Antonio Zúñiga Chapparo [Parral, Chihuahua; 1965]. Estudió Administración de Empresas en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, tiene una licenciatura en Actuación en La Casa del Teatro. Es actor, director, dramaturgo y gestor cultural. Fundador del grupo teatral Alborde Teatro de Ciudad Juárez. Actualmente es el director del Centro Cultural Helénica.
Durante los años 90, asistió a los talleres de creación dramática impartidos por Jesús González Dávila y Vicente Leñero. Cofundador del grupo teatral Alborde y Carretera 45 Teatro A.C.
Ganador de varios premios nacionales e internacionales de dramaturgia. Ha escrito más de cincuenta obras, casi todas se han montado, publicadas y la mayoría reflejan su origen chihuahuense. Su dramaturgia plantea el problema de la violencia, la corrupción y la traición en el norte de México. Empecemos por definir:
–¿Quién es Antonio Zúñiga?
–Soy el hijo de dos personas nacidas, creadas y educadas en el siglo pasado. Dulceros de profesión. Gente humilde. Y, yo rico en sueños de niño y de realidades de viejo.
–¿Cómo fue su niñez?
–Fue una niñez dura. En experiencias y vida muy entrañable. No se olvida nunca una infancia de esa talla. Lo recuerdo todo como en un cuento de García Márquez. Un niño, sin embargo, lleno de imaginaciones. Apresurado a comerse el mundo a dentelladas. Curioso y preguntón, apegado a las faldas de la madre. Vivaracho amoroso, loco y muy sufrido. Una infancia donde la luna, el cielo, la tierra, los olores y sabores del mundo definieron un talante de escritor, de un pergeñado de sueños.
–¿Cuáles recuerdos guarda en su memoria?
–Si escribo aquí mis recuerdos, necesitaría la extensión de una novela para narrarlos. Lo mismo que mis sueños que siguen siendo a futuro, nutridos. Solo escribiré uno: Sucedió en 1970, en el barrio de Parral, Chihuahua, donde viví mis primeros años, vi jugar a Pelé, en una televisión a blanco y negro, teniendo yo apenas cinco añitos, pensaba que Pelé era negro porque lo veía en la pantalla chica del televisor en blanco y negro.
–¿Qué es el teatro?
–Me han preguntado tanto esta pregunta que ya no sé qué responder sin que parezca mi respuesta un lugar común. Lo diré de bote pronto; el teatro para mí, son los años, horas, minutos que me quedan de vida.
–¿Sigue estando el teatro en crisis?
–Cuando no esté en crisis dejará de existir. Crisis y teatro van de la mano. Lo mismo que la existencia misma de la vida humana sobre la tierra.
–¿Qué buscaba cuando comenzó a hacer sus obras?
–Mi voz. Que se escuchará como eco, el grito que mi pecho guardaba. Ahora a treinta y cinco años de aquello esperaría que algo de este aliento sobreviviera en mi tarea de escritor.
–¿Cuál es su máxima realización hasta el momento?
–Vivir con mis dos perros una vida.
–¿Considera que La Zona del Silencio (2012) es su mejor obra?
–No. De hecho, me extraña esa referencia. Después de La Zona del Silencio he escrito muchas obras, y antes tenía ya algunas de buena factura. En todo caso, como decía mi madre: “De todos los hijos al que más quiero es a todos mis hijos”.
–¿Qué autores han influido en su escritura?
–No fueron autores que me hayan influido por su escritura, (aunque si tengo varios que pudiera citar). Sino personas que lo hicieron claramente y directamente. Emilio Carballido, Vicente Leñero (fue mi maestro de taller), Jesús González Dávila (también maestro de taller), Luis de Tavira, enorme como una montaña de sabiduría, Víctor Hugo Rascón Banda, humanos sumamente humanos y Octavio Trías, mi primer director de teatro, allá en la frontera de México en Ciudad Juárez.
–¿Por qué Víctor Hugo Rascón Banda marcó el rumbo de su vida como dramaturgo?
–Marcó el rumbo de muchas personas que salimos de provincia llegamos a la capital del país a tratar de hacer la vida dentro de la escritura y, a quienes él, generoso como era, te daba la mano, te proporcionaba un consejo, un regaño y un pedazo de pan.
–¿Está escribiendo teatro actualmente?
–No, como quisiera. No, como lo hacía. Pero nunca dejo. Nunca ceso.
–¿Se considera más actor que dramaturgo?
–Es como si me preguntarán, si soy más hombre por ser más viejo. Una cosa lleva a la otra diría.
–¿Pertenece usted a un grupo de dramaturgos con criterios o estéticas comunes?
–Yo soy quien soy, y no me parezco a naiden… Así cantaba mi padre, cuando yo era niño.
–¿En la actualidad el teatro cumple alguna función en el desarrollo social?
–Otra pregunta que lleva siempre a una respuesta estereotipada. Y como el filósofo habré de responder, yo solo sé que, sin el teatro, no sé nada. Si algo es capaz de desarrollar a una persona, es capaz de mover a un mundo.
–¿Qué significa la teatralidad de la escritura?
–A ver… esta pregunta me gusta mucho. Voy a responder algo que seguro, ya se ha dicho muchas veces. A mí me parece que, eso de la teatralidad es lo más importante de todo lo que sucede en el fenómeno teatral, pero que también, es lo más incomprendido. Se le ha despreciado mucho siendo el modus vivendi del mismo teatro. La teatralidad es la magia. Pero no el acto sorpresivo que hace admirar la prestidigitación del mago, sino el truco mismo. O sea, eso que se oculta para que se vea la sorpresa sobre todo del espectador. En la entraña de la escritura misma, existe un truco, que no es por cierto igual en todos, de hecho, es distinto para cada dramaturgo, lo que en parte define la voz del mismo. Ese truco o suerte de mecanismo transforma la idea de la vida que uno tiene. Es decir, uno ve la vida, eso que llamamos lo real, y le inyecta o trastoca a través de una estructura que hace superflua esa acción real y la transforma (le da otra forma), esa otra forma es lo que termina siendo una segunda realidad espectada a través de cierta teatralidad. Como si fuera uno un alquimista, un químico de almas, un prestidigitador a base de una cadena de trucos que esconde uno el conejo para hacerlo saltar en la misma cara sorprendida del espectador y no solo eso, logra que ese conejo se meta en su mente, y conviva en su conciencia. Eso, ese mecanismo intrínseco en la obra escrita, en las palabras del personaje, en la acción de la obra escrita, es la teatralidad. La teatralidad es todo lo contrario de la naturalidad, porque es pura ficción. Es puro cuento. Es el elemento artístico por antonomasia del drama. Es el arte puro.
–¿Cómo hace para lograr un estilo propio?
–Como decía mi mamá: Para hacer pepitas de maíz, ponga usted la cantidad justa de sal, aceite y fuego a la sartén, eche usted las pepitas y revuelva, cuando haga eso, póngale alma a lo cocinado y seguro saldrán las pepitas de maíz de Antonio, las que nadie más podrá hacer igual a las suyas. Eso es estilo.
–¿Cuál es su concepción acerca del teatro para jóvenes?
–Creo que existe distinto a cualquier otro teatro. De hecho, como oxígeno para el teatro que no es llamado para jóvenes. Porque este teatro,me refiero a la escritura, está lleno de potencialidades, de exploraciones, de cambios. Es un teatro vivo, vivo, vivo. Cualidad que no deja duda de su necesaria pertinencia y persistencia. Cualquiera que escriba teatro hoy por hoy, sino ha escrito para jóvenes se está perdiendo de importantísima información acerca de cómo funciona el teatro hoy en día.
–¿Qué piensa del teatro que se hace en estos tiempos?
–Que es el que nos merecemos.
–Ha hecho una dramaturgia sobre el Norte, ¿por qué?
–No creo que sea necesaria. Es decir, no creo que tenga que existir como paradigma eterno. Fue y ya acabó. Ahora veamos al Sur.
-¿Su escritura está llena de referencias reales que pone en marcha una realidad para reflexionar?
–Todo. Sin duda. De ahí sale todo o no sale nada.
–¿Es la violencia todavía una garantía de democracia?
–No entiendo la pregunta. Entiendo que la democracia no es un sistema perfecto, pero hoy por hoy, es el único sistema que tenemos para vivir con mediana libertad. La violencia es garantía de mayor violencia, eso es más exacto.
–¿Ahora la realidad y la fantasía tienen un tercer aliado, la violencia, que ha cambiado por completo la política?
–Yo creo que la política es la que es violenta y creo que, es justo la mala política lo que cambia y produce violencia. La realidad y la fantasía con violencia exagerada traerá como consecuencia el caos, pero bueno después del caos viene la calma. Tal vez por eso, el drama es violencia natural, se hace sin un propósito claro de violentar algo, pero sin duda rompe esquemas y estructuras, sin embargo, como los antiguos yo sigo creyendo que se hace con la intención de transformar, de crear para vivir, de encontrar después un remanso de paz en la poesía.
–Entonces, ¿qué debe hacer un dramaturgo?
–Escribir, solo escribir. Sino sabe qué, debe escribir su nombre millones de veces. El dramaturgo como todo escribidor, es eso… un alguien que esculpe la hoja con sus letras, entonces, cobra sentido su vida si lo hace. Cuando un escritor deja de golpear las teclas su vida acaba.
–¿Existe una cultura alternativa en aquella frontera?
–Sí, claramente. Pero ojo, yo entendí que la frontera y el teatro son la misma cosa. Ambas son ventanas, donde ves el interior y también el horizonte de las cosas.
–¿Qué es falso o verdadero en esa realidad?
–Todo es falso y todo es verdadero. También podemos decir que nada es falso y que nada es verdadero. Es la cueva de Alicia. Ahí todo se transfigura. Nada como estar ahí y ver el sol. Es… cómo te diré, un sol extraordinario en un cielo extraordinario. De múltiples colores, del gris al rojo y al magenta, unidos siempre todos para despedir al astro rey en la tarde.
–¿Es una metáfora de lo que sucede?
–La frontera es una metáfora sin duda. El teatro es también una metáfora sin duda.
–¿Su dramaturgia es ficción, pero todo se puede verificar en la realidad?
–Sólo se puede verificar en el escenario. Fuera de ahí no es nada.
–Un mundo sombrío otra vez: ¿Qué opina de este momento sangriento, protagonizado por los carteles mexicanos?
–Opino que esos güeyes ya se pasaron de lanza.
–¿Se puede escapar de esa violenta realidad?
–No sé, porque esa violencia esta más arriba de ellos mismos, en el sistema capitalista mismo. Tendríamos que escapar del capitalismo. El siglo pasado se intentó y nos fuimos a otra cueva oscura. Pero creo como Nietzsche, que la alborada existe, porque siempre hay una luz al final del túnel.
–¿Y cómo se lucha contra eso?
–No se lucha. Se sobrevive hasta que con alguna esperanza ellos, se vuelvan empresarios, entonces como diría Brecht el infierno será.
–Usted ha escrito una dramaturgia en el que la realidad está a la vuelta de la calle… ¿Concibe que un día no haya violencia?
–No, porque la humanidad y la violencia son consustanciales. ¿Acaso los romanos, hace miles de años, no iban de paseo al coliseo, en una tarde de domingo para ver morir humanos como espectáculo?
–¿Qué teatro está viendo en la actualidad?
–El que puedo y el que me deja el puesto de funcionario público que hoy tengo.
–¿Cree que surja una generación de relevo en el teatro, en la televisión y en el cine mexicano norteño?
–Ya está y qué bueno que escriben mejor que nosotros.
–¿Cuándo usted ya no esté qué pasará con el Centro Cultural Helénico?
–Seguirá como siguen las instituciones siempre, más allá de las personas.
–¿Qué es realmente importante para AZ?
–Hoy por hoy, caminar por la playa con mis perros.
–¿Cómo ve la vida dentro de 25 años?
–No la veo, vivo el presente.
–¿Tiene enumerado aquellas cosas por las que vale vivir?
–Leer un libro. Ver una puesta de sol. Tener buen sexo. Comer algo rico. Cocinar para otros. Abrazar al amigo. Tener uno, dos, hasta cinco amigos. Escribir teatro. Actuar. Caminar con mis perros.
–¿Qué es lo más emblemático de Ciudad de México?
–Que es la ciudad más hermosa del mundo.
–Cuénteme: ¿Cuáles son sus próximos proyectos?
–Quiero escribir obras que nunca he escrito. O sea, las que sean. Actuar en obras que nunca he actuado, o sea las que valgan la pena poder contar.
–¿En estos momentos está más cerca o más lejos de Dios?
–Conforme se acerca más el final de mis días, peleo más con él, supongo que estoy más cerca.
–Y, para terminar, maestro: ¿Qué es ser mexicano?
–Un cohete en el ano.