Entrevistas

Angélica Liddell: ‘Soy una sociópata bajo control’

Angélica Liddell estrena en el marco del Festival de Otoño en Primavera de Madrid –coproductor del espectáculo junto al Festival de Avignon– la obra ‘Maldito el hombre que confía en el hombre: un project d’alphabétisation’. La pieza, consecuencia directa de La casa de la fuerza, podrá verse del 19 al 22 de mayo en las Naves del Español-Matadero de Madrid.

 

¿Dónde y cómo escribiste ‘Maldito el hombre que confía en el hombre: un projecte d’alphabetisation’?

La idea del alfabeto siempre me había atraído. Hay grandes alfabetos como el de Deleuze. De pronto me vi con cuarenta y dos años sentada en un pupitre aprendiendo francés repitiendo las letras como una niña. Yo quería liarme a tiros con el mundo pero al mismo tiempo tenía un libro con dibujitos infantiles delante de mí, mon pantalon est rouge, la table est à côté de la fénetre, etc… Era una ironía dramática!!!! Pero yo quería saber cómo se decía Odio, Rabia, Dolor, Desconfianza…. Se unió el aprendizaje de una nueva lengua con una necesidad de renombrar el mundo desde un profundo sentimiento de desgarro de lo humano, de desprendimiento, de aislamiento, de rabia, de odio…

 

No es la primera vez que utilizas pasajes de la Biblia, ya la citabas en El año de Ricardo. En esta ocasión tomas una cita bíblica para el título, pero ¿hablas de religión?

No, no hablo de religión, no es el asunto de la obra.

 

Lo preguntaba porque últimamente hay un repunte en las agresiones en los teatros –amenazas a Rodrigo García, bombas a Leo Bassi, ‘bombas fétidas’ a Josep Maria Miró– y siempre por espectáculos relacionados con la religión.

No sabía nada. Vivo aislada de la «actualidad» teatral. De cualquier modo creo que estos agresores religiosos se retratan a sí mismos. No se puede decir mucho más. Supongo que estamos todos de acuerdo en este punto.

 

También está el tema de la educación, ‘proyecto de alfabetización moral’ lo has llamado anteriormente. ¿Desde dónde se aborda?

No, no es un proyecto de alfabetización moral. Desconfío ya incluso de los discursos morales. Quién sabe qué miserable se esconde detrás de cada discurso moral. Es una alfabetización negativa. Es lo que hay que aprender para que no te destruyan, es lo único que merece la pena aprender del ser humano, que es miserable, que somos miserables, que es mejor estar lejos, cuanto más lejos mejor.

 

¿La desconfianza es para ti un modo de autoprotección?

La desconfianza es consecuencia de los cuatro peores años de mi vida. He sido ingenua desde pequeñita, los idealistas somos ingenuos, tontos, estúpidos, nos entregamos con facilidad, soñamos. Luego llegan los palos. Uno cambia a hostias. Acumulé tantas decepciones, tanta mierda en estos últimos años que no me quedaban opciones. Primero la desconfianza fue una consecuencia de experiencias traumáticas. Ahora es mi manera de defenderme. O tal vez un cuadro clínico. No sé. Ya he tenido bastante. La desconfianza es lo que impide que te vuelvan a machacar, a estafar, la vida es una pura estafa. Ahora no soporto ni que se me acerquen. Soy una sociópata bajo control.

 

Este proyecto comparte muchas características con La casa de la fuerza, no sólo porque se podrá ver en el Festival de Otoño y en Avignon, sino que también dices que es su consecuencia directa. ¿En qué sentido?

Sí, podría ser un díptico. La casa de la fuerza es la obra del dolor. Maldito es lo que queda después del daño.

 

¿Cómo es ese escenario post-catástrofe?

Es un escenario infantil donde ya no hay rastro de inocencia. Vacío. Muerto. Es el espacio con el que me identifico. La nada.

 

Vuelves a colaborar con Enrique Marty en la creación de las esculturas. ¿Qué te aporta su trabajo?

Enrique es un artista que me apasiona. Su impudicia al retratar la realidad, la capacidad para mostrar lo siniestro, es como si le diera la vuelta a los pellejos, saca a la luz lo que todo el mundo oculta o disimula. No pertenece al discurso de lo correcto, tan aprendido ya por todos nosotros, por el mundo de la cultura, bla, bla, bla. Me apasiona, me apasiona su trabajo. Nos entendemos muy bien.

 

Para hablar de desconfianza cuentas con la participación de cinco acróbatas y ocho niñas… ¿qué papel juegan en la obra?

Las niñas son un cordón umbilical con la casa de la fuerza. Es el origen, son las profetas, el crecimiento es una historia de terror. Quería que unas niñas repitieran desde la inocencia el abecedario que luego sirve para prenderle fuego a lo humano, una vez que la inocencia se ha perdido. Y los acróbatas… Bueno, en agosto pasado, después de venir de Avignon, me encerré en casa, tenía ataques de pánico recurrentes, me estalló una agorafobia en la cara, pasé unos dos meses casi sin salir, haciéndome fotos en casa y sólo hablaba con los vendedores chinos de la tienda de abajo, rompí con cualquier forma de vida social. Con los acróbatas chinos he intentado formalizar estéticamente esta experiencia de desgarro de lo humano.


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