Apuntes desde mi burbuja
Planeo la situación de una manera urgente: estos días vivo en una burbuja teatral. Estoy en el Festival de Almada viendo propuestas teatrales de primer nivel, tanto portuguesas como internacionales, estoy rodeado por gente querida a la que admiro que ejercen labores informativas o de crítica, asisto a debates, reconocimientos y homenajes, mantengo activa mi vida exterior con mis tres núcleos de trabajo constante: Artezblai, Yorick y el periódico GARA, junto a mis sueños y proyectos de nuevos espectáculos en Argentina. No hay queja sobre esto. No obstante, mis antenas siguen funcionando y, por mucho que me disponga a disfrutar, aparecen motivos para la inquietud. Y en este caso uno de ellos ha surgido, como tema recurrente, dentro del propio festival.
Sé que la tendencia inhibidora de responsabilidad o de pertenencia hace que exista una postura mayoritaria que no da importancia alguna a la remodelación del gobierno que acabamos de conocer. En lo que respecta a lo mollar de la política actual, mis opiniones son parciales, en un caso por fobia y en otras por desconocimiento de la profundidad de ciertas decisiones, pero hay dos movimientos que me parecen relevantes: la defenestración de Iván Redondo, al que consideraban el auténtico poder en Moncloa, con un gran influencia en el presidente, el que hacía y deshacía y que no encuentro lugar para encontrarle algún bondad, ya que estos supuestos profesionales que se colocan por encima de todo, que igual hacen presidente a uno del PP en Extremadura, que a un alcalde de la parte más derechosa de la misma banda en Badalona y después son capaces de crear estrategias para un gobierno que se reclama socialista, son el prototipo de lo que detesto de la actual política, porque este Redondo, a mi entender, es un Cantó con más estudios y más poder, pero se vende al mejor postor. Hay una derivada para mí muy importante y es la amistad de este hombre defenestrado con el Gran Cacique del Teatro Español actual, lo que le facilitaba muchas cosas, como es salvar ciertas reticencias que rozan el código ético, cuando no el penal en ciertos festivales. Quizás sin este parapeto se debilite esa arrogancia y soberbia totalizadora del innombrable.
Lo segundo, sorprendente, es el cambio del titular en el ministerio de Cultura. Era conocida la desidia, la apatía del que ha salido, del que muchos no hemos logrado ni aprendernos su nombre. No ha hecho nada. Sus meses al frente de este ministerio, más el de deportes, han dado lugar para que sigan creciendo las malas hierbas del jardín del INAEM, tomándose decisiones que no se sabe si las inspiraba el defenestrado Redondo, o su amigo plenipotenciario, pero que nos dejan esa institución con aluminosis conceptual y desgaste de materiales mucho peor que cuando llegó. Le sustituye Iceta, un político catalán, que se hizo famoso por sus bailes. Todos sospechan sobre su valía y posibilidades de marcar alguna línea en este ministerio. Yo suspiro profundamente y me quiero creer que es un hombre de cultura, que tiene sensibilidad para entender las necesidades de este sector, que tiene más valor político que su antecesor y que será capaz de asesorarse adecuadamente y realizar los cambios urgentes que se precisan. El error del ministro saliente es enmendable con facilidad. Hay que otorgarle confianza y ponerse una capa optimista para ver qué propone. Si fuera la demolición del actual edificio inservible del INAEM, se convertiría en un santo teatral.
Pero en la burbuja he asistido a un hecho que abunda en las disquisiciones que vengo realizando las últimas semanas y que se trata de las programaciones de mercado, los festivales de franquicia. Debo señalar antes que nada por si alguien se olvida, que siempre pongo a Almada como un festival importante por su programación, por dar a conocer directores, dramaturgas, compañías europeas de primer nivel que escapan de los circuitos habituales. Desde hace años tiene un convenio con el CCB de Lisboa, para asumir como propia alguna de las obras programadas en este gran instrumento cultural de Belem. Desconozco en profundidad los términos, pero sé que he visto en los últimos años grandes espectáculos, magníficos, magnificentes, que sin esta colaboración serían de difícil absorción por el presupuesto de Almada.
Este año la propuesta era un binomio que ponía a Maria Callas y Mónica Bellucci en un supuesto espectáculo teatral para hacer una semblanza de la vida y la obra de la diva operística. Un buen plan. La realidad es que se quedó en una suerte de timo. Un producto comercial de baja calidad. Firma la autoría y la dirección Tom Volf, autor del libro sobre el que se inspira, pero en realidad no hay dramaturgia, no hay puesta en escena, son una cartas memorizadas por la modelo y actriz de cine, que se dicen sin alma, sin matices, con la misma intensidad y emoción cuando son misivas de su adolescencia, de cuando empezaban sus grandes éxitos mundiales, sus amores con Onassis, sus depresiones o sus ganas de abandonar todo. Da lo mismo. Ni un matiz. Ni un gesto. Un sofá que dicen en la propaganda que es igual al de la Callas (¿cuál de ellos, solamente tuvo un sofá?), un vestido que aseguran que es de la Callas y un gramófono que dicen es de la misma procedencia. Una decena de cartas, media docena de arias grabadas, ningún movimiento, unas luces para resaltar a la oficiante y poco más. Un espectáculo que, de ser de contratación directa por el festival, supongo que nunca hubiera pasado las pruebas de calidad, pero que viene a reforzar alguna de mis teorías destructivas. Fue el espectáculo que antes agotó la venta de entradas. Y en este festival, hasta ahora, hemos visto grandes, grandísimas propuestas, por lo que debemos tomar buena nota de nuestras clientelas, de nuestros públicos, de los impulsos que les mueve. De tal manera que en la función de ayer domingo había anunciado su presencia el presidente de la República de Portugal. Al final no acudió. Tuvo suerte.
Es un producto insufrible, algo que tendrá un valor de mercado desorbitado, que explota la fama de una actriz de cine, y el mito de un gran mujer que fue una gran cantante de ópera, entre otras muchas cosas que no aparecen, desde luego, en la selección de cartas que se utiliza. Existen productores internacionales dedicados a generar y vender estas mercancías pasadas, fraudulentas y unos programadores que los compran porque esperan resultados en taquilla y en porcentaje de ocupación. Es lo que denunciamos sin mucho eco: no vale solamente la cantidad, hay que mirar también la calidad.
Me queda todavía otra semana disfrutando en la burbuja. Un gran montaje del director belga Ivo van Hove, a partir de un texto del francés Édouard Louis, me ha provocado la necesidad de volver a escribir una crítica. Cada día intento en FB dar una opinión urgente de lo que he visto la noche anterior. Creo que voy a realizar una crónica pormenorizada de esta primera semana de Almada en breve. Y seguiré esforzándome por escribir opiniones dentro del rubro de crítica, por si sirve de algo más que para aliviar mi sensación de vacío al leer panfletos, previas del día después, alabanzas a granel… que es lo que inunda el género. Y más en esta época veraniega en donde una invitación a uno de esos festivales significa ser bendecido por la oficialidad, pertenecer al rebaño de los elegidos. Y hay que alabarlos, señoras y señores.