“Après moi, le delúge” de Lluïsa Cunillé/Teatre Lliure/CDN
Los invisibles
Obra: Après moi, le delúge. (Después de mí el diluvio) Autora: Luïsa Cunillé. Compañía: Teatre Lliure/CDN. Intérpretes: Vicky Peña y Jordi Dauder. Escenografía: Max Glaenzel. Iluminación: Mingo Albir. Vestuario: Marta R. Serra. Dirección: Carlota Subirós. Lugar y fecha: Teatro Principal de Zaragoza. 2 de abril de 2010.
En estos días llega al escenario del Teatro Principal, avalada por varios premios y un unánime éxito de crítica, “Après moi, le delúge (Después de mí el diluvio)” de la dramaturga catalana Lluïsa Cunillé, coproducido por el Teatre Lliure y el Centro Dramático Nacional. Un hombre de negocios europeo que trabaja para una empresa que se dedica al negocio del coltán (ese mineral imprescindible para fabricar nuestros teléfonos móviles, nuestros portátiles, nuestros videojuegos y toda la gana de las nuevas tecnologías) y una intérprete se encuentran en una habitación de hotel de Kinshasa, la capital del Congo. Él va a reunirse con un anciano africano. A lo largo de la charla, éste le ofrece a su hijo, para cualquier trabajo o servicio que pueda necesitar. En realidad, le pedirá una vida nueva para su hijo en el opulento primer mundo. La mujer traduce todas sus palabras, impasible.
Cunillé construye un texto de gran inteligencia teatral y moral. Nos habla de los abusos del colonialismo belga, los conflictos armados alimentados con niños soldado, la precariedad laboral y la pobreza extrema en la que vive buena parte de la población mientras las grandes empresas occidentales se enriquecen con la riqueza natural del país (el negocio es sencillo, dice el hombre blanco: «Los aviones llegan cargados de armas y se van con coltán, oro y diamantes») y lo hace sin recurrir a ningún discurso ni a ninguna imagen escabrosa. Su recurso es más sutil e inteligente: la invisibilidad. El anciano negro es invisible (gran acierto de Cunillé) pero a través de sus palabras (que nos hace llegar la intérprete) nos habla de las esperanzas de un continente a través de la nueva vida que desea para su hijo.
Carlota Subirós plantea una puesta en escena limpia, detallista y muy correcta, de gran sobriedad, incluso en los movimientos, para ofrecernos en bandeja de plata una buena historia, con profundidad y sustancia, con incógnitas y con alguna revelación impredecible. Pero la función tal vez necesita algo más que eso. Hay que destacar a una notable Vicky Peña, a un magnífico Jordi Dauder y un gran momento, en el que se condensa, como un soplo, la teatralidad: la intérprete, transmutada en el anciano, silueteada por un esplendido efecto de luz.
Joaquín Melguizo
Publicado en Heraldo de Aragón 4-04-10