Y no es coña

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Advertencia: todo lo que sigue está escrito en estado de paz interior relativa, en un primero de mes bastante complejo, recuperando un tono adecuado en lo personal, pero dentro de un proceso de reconversión que intenta asegurar un tiempo de mayor equilibrio. Como es habitual entro en la habitación donde hay varios elefantes invisibles que siguen pisando los callos de la realidad. Así que intuyendo que absorben mis contradicciones como gotas de lluvia en una palmera del oasis, les agradezco la paciencia y hasta la fidelidad intermitente que me profesan.

La semana pasada escribí con el impacto de haber escuchado a José Antonio Ortega desconsolado anunciando la muerte repentina de su hijo Julián Ortega. Ante estos hechos no hay consuelo. Las palabras se vuelven demasiado flexibles, inservibles, los sentimientos acaparan todo el frontal del cerebro, por la boca sale el corazón, es necesario tiempo. Distancia. Asimilación. Ha pasado una semana, Gloria Muñoz, su madre, ha recibido un golpe duro. Su padre va recomponiendo la figura, se dedica a reconstruir una memoria biográfica de Julián Ortega, un hombre amable, simpático, trabajador, un actor que no paró de estar en proyectos audiovisuales y, sobre todo, teatrales, al que todos admirábamos y, sobre todo, queríamos por que desprendía bonhomía. Una vida corta, cuarenta y dos años en los que hizo muchas cosas, muchas más que otras personas que le doblaban la edad, que dirigió teatro y que escribió varias obras, cada vez con mayor acierto en técnica. Tuve la suerte de editar Ira, podré cumplir con el compromiso de publicarle otras dos obras que están en proceso de producción. El dolor no se transmite ni se puede espantar con gesticulaciones. Un abrazo a familiares, amigos y compañeros.

Empieza la temporada, las clases, eso que llamamos la vida cotidiana. El verano se va diluyendo y nos deja un reguero de acontecimientos grandilocuentes, festivales que acumulan energías, presupuestos y públicos, en algunos casos tratados como clientes, como números, más que como sujetos culturales. Es una de las dicotomías más ejemplares, algo que parece difícil definir dentro del vértigo en el que se produce la actividad cultural y especialmente la de las artes escénicas. Lo diré una vez más: el teatro mercantil, el que se convierte en un producto de consumo popular, puede ser algo necesario que configure una oferta para un tipo de población. Frente a esta tendencia generalizada, habría que señalar la existencia de otras producciones que intentan huir del ruido, de lo facilón, que tienen un carácter de valor cultural incuestionable.

La línea a trazar, a mi entender, es dónde está la discriminación objetiva en estas dos opciones para recibir ayudas públicas. Lo comercial, a mi entender, se defiende en la taquilla y no precisa de ayudas, como no las reciben los musicales de franquicia que son, además, los que tienen mayores ingresos. Es algo difuso diferenciar, especialmente si no se piensa en nada más que en las cifras, en los porcentajes de ocupación, en pagar unos cachés desaforados. Pero pediría a todas las partes un esfuerzo, porque me temo que nadie está en este punto que ayudaría a esclarecer las cosas un poco más y, a lo mejor, serviría para una regeneración global de lo que se presenta en nuestros escenarios.

Leo a unos jóvenes críticos que en Barcelona están generando disconformidad con ciertas gestiones públicas. Confieso que a veces me reflejan, la ingenuidad de los recién llegados, de los que piensan que, por escribir, hablar, difundir o criticar, su influencia es superior a lo que en verdad sucede. Con muchas de sus vindicaciones me identifico, en otras dudo o discrepo. Señalo por adelantado, que esta presencia pública de estos entusiastas analistas me parece un buen síntoma.

Me ha sorprendido que se haya montado un debate sobre las reposiciones. Señalan como algo no positivo que se repongan en los teatros públicos las obras que tuvieron un éxito manifiesto en la temporada anterior. Y lo argumentan diciendo que eso entorpece la aparición de nuevas obras, dramaturgas o directoras importantes. Este asunto se entiende de diferente manera dependiendo de la edad de quien lo observa. O de sus experiencias. Intento explicarme.

Vivo en Madrid, acudo casi diariamente al teatro y con algunos compañeros comentábamos que era impresentable que se programaran en los teatros oficiales obras magníficas, muchas extranjeras, solamente dos o tres días. También debatíamos sobre la costumbre controvertida de estrenar decenas de obras en las salas publicas, con estancias de dos o tres semanas como máximo. Lo decimos a partir de una concepción probablemente obsoleta del propio hecho teatral en el que el público, los públicos, tienen su manera de influir en las programaciones de manera indirecta a través del interés demostrado por ver los montajes. Entonces comprendemos que se deban planificar las temporadas con un año o más de tiempo, que, debido a la venta anticipada y los abonos, sea difícil cambiar sobre la marcha la programación, que prorrogar una obra exitosa produce un problema encadenado, pero si es una inversión pública, si ha existido interés generalizado, me parece totalmente apropiado su reprogramación. Y, ojo al dato, no solamente las obras de los directores de las unidades de producción sino aquellas que de verdad hayan recibido la aprobación de los públicos. Otra cosa es que debido al sistema actual de producción sea muy difícil mantener los equipos actorales, pero este es otro síntoma del mismo problema.

Probablemente para un programa de radio, un colaborador en medios escritos que cobra por piezas, un sistema muy superficial, urgente, banal, cuantas más novedades y estrenos mejor, pero para darle la entidad que se merecen las artes escénicas, el dejar aposentar las obras y espectáculos es fundamental. Recuerdo que hace pocas décadas en el Teatro Español de Madrid, en manos de Gustavo Pérez Puig, las obras podían perpetuarse muchos meses o temporadas. Eso pertenece a otra época, pero de eso a la volatilidad actual, creo que está la justa medida que será difícil encontrar si no se cambia todo el sistema productivo general, en el fondo y la forma, asunto que cada vez parece más urgente afrontar desde los lugares que pueden producir las iniciativas apropiadas.

Por eso ver la actitud del Ministerio de Cultura actual produce llagas en las partes blandas del cerebro. Y si anuncian como una manera de salvar el cine, o los cines, no lo tengo claro, llevar a niños y niñas en horario escolar a ver películas en sesiones matinales, la sensación es absolutamente demoledora y, de verdad, si se dedican esfuerzos públicos a esto tan tontorrón y viejo, ruego que suspendan ese ministerio o al titular actual. Por favor.


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