Antonin Artaud en México
Antonin Artaud estuvo en México en 1936, en un viaje que cambió su vida, aunque no tuvo ningún impacto para el teatro y el arte local. Es más para la mayoría de los mexicanos de la época, Artaud fue un turista más que llegó al país en busca exotismo y aventuras. Nada más alejado de lo que fue aquel viaje para él: una búsqueda de las raíces del conflicto cósmico y nada mejor que México con su cultura malograda. «Yo he venido aquí sin un centavo, decidido a arriesgarlo todo con tal de encontrar lo que busco», dice Artaud en una carta a Alfonso Reyes.
Jean Marie Le Clezio es un buen ejemplo de búsqueda de su verdad en la antigua cultura mexica, y Patrick Johansson el tlatoani francés que asombra por su dominio de la lengua y cultura náhuatl, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, son dos franceses a los que ha inspirado aquel cúmulo de contradicciones que es la cultura mexicana.
Pero el caso de Artaud es muy especial en la medida de que antes de llegar a México ya tenía la intuición del movimiento cósmico que antecedió la llegada de los españoles. Y entendió el terrible conflicto de Moctezuma, el emperador azteca que dio la bienvenida a Cortés lo que lo incitó a escribir una pieza: La Conquista de México. Drama de la conquista que, 500 años después, aún suscita furor entre la clase política mexicana neo nacionalista que ahora gobierna. Artaud también interpretó los mensajes que esconden las piezas precolombinas expuestas en los museos, que parecen trazos olvidados de un conocimiento secreto, como lo señala en la introducción a su obra, El teatro y su Doble. Podríamos afirmar que su viaje a México fue iniciático y culminó en la Sierra Tarahumara, experiencia de la que escribió un libro que anticipa las aventuras antropológico-místicas de Carlos Castaneda.
De este libro, Los Tarahumaras, Alfonso Reyes escribió:
«El libro es una falsificación poemática y seudomística en torno a la magia del peyotl. Pero ya sabemos que la verdad poética es otra especie de verdad y, como varios lo hemos dicho ya por allí, se reduce a sacar conejos del sombrero o a pedirle peras al olmo con éxito». Efectivamente, la verdad poética concierne únicamente a su creador, y tiene la fuerza de quien lo escribe.
Antes de partir con rumbo a la sierra, Artaud tuvo una actividad frenética en la Ciudad de México, desconcertado como estaba por encontrarse en una urbe con una civilización que imitaba a la europea, en lugar del sitio ceremonial autóctono con el que soñaba. De hecho sus anfitriones son intelectuales afrancesados, que lo ayudan como pueden a sufragar los gastos de su estancia: traducen sus textos que escribe para el diario local El Nacional, lo acompañan a sus desangeladas conferencias dadas en la Universidad Nacional, y le explican la situación del país en 1936. Luis Cardozo y Aragón lo describe así en su libro de memorias El Río:
«Era delgado, eléctrico y brillante, lo veo con su colilla en la comisura de su boca, con un paliacate atado en su cabeza, escribiendo su desesperación para liberarse de ella. Los ojos azules, enrojecidos, heridos por el fuego frenético de la tensión de su espíritu. Las manos huesudas, raíces que quieren asirse al aire, mostrando sus manuscritos, su voz magnífica que revela el sentido oculto en sus palabras. Tiene los ojos de Lázaro cuando regresó del sepulcro sin aclimatarse al aire que lo hiere».
Como todo adelantado a su tiempo, Artaud pasó sin pena ni gloria por la cultura mexicana, pero su experiencia en esos momentos también quedó plasmada en un libro que lo editores de Gallimard denominaron Mensajes revolucionarios que es una recopilación de esos textos y conferencias en la Ciudad de México. De la mayoría de estos textos no existen originales en francés y lo publicado en Francia son traducciones de las traducciones al español de los escritos de Artaud.
Artaud llegó a México como representante del surrealismo, movimiento que había abandonado en 1927 cuando Breton decide adherir al surrealismo al Partido Comunista Francés. Precisamente el título de la primera conferencia que dictó en México fue Surrealismo y Revolución, que fue seguida de El Hombre contra el Destino, y de El Teatro y los Dioses. Estas conferencias dictadas en 1936 fueron un verdadero fracaso, con muy pocos asistentes, pero fueron una semilla en la obra de Artaud, y por qué no imaginar, en el futuro teatral de México.
En su ensayo Artaud au Mexique, Joani Hocquenghem describe el ambiente que rodeaba al escritor mientras estaba en México. Varios intelectuales de la época se reunían con él en el Café París en el centro de la capital, le ayudaban a traducir sus textos y trataban de guiarlo para conseguir la droga que necesitaba para seguir trabajando. Sus textos trataron varios temas teatrales importantes para la época. Pero en ellos, Artaud también denuncia que Europa se hunde en el caos, que para él es un problema más espiritual que político.
¿Qué encontró Artaud en la Sierra Tarahumara? No lo sabremos nunca, sus descripciones son alucinadas, llenas de furor sagrado, busca lo que quiere encontrar y la edición del libro Les Tarahumaras (Los Tarahumaras) da una idea de esa visión afiebrada de Artaud.
Después de la experiencia mexicana Antonin Artaud va a Irlanda y de esa isla regresa encadenado a un manicomio. La decisión de la sociedad fue que Artaud era un enfermo mental y lo encerró en condiciones infames durante nueve años. ¿Qué mundos visitó en la sierra? Nunca lo sabremos con certeza. Pero se acercó peligrosamente a la locura.
No se juega infamemente con los dioses… Concluye Alfonso Reyes sobre Artaud.
París, mayo de 2021