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Ana Vallés y la belleza

Me gustaría dedicarle mi primer artículo de 2025 a alguien muy especial y valiosa, a Ana Vallés. Aprovecho la excusa extraordinaria y excepcional de la concesión, por parte del Ministerio de Cultura, de la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes 2024, concedida en el último do Consejo de Ministros del 23 de diciembre.

Un año antes daba la lección inaugural del curso 2023/2024 de la Escuela Superior de Arte Dramático de Galicia. Lo hacía con una performance que era toda una declaración de principios sobre la ilimitada y maravillosa escuela de vida y de humanidad que es la fiesta de las artes escénicas. Sobre todo cuando se trata, por ejemplo, de un teatro inquieto, que se reinventa en cada espectáculo, que nos deleita sacándonos de nuestras zonas de confort y de esas certezas engañosas y alienantes, con las que escondemos nuestra vulnerabilidad. Esas certezas y asertividades con las que competimos en el mundo en el que gana el más fuerte.

Las creaciones escénicas de Ana Vallés, pionera en Galicia y en el Estado español del teatro contemporáneo posdramático, inventan a cada paso la belleza y, a través de su magia, nos desnudan de certezas alienantes, nos retiran el poder, en una liberación que se prende de la mirada limpia y emocionada.

Su teatro fulmina las convenciones tradicionales, los pactos de la mímesis o imitación de la realidad. Se aleja de ese teatro que nos explica el mundo a través de la representación de historias y de personajes, de ese teatro que nos produce la falsa sensación, al salir del espectáculo, de que sabemos quién son los personajes y qué es lo que les pasa. En el de Ana Vallés pasan cosas o, para ser más justos, nos pasan cosas difíciles de explicar. Acontece algo que nos vuelve más sensibles, que nos deja igual que cuando acabamos de experimentar un largo y apasionado beso o un largo abrazo, de esos que tan bien nos sientan.

El teatro de Ana Vallés no juega con el drama que imita el mundo a base de esconderse, de fingir que no es imitación o teatro, y de darnos lecciones sobre lo que tenemos que hacer o que pensar. El suyo pone en foco a las personas y al propio escenario, en una afirmación del estar en escena con nosotros, con el público, explorando y en escucha de lo que hay, de la materialidad de los objetos, de las luces, del espacio, de los sonidos, de la música, de los cuerpos… Hasta que esa materialidad acaba por adquirir, como por arte de magia, un sentido trascendental. De este modo, la dramaturgia, entendida como la operación de componer acciones para un espectáculo, modelando esa composición para que tenga alguna dirección o sentido que nos pueda llevar a algún lugar, se transforma en una constelación mágica que nos sitúa en el espacio de la reflexión emocionada, por veces alucinada.

La Vallés es capaz de inventar la belleza y, sin hacer teatro dramático aristotélico (o lo que solemos entender como teatro dramático aristotélico, en la familia de los realismos más o menos estilizados), acaba por hacernos acreditar en aquella máxima de Aristóteles, según la cual la belleza equivale a la bondad, la belleza es el camino de los valores éticos edificantes.

La Vallés es capaz de inventar la belleza con su poesía escénica sin caer en el esteticismo explícito, desde la sutileza y la ambigüedad de las formas en las que trabaja una plasticidad y una musicalidad inéditas. Una originalidad en la que pueden entrar, a modo de collage, citas e inspiración de sus referentes filosóficos, literarios, teatrales, visuales, etc., como pueden ser Tadeusz Kantor, Pina Bausch, Kazuo Ohno, María Zambrano, Antonin Artaud… Y, sobre todo, las personas que le rodean y con las que trabaja, porque Ana Vallés no llega el primer día de ensayos con la obra escrita y sabiendo cuál va a ser el resultado final. Al contrario, su trabajo se va cocinando en el proceso y depende de los ingredientes congregados. Se trata de dramaturgias colaborativas posdramáticas, en las que ella, como dramaturga/compositora, va armando, desde la escucha, la intuición y la experiencia acumulada, esa constelación mágica que nos sitúa ante la experiencia trascendente y orgásmica de su teatro.

En buena parte, pienso que ese inventar la belleza en cada espectáculo deriva, precisamente, de la exploración de los materiales singulares con los que trabaja, potenciando su autenticidad, incluso desde la ironía o la parodia, desde el humor también. Deriva de no llevar en la cabeza el diseño o la idea de lo que tiene que ser el espectáculo, porque si lo hiciese de esa manera estaría sometiendo la acción a las ideas preconcebidas, sin escuchar las singularidades de los cuerpos de las personas, de los cuerpos de los objetos que las acompañan en escena, el cuerpo de la luz y de los sonidos etc.

En aquella performance, con la que hizo la lección inaugural del curso académico 2023/2024 de la ESAD de Galicia, titulada: “Me confundís con otra”, que se puede leer en el número 106 de la revista erregueté, comenzaba de este modo: “Hemos venido aquí para hablar de teatro, es decir, de payasos y de filosofía. Pero vamos a hablar de personas y profesores ignorantes, o de profesores ignorantes, como queráis. En ‘Teatro Invisible’ me había propuesto hacer una declaración de amor al teatro y al final de cada función confesaba mi fracaso. Hoy, consciente de que me confundís con otra persona, intentaré convertirme en maestra ignorante y hablar de teatro, que para mí es un misterio. Ni siquiera ahora sé lo que es, en eso ando.”

Sus palabras, con ese guiño a ‘El maestro ignorante’ de Jacques Rancière, estaban atravesadas por el movimiento y por la mirada de una maga que estaba haciendo algo con nosotros, un ritual bonito, de proximidad y, al mismo tiempo, de una distancia mítica. En aquellas palabras aparecen de manera hermosa algunas de las claves de su forma de entender las artes escénicas. Una amalgama de sueños corpóreos y de cuerpos fantásticos en constelación mágica. Desde entonces, en reconocimiento a su valiosa aportación, tenemos en la ESAD de Galicia un aula que lleva el nombre de Ana Vallés.

Acaba el 2024 con la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes y a mí todo me parece poco por los momentos preciosos e inolvidables que nos ha hecho vivir.


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