Y no es coña

Aprendiendo y desaprendiendo

Ayer terminó la trigésima edición del Festival Mujeres en Escena por la Paz en Bogotá. Muchas actividades, talleres, debates, una programación exhaustiva que coloca a este participante activo como dramaturgo y director y a la vez pasivo y/o reflesivo como excrítico, editor, director de una revista y librero dentro de una ensoñación, un compromiso y se sitúa en un lugar en el que tomar buena nota de su actitud como hombre blanco hetero en todos los momentos de su vida, privada, pública o profesional. Como escuché a una lideresa indígena que hablaba de aprender y desaprender, yo de momento puedo valorar lo que he ido aprendiendo, que es mucho y seguramente cuando haga el balance, llegará el momento en positivo de desaprender todo aquello que no contribuya a que este mundo que está en cambio constante, se realice bajo la influencia del feminismo, el empoderamiento de las mujeres más allá de cualquier tópico o despropósito ideológico.

 

He vivido situaciones diversas, emocionantes, conmovedoras, he escuchado testimonios realmente duros, la realidad en Colombia en concreto es sangrante, pero lo que más me dejó con alma, corazón, emoción y pensamientos fundidos en una sola instancia fue una pequeña actuación de dos actrices que están estudiando arte dramático y hasta llegar el proceso de paz actual, tan vulnerable, tan maltratado por el uribismo violento, eran parte de las FARC. Fue un pequeño acto, dirigido por Patricia Aiza, la auténtica lideresa de este movimiento teatral con claras connotaciones políticas, y de manera sencilla daban cuenta de su vida en la selva como guerrilleras y su actual situación, asegurando que buscan lo mismo, una paz para que todas las personas colombianas vivan con sus derechos respetados al cien por cien. No acierto con mis palabras porque todavía ando en una situación de sobrecogimiento. De las muchas utilidades que puede tener el Teatro, una de ellas es contribuir a difundir la noción de Paz justa, de entendimiento, de concordia, de Amor a la Vida. 

El teatro como señal de resistencia, como seña de identidad cultural, que incide de manera directa en el proceso de paz amenazado. Y con las mujeres como protagonistas, con propuestas escénicas de todas las estéticas, formatos y mensajes, lo que daba al festival un abanico de posibilidades de confrontar realidades diversas. Está claro que hay una juventud que viene desprejuiciada, unas jóvenes artistas que hacen de su cuerpo y su arte no un campo de batalla, sino un campo para sembrar lazos de fraternidad, solidaridad y lucidez ante el momento histórico que vive la Humanidad. En esa cruzada laica se enmarca la lucha feminista por establecer territorios creativos propios, no excluyentes, pero en ningún caso sumisos.

Mi experiencia en el campo activo, es con una obra “Quarteto da Alba 2.0”, escrita en castellano, estrenada en Donostia con dirección de Lander Iglesias y un reparto de dos actrices y dos actores, que ahora se hace en portugués, con cuatro actrices, dirigida por mí y que sentí unas sensaciones muy difíciles de calibrar al escucharla en una sala tan significativa como la Seki Sano de la Corporación Colombina de Teatro en portugués, en un contexto donde se habla el castellano más bello que uno pueda imaginar y que, por lógica perdió efectividad la parte textual, por lo que se revalorizó toda la parte física e instrumental de movimientos, figuras e iluminación. Me pasó hace años lo mismo con el montaje en castellano cuando se presentó en Brasilia, pero allí había sobretitulación y eso aliviaba la distancia idiomática. 

Hemos compartido tiempo y espacio con Bea Insa, que también presentó obra aquí, además de dar un taller. Programados en el mismo día, hizo imposible visualizar el trabajo ajeno. Otra vez será. Ya comenté uno de los espectáculos presenciado el primer día en un antiguo prostíbulo, después he ido viendo propuestas que van contextualizando un mundo propio. De memoria, señalo algunos: “El marinero” de Pessoa, por Teatro Matacandelas, un montaje con varias décadas pero que mantiene una propuesta estética exigente para las actrices con un estatismo absoluto y para las espectadoras que deben descifrar un texto complejo en la casi oscuridad. Otro montaje histórico del Teatro La Candelaria, “Guadalupe años sin cuenta”, una historia viva de unos hechos insurgentes de hace décadas que toman vida y casi explican la realidad actual. Un montaje de teatro épico, didáctico, muy popular en el sentido más bello del término.

Patricia Ariza, la inventora del evento, presentó varios montajes bajo su dirección o auspicio, y un acto propio, “No estoy sola”, una acción teatral sin apenas palabras, para homenajear a las mujeres muertas o desaparecidas por las acciones represivas muy violentas del gobierno contra los movimientos reivindicativos callejeros que están cuestionando los actuales estados de involución política. Obviamente, he visto muchos más, ya los relataré en otro documento. 

He aprendido un concepto muy útil: quisiera ser considerado un machista en rehabilitación intensiva. Quisiera haber entendido todos los mensajes positivos y tratar a las mujeres que tienen responsabilidades políticas, administrativas, artísticas, gerenciales sin un atisbo de condescendencia, colaborar con ellas sin otros roces que los que pueden ser lógicos en el trabajo y la confrontación de ideas. 

Hay que aprender mucho de la constancia, la lucha, la determinación, los mensajes que contribuyen a la apertura de las viejas rejas mentales establecidas por la estructura de poder del patriarcado en todas sus vertientes, para mejorar la convivencia en el mundo entero. Doy gracias a la organización de este festival por permitirme participar de una manera tan intensa. Volveremos.


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