Ampliando la escucha en danza con Sandra Gómez
Uno de los problemas principales de la humanidad, según mi opinión, es la falta de escucha. Oímos porque nuestros oídos no tienen pestañas como los ojos para cerrarse y dejar de oír, pero no escuchamos. No sé si esto sucede porque la escucha es selectiva o porque, simplemente, ante el ruido que nos circunda resulta muy difícil (con)centrarse. Tampoco sé si esto sucede porque, en realidad, igual que acontece con la visión, la escucha se produce en el cerebro y el oído solo es un medio, un instrumento. Y el cerebro escucha desde un substrato en el que influyen hábitos, prejuicios, creencias, etc.
Todo lo que es importante para la humanidad, fundada en las relaciones personales y sociales, lo es también para el teatro. Sin escucha no hay interpretación ni actuación posibles. Sin escucha integral de lo que sucede en la platea, de la temperatura, la actitud y calidad del público, no hay artes vivas, sino imposición de un discurso que solo va en una dirección, pero que no se alimenta ni enriquece con la retroalimentación, más o menos sutil, que supone actuar con y para el público.
Me fascinan las propuestas escénicas que ponen el foco en la escucha más física y sensorial, más abstracta incluso, para generar atención e interacción. Propuestas en las que el oído y la vista se cruzan atendiendo a todo lo que suena y creando, desde ahí, una dramaturgia. Me fascinan esas propuestas no solo por su capacidad para encantarnos y para expandir nuestra sensibilidad, sino también para ayudarnos a estar donde estamos, en comunión con el espacio, la atmósfera, el momento presente. En definitiva, propuestas que nos enraízan y que, desde ahí, pueden incluso hacernos volar hacia parajes insospechados y fantásticos.
Esta reflexión me la ha provocado ‘COSAS QUE SONEN’ (Cosas que suenan) de SANDRA GÓMEZ, la pieza que cerró la XIX edición del Festival Catro Pezas de danza contemporánea 2024 del Teatro Ensalle de Vigo, el fin de semana del 6 al 8 de diciembre. La valenciana Sandra Gómez ya es una habitual en el Catro Pezas, en 2022 traía ‘Bailar al sonido’, en 2020 ‘Volumen 2’, en 2018 ‘Heartbeat’ etc.
En ‘COSAS QUE SONEN’ quedamos encantados por la aparente sencillez de las acciones sonoras con objetos cotidianos diversos, sin conexiones causales, desde la paradoja inicial de pronunciar sin sonido o de la acción caligráfica en la que escribe “SILENCIO”, con carbón sobre papel de estraza en el suelo, una escritura que suena tan sutil como otras acciones de sonidos discretos, hasta acciones sonoras más fuertes.
La materialidad y la cinética de los objetos se conjugan sonoramente, incluso la luz, por ejemplo, la de una bengala que chisporrotea y que mueve el cuerpo de Sandra y el de Vicent Gisbert.
La pieza, que dura algo más de una hora, nos tiene atrapados en las acciones que enlazan el hacer sonar con el mover el cuerpo. Hay una sinestesia entre sonido y movimiento que nos asombra y, al mismo tiempo, nos resulta misteriosa. Por ejemplo, hinchar unos globos rítmicamente y, después, apretarles le cuello para que el aire salga silbando de maneras extrañas, mientras el cuerpo se retuerce como si esos silbidos reflejasen ese estado; hacer girar unos tubos en el aire, como las aspas de un helicóptero, mientras Sandra y Vicent se desplazan por el escenario de un modo etéreo, como si flotasen; erguir la cabeza de una fregona de un balde de agua y ver y sentir el agua gotear, primero a chorro, luego en goteras, y ver y sentir el movimiento lluvioso, escanciado y líquido… Objetos cotidianos, linternas, muñecos de cuerda, metrónomos, tierra, canicas… con los que se desarrollan y exploran sonoridades y movilidades que nos llegan confundidas, porque casi no sabemos qué es primero, si el huevo o la gallina, si el movimiento o el sonido. No sabemos si el sonido provoca el movimiento o si es éste el que genera la música.
A medida que el tiempo pasa, van sumándose, acelerándose y superponiéndose acciones y la pieza adquiere una complejidad de planos sonoros y cinéticos, a la que también se añade la luz, abriendo atmósferas surreales. El espíritu lúdico, que en un principio casi nos podría parecer un juego de infancia, va adquiriendo una imbricada construcción y aquello adopta los contornos de un paisaje maravilloso.
En la sinopsis del espectáculo preguntan: “¿Cuáles son nuestras capacidades de escucha? ¿Qué ocurriría si la escucha desplazase a la visión como sentido hegemónico?”
Ciertamente, podemos sentir y deducir que la coreografía, la creación, es un ejercicio de escucha de los objetos, del espacio y hasta del silencio que permite que algo pueda aflorar en él. El silencio que colabora en afilar nuestra atención y concentración, frente al ruido en el que solemos vivir.
‘COSAS QUE SONEN’ funciona casi como un instrumento o un dispositivo que nos afina, que afina nuestro oído y nuestra vista. Lo hace sacándonos del ruido y concentrándonos en los pequeños detalles, en acciones post-espectaculares, que no resultan, en principio, llamativas ni efectistas, pero que, no obstante, acaban por convertirse en catapultas, en amplificadores.
Además de esos objetos cotidianos, poco importantes, pobres, también utilizan micrófonos y “samplers”, que graban algunos sonidos y, después, los sintetizan o los emiten en bucles. Non se percibe una sofisticación explícita, ni hay una exhibición tecnológica. Al contrario, algunos elementos tienen un aire “retro” ochentero o de los noventa, como la luz y el sonido de la máquina de diapositivas. Todo parece que, de modo aleatorio y abstracto, se va confabulando, como si fuese a dar lugar a alguna historia que, en el fondo, nunca va a ser. Hay un “crescendo” que prepara la apoteosis final, en la que después de la acumulación sonora se superponen acciones lumínicas que generan un universo de belleza fantástica y estratosférica. Son magníficas la gradación dramatúrgica de ese viaje y la retención, en la sencillez y en la austeridad llevadas al límite, hasta el clímax final. Magnífico el trabajo de escucha en el que se produce una sinergia entre el sonido y el movimiento de los cuerpos, así como la estabilización de las acciones mediante repeticiones y variaciones por parte de Sandra y Vicent.
La explosión final nos euforiza y nos alucina porque ya no estamos aquí y ahora, de tanto estar aquí y ahora, ya no estamos en la materialidad de las sonoridades y de los movimientos. Todo ha detonado sin romper la continuidad que lo ha generado y ahí entramos en un estadio alucinógeno fascinante. Al final, la escucha tiene premio. La escucha puede llevarnos más allá de lo visible y hasta de lo audible. ¿Y a quién no le va a gustar hacer un viaje sideral?