Amor al odio
¿Se puede odiar el amor o amar el odio?
Amor y odio son los dos extremos diametralmente opuestos de la vivencia humana a lo largo de toda su historia. Como en un balancín de plaza donde juegan los niños, esos en que a veces se está arriba para bajar rápidamente y volver a subir una y otra vez, el hombre se ha movido por siempre entre estos dos polos opuestos de una misma realidad.
¿Cuantos crímenes brutales no se han cometido por ciegos amores apasionados?
¿Amor que mata?
Parece una contradicción pero es tan real como la vida misma.
¿Y quién más apasionado que un verdadero creador enfrentado a un proceso creativo que lo llevará a su futura obra?
Intentar traspasar la barrera entre la imaginación omnipotente y la realidad que a veces nos limita, es subirse irremediablemente a este balancín entre extremos opuestos, ir y venir de nunca acabar pues enfrentados a la obra terminada, comienzan nuestros propios juicios de amor y odio sobre ella.
Lo queremos todo y más pero logramos solo lo que podemos.
Todo proceso de creación es un ir y venir constante que se mueve entre estos dos extremos aparentemente opuestos de la realidad pero en esencia complementarios. Sin el uno no puede existir el otro y viceversa. Fácilmente se pasa del amor incondicional por la creación que gradualmente va tomando forma, de un enamoramiento ciego, al odio más desquiciado por la insatisfacción que se siente al no lograr eso que nunca se sabe muy bien que es, para volver al amor por la obra terminada y al odio producto de la crítica, tanto la ajena como la propia.
Al principio, absolutamente desorientado, se dan palos de ciego hasta encontrar una posibilidad quizás salvadora que con trabajo y constancia nos llevará por un periplo de sufrimiento hasta que al final del túnel aparecerá esa pequeña luz guía tantas veces asociada a la muerte. La seguimos mientras enriquecemos la idea inicial con variables impensadas, algunas de ellas valiosas, otras neutras y otras simplemente negativas. Y si hemos tenido la fuerza interior para levantarnos del suelo al cual hemos caído desde el balancín, lograremos la ansiada meta cuyo valor intrínseco alejado de la crítica no siempre bien intencionada o documentada, es simplemente la satisfacción de haberlo logrado.
La dupla amor odio de los verdaderos artistas y no de aquellos que hacen del arte un turismo sin vivencia, se transforma en la constante de todo creador que necesita llegar al final para re encantarse una y otra vez con su trabajo, lo que le dará la fuerza necesaria para abordar un siguiente emprendimiento creativo.
La pasión desenfrenada capaz de superar cualquier barrera que se presenta en el transitar artístico, es la mejor herramienta con la que se puede disponer. No una pasión tibia de cariñitos educados, sino una pasión desenfrenada, esa pasión absoluta capaz de matar por amor. Matar los problemas producto del apego al «así se hace» para llegar a enamorarse de una obra surgida de la voluntad.
Amor y odio, son el ir y venir capaz de romper la inercia estática e improductiva para llevarnos a un movimiento creativo.