensa de lirismo, pero teatralmente está lejos de aquella Ana Torrent que interpretó a Safo en el Teatro Romano –en la obra ‘Fuegos’, de Marguerite Yourcenar- con perfecta declamación en tonos, ritmos y volúmenes trágicos, que estrujan y conmueven.
Sorprendió el fracaso de la asistencia de público. Vieron la obra unos 750 espectadores (un cuarto del aforo, incluido los invitados al estreno que no fueron pocos) que aplaudió en su mayoría con la generosidad de siempre. Creo que este espectáculo podía haberse representado más adecuadamente en la programación adjunta de obras clásicas grecolatinas del Teatro María Luisa.
José Manuel Villafaina