Críticas de espectáculos

Archipiélago Dron (Dispara y olvida)/ Enrique Torres, Eva Redondo, QY Bazo

Cómo se construye el nuevo teatro

Cada vez que se retira la grada y queda al descubierto el gran espacio escénico de la Cuarta Pared es como si accediéramos a un mundo nuevo en el que todo puede suceder. En realidad, la función ha empezado ya en el vestíbulo, por donde un inquietante personaje, armado de un megáfono, deambula entre el público previniéndole de la posible aparición en la sala de alguno de esos artefactos del Imperio llamados drones que, al menor movimiento sospechoso, te vuelan la cabeza en un plisplás. De dichos artilugios sin piloto, o mejor, de los daños colaterales que provocan, humanos incluidos, nos hablan los autores de Archipiélago Dron: Enrique Torres, Eva Redondo y QY Bazo. Para ello nos sitúan en uno de los múltiples escenarios bélicos del Medio Oriente que ya son familiares para nuestro ejército: Irak, el Líbano, Afganistán… Las tropas no están solas: desde la tribuna vale por ellas, soberbiamente interpretado por Eva Redondo, un reconocible personaje femenino de la política nacional. Y esparcidos en mitad del no man´s land, van apareciendo los testigos: la mayor parte mudos, pues más vale callar, salvo una periodista occidental que, mientras los mosquitos se ceban en sus piernas, discute por el móvil con su jefe de una acción «preventiva» que se acaba de ejecutar: unos desconocidos reunidos en un grupo, una furgoneta de color blanco, un niño que llevaba no sé qué: total, que se tuvo que disparar. A más de que le fallan los puntos y las comas, el artículo que acaba de enviar la corresponsal al periódico se deja llevar por las emociones y es poco objetivo para la dirección: ¡mira que hablar de restos humanos resbalando por las paredes! Y para completar el panorama, dos científicos preparan una presentación en la que se dará a conocer al mundo armamentístico una revelación sensacional.

Cada uno de estos sucesos se produce en el entorno de un personaje que ocupa, como las figuras en una partida de ajedrez, un área determinada del escenario. Solo que el ajedrez ya es un juego pasado al que ahora sustituye la electrónica: la partida la está jugando, on line, un joven empalmado a su ordenador. Sus gestos, su agitación y su ansiedad nos refieren a ese soldado, operador de un dron, que será juzgado al final. A cientos de millas de su blanco y decenas de metros bajo tierra, bien pertrechado frente al panel de mando, su mirada sobre la pantalla va recorriendo el territorio sobre el que tendrá que actuar: un arenal árido y pedregoso sin apenas rastros de vida humana. Hasta que reconoce su objetivo: una construcción medio en ruinas, un coche que va por un camino polvoriento, una pequeña aglomeración de casas miserables… Y entonces, aprieta el botón y todas las figuras saltan por los aires dejando el tablero recubierto de vísceras y sangre. Al menos, el piloto de un cazabombardero se juega la vida en la acción: el enemigo le puede derribar. Algo que no ocurre con el operador quien, una vez cumplida su misión, vuelve tranquilo a casa e intenta proseguir con su vida normal. Si no fuera por los malditos nervios, por esa excitación que no cesa una vez apretado el botón, por volver a apretarlo para hacerlo mejor. Porque, por mucho que le entrenen para pretender olvidarlo, el operador es humano y se equivoca. Y el más pequeño error puede no exterminar al terrorista y extender el daño colateral. El dron, la máquina, es perfecta pero no el homo sapiens que la maneja. ¿Y si la manejara otra especie, menos emocional y compasiva? En espera de la llegada de los cyborgs, amalgama perfecta y cibernética de máquinas y hombres, por ahí van los tiros de nuestros dos científicos.

Muy bien interpretada la obra por un grupo de actores vinculados a los cursos y «colaboratorios» que imparte Sanchis Sinisterra en La Corsetería, la puesta en escena de Eva Redondo destaca por su ordenamiento y precisión. La trama, fragmentada, avanza a golpes secos, cuadro a cuadro, construyendo la historia por acumulación hasta llegar a la revelación final de los científicos. Siguiendo las pautas del «nuevo teatro», la atmósfera general de cada cuadro es más bien distanciada y cool, casi documental, exceptuando el que cierra la pieza, que se deja arrastrar, en mi opinión, por un excesivo lirismo que, apelando a la crueldad de toda guerra, distrae al espectador del verdadero propósito de la obra, que no es otro que el de hacernos ver cómo, por mucha tecnología que incorpore la máquina de matar, siempre hay detrás un hombre que asesina a otro hombre.

 

David Ladra

Título: Archipiélago Dron (Dispara y olvida) – Dramaturgia: Enrique Torres, Eva Redondo, QY Bazo – Intérpretes: Celia de Juan, Jorge de las Heras, Marian Degás, Oscar del Pozo, Paco Díaz, Delfín Estévez, Gabriel Ignacio, Silvia López, Eva Redondo, Antonio Sansano, Carmen Soler, Velilla Valbuena – Dirección: Eva Redondo – Diseño de Iluminación y Dirección Técnica: César Linares – Diseño de Vestuario: Marian Degás, Carmen Soler – Espacio sonoro y Vídeo: Nuevenovenos – Imagen Gráfica: Alejandra González – Producción: Ana Belén Santiago – Sala Cuarta Pared: 26, 27 y 28 de Diciembre; 2, 3 y 4 de Enero


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