Guanajuato.- Armando Holzer (Caracas; 1958). Es un profundo conocedor del lenguaje escénico, maestro preocupado por la formación del actor, director que siempre está en busca de la perfección teatral, intelectual riguroso y sensible que no hace concesiones con nadie.
Considerado como uno de los creadores más brillantes del panorama teatral venezolano y mexicano. Su carrera ha sido contundente tanto en términos de calidad como de larga trayectoria. Aun cuando podemos detectar ciertas temáticas recurrentes u obsesiones en sus numerosas puestas en escena, lo convierte en un explorador incansable de los universos escénicos.
Lo cierto es que, a través de su carrera, Holzer cuenta con logros artísticos impresionantes como por nombrar algunos d sus más emblemáticas puestas en escena como Cadalso, Rosas Rojas…urinarios y rosas, El enemigo de la clase, A sotto voce, Ubu Rey, Picaros, pillos y apaleados, La Serva Padrona, El Enfermo Imaginario, La Sangre, Eufemia, Metamorphos, Titus Andronicus y Desiertos en el Paraíso.
Hablamos con él para que nos cuente de sus proyectos más recientes, su infancia, trayectoria, vida, recuerdos, su forma de entender la vida y las artes.
PRIMER ACTO
Infancia y Teatro
Carlos Rojas (CR): -¿Quién eres tú, Armando Holzer?
Armando Holzer (AH): Supongo que un cuerpo, un organismo que ha tenido que cargar con alguien pesado en muchos sentidos. Un contenedor que agradece la fortuna de haber realizado con la misma pasión, desde actos del Día de las Madres a Operas. De intervenciones escénicas en mataderos, cementerios o cárceles a obras con más de 200 representaciones en temporadas. De oratorios a conciertos de rock. De espectáculos de títeres y tertulias caseras a montajes en calles, plazas y ascensores, entre otras.
Que ha capacitado a magistrados para juicios públicos, escrito guiones cinematográficos, textos para circo y discursos para políticos, obras para niños, partituras para danza, escenografías, programas audiovisuales. Y que ha coreografiado, vestido, iluminado, musicalizado y publicitado, un número considerable de espectáculos, implicándome en cada uno de los aspectos que conforman este generoso oficio.
Probablemente la consecuencia de los muchos rudimentos emocionales procurados en el camino, como de las condiciones educativas y sociales de un período específico de mi país, que, vistos sin melancolías, me surtieron de entornos que considero de muchas maneras privilegiados.
Ahora mismo, una mezcla incesante de curiosidad y de “auto empleo” soportadas por esa tenacidad bruta de mis antepasados migrantes. Encargados de recordarme a menudo la suerte, y los significados de vivir sin haberme alimentado como ellos, de ratas y naranjas podridas. Historias que especulo me proporcionan durante este trayecto de 63 años el temple y los instintos suficientes, para que ante una inminente situación de inseguridad y como portador de un oficio casi extinto, asuma sin perplejidades otras nuevas intemperies y ¿por qué no? Otros quehaceres posibles.
CR: ¿Qué recuerdos tienes de Caracas?
AH: Muchos y muy presentes. Un lugar de donde me llegan perdurablemente sensaciones que me nutren, me acompañan y que espero jamás desaparezcan. Son la luz, los climas, la vegetación, la algarabía y los afectos que conjugan esa singularidad apolínea y desquiciada de la ciudad de donde provengo. Territorios simultáneos de aguaceros torrenciales, que arrastran en sus caudales tronadores de barriadas y, a su vez, remansos calmos y arquitecturas orgánicas.
Atolladero de edificaciones huérfanas, nacidas en el impulso de una modernidad articulada por la opulencia espejeada del metal cromado de la Venezuela saudí, del cosmopolitismo vulgar y de una genitalidad desmesurada, que me proporcionaron espacios inevitables y abiertos al merodeo, a la confrontación y al placer de lo realengo. Que lejos de convertirse en inventarios de nostalgia, se tornan en abrevaderos y fuentes de carácter. De donde proviene quizá la perenne sensación, de un bienestar postizo, cosido al de una emergencia sosegada.
CR: ¿Cómo fue tu niñez?
AH: Contrastante, llena de desplazamientos radicales, en cuanto a lugares, ámbitos, personas y tratos. Reforzada por una formación de tres años en la Experimental Venezuela, una institución guiada por un modelo pedagógico, que aún hoy me parece vanguardista. Donde los aspectos artísticos, eran considerados materias de igual importancia que las otras y la evaluación valorativa, no estaban enfocada a la necesidad de aprobación. De hecho, no recuerdo haber tenido exámenes como tal.
El resto lo cursé en escuelas públicas donde a pesar de los contrastes, me tocó en suerte, tener maestros muy particulares y sensibles: un masón radical que ejercitaba en clases, una serie de eventos como las entrevistas a ciegas. Una apasionada del género criminal, que llevaba al ámbito de sus clases, algunas de las resoluciones de los casos de Agatha Christie, y nos instaba a borrar los textos de los comics sustituyéndolos por los nuestros. Un solterón que pasaba de llorar, leyéndonos “El Ruiseñor y la Rosa” a dejarnos sin recreo, si mostrabas alguna distracción durante sus lecturas. Y un breve paso de tres semanas por un semi internado militar, en el que me metieron para amansarme el carácter; un cura polaco al que nombraban con terror el “Padre Milko” que manejaba una moto y usaba sobre el hábito, una chaqueta de cuero negro, que lo hacían parecer de la Gestapo y que estableció conmigo, un trato sentimental e incluso vulnerable, que contrastaba con el carácter rígido y torturador con el que impartía sus clases.
Cerrando con mi primer año de bachillerato, en el que tuve a una profesora de literatura, de potente personalidad y una indisimulada sexualidad que fue la inspiración erótica de todos los varones del salón y una influencia pedagógica importante. Que nos llevó a ver “Las Fresas de la Amargura” replicando posteriormente con nosotros, las escenas de las manifestaciones de la película en el patio. A ella la vinculo a la rabia inspirada que producía lanzar piedras a la policía, al olor de las bombas lacrimógenas y al vinagre que aspirábamos en pañuelos y, a las mujeres de belleza satinada de las páginas de “Penthouse”.
También tuve maestros extraordinarios, de música, gimnasia y teatro a los que recuerdo vivamente, por su tenacidad en sacarme de mis temporadas de rabias y ostracismos. Tanto como las siestas obligatorias, en las que armé bajo las sábanas mi primer teatrino de sombras chinescas, con historias que improvisaba según las conversaciones y sonidos que venían de afuera.
La época de las visitas a mis abuelos maternos, en esa casa de la que hablo en “Capullito de Alhelí” rodeada de fábricas chocolateras y que, era un universo, colmado de plantas y animales. Con su roca gigantesca al fondo del corral, que se volvía muro, planeta, mueble, trampolín, lugar de secretos para los adultos e incluso anfiteatro.
De mi abuelo el preso político y de mi abuela inmensa y plena de sentencias contundentes, que se inventaba canaletas para volverlas cataratas, para que con ella nos bañáramos o que les abría la puerta a los manifestantes, para que se refugiaran y luego les extendiéramos a todos una mesa o de su resistencia titánica a vender aquella casa, que fue la última en caer en El Valle.
Bastión que defendió hasta la muerte frente a los bulldozers Caterpillar, que giraban como plagas alrededor en polvaredas o los viajes fascinantes con mi padre en su camión a lugares industriales, de luces y olores (seguramente tóxicos) que yo aspiraba como un bouquet marciano, acompañado siempre por esas músicas en lenguas melancólicas…Guarda che Luna, Guarda que mare…
Creo que allí está el zumo de construcción, de los muchos individuos que somos, por lo que me quedan de la infancia en la memoria, una frase de mi madre, la que, al observar, si al pasar al lado de un indigente, yo volteaba la cabeza, me daba tremendo sacudón y me decía, no los ignores, velos y míralos a los ojos sin vergüenzas, porque ellos no escogieron estar ahí y están ahí para que los tomes en cuenta. Lo cuento y es inevitable que salgan lágrimas. La otra, una frase de mi abuela: “Haz lo que tengas que hacer, con lo que a la mano tengas”. Ambas frases son fundamentales en todo lo que vendría después.
CR: –¿Por qué comienzas a hacer teatro?
AH: Creo que por destinación y luego por obstinación. Durante la niñez, bien por mi natural timidez o por circunstancias específicas, que obedecían al momento político y familiar, se me instruyó a decir de manera pétrea “no sé” a todo, y en lo posible a ser un niño invisible. Aun así, siempre surgía una situación en la que terminaba, histriónicamente involucrado.
De hecho, mi primer recuerdo del teatro viene de una imprevista participación en “Medea” que recuerdo muy borrosamente que se representaba, en un teatro ubicado en el antiguo parque “El Conde” donde se construyó posteriormente Parque Central.
Mi maestra de teatro de la escuela -la señorita Gladys Carpio- invitó a mi madre a formar parte en el coro de la tragedia. Obvio que ninguno de la familia (yo incluido) estaba al tanto de su clandestina incursión escénica. Hasta que, en una oportunidad, el hijo de la maestra que hacía de hijo de Medea enfermó. Por lo que me mi madre me llevó engañado y apenas indicándome unas cuantas cosas, me soltaron ahí a merced de una desconocida que me llamaba hijo, al tiempo que amenazaba con matarme y en medio de una guirisapa de mujeres aullantes con máscaras extrañas, entre las que estaba mi propia madre. Un poco heavy, ¿verdad?
Otra es que viviera donde viviera, no sé de donde, aparecía una sala. La primera en la comunidad Cardón, un campo petrolero donde viví de muy pequeño teniendo como amigo a un niño holandés, cuyos abuelos crearon en su garaje un teatro de guiñol, que era un tesoro.
Posteriormente y viviendo con mi abuela, tenía pared por medio unos vecinos españoles, que se hacían llamar “Lolo y Palillo” que ensayaban y representaban en su corral, una especie de números parroquiales en los que se mezclaban pesebre con canción de protesta.
Años más tarde mi padre me llevó a una academia llamada “Ballet de Roberto Sevilla” en la que impartían clases de baile flamenco, tocando en suerte que, en el mismo lugar ensayaba la Compañía infantil y juvenil de Lily Álvarez Sierra, por quienes no solo abandoné el flamenco, sino que pasé a ofrecer funciones dominicales en el Cine Río. Con obras que se ensayaban y se estrenaban cada semana y que eran generalmente, recreaciones de cuentos o versiones insólitas como “Las tres Caperucitas”, donde las caperuzas enloquecían al lobo a la manera de falsas réplicas (un poco en plan la escena de los espejos de “La Dama de Shanghái de Orson Wells) y que en esta época fácil hubiese parecido una propuesta postdramática. Al final de las funciones, me pagaban medio por cada parlamento dicho, y aparte comía de los pasteles que rifaba la maestra Lily en los intermedios.
En medio de aquellos atrezzos y de telones inmensos pintados, que subían y bajaban, manipulados por un ejército de hombres, príncipes, gladiadores y tramoyistas, esperaba a mis nueve años mi pie de texto para entrar a escena. Pegado a la señora Lily, que, en charla con el resto de la compañía, fumaban y conversaban contándose secretos, amoríos, rupturas, cuernos, cosas de adultos. Mientras que yo los miraba desde mi estatura, como a gigantes coloreados por el humo de sus cigarros, por los reflejos y por los cambios de luces de colores, que venían de la escena, y que se reflejaban en aquellos rostros, convirtiéndolos en figuras espectrales.
Las que, al llamado para entrar a escena, apagaban sus cigarros en el zapato y al persignarse, se transformaban de ipsofacto en personajes de fábula. Difícil no conmoverme al rememorarlo, pues solo y hasta mucho tiempo después comprendí la fortuna de haber compartido desde dentro ese legado de linajes y artificios, de compañías y familias nómadas que, eran lo más cercano a la aristocracia y, a la herencia de la Comedia Dell Arte.
Luego a los 12 años y, a pocos pasos de casa, topé con el Teatro Leoncio Martínez o Teatro El Triángulo. Uno de los espacios más hermosos que haya visto en mi vida.
Lugar en el que me fui colando y convirtiéndome en polizón y veía las funciones de “La Buhardilla” de Gilberto Pinto (con Bertha Moncayo y otra actriz de quien no recuerdo el nombre). Ambas en una escenografía expresionista interpretando a dos lesbianas drogadictas, parientes innegables de los muchos perdedores que conocería después en la dramatúrgia de Fassbinder, Nelson Rodrígues o Sarah Kane.
Tambien presencié los ensayos y funciones de “El Hombre de la Rata” con el portentoso Carlos Contreras, uno de los mejores actores que haya visto en mi vida. El exitoso regreso de “La Farra” del Festival de Nancy, dirigida por Santana, y casi todo el proceso de “Búfalo Bill en Credulilandia”. Sustituyendo de manera ocasional a otro niño en “El Consultorio” de Sean O´Cassey con Martin Lantigua. A un actor que hacía de una monja muda en “Las Monjas” de Eduardo Manet con Ana Castell (recuerdo el terror de esa noche ante la posibilidad de que cayeran los del Consejo Venezolano del Niño) y, a un actor en “Las Preciosa Ridículas” en una versión musical de María Teresa Haiek.
Evoco los camerinos, que eran alojamiento provisional de gente como Cosme Cortázar, Carlos Canut o Carlos Converso, que por cuestiones políticas se exiliaron en Venezuela o los montajes de German Ramos. Llegando a compartir con aquellos adultos, la imborrable sensación de ser en igualdad, considerado, respetado y necesario, que contrastaba con ese exterior en el que mi familia estaba rota, imbuida en los protagonismos de los adultos. Lo que me llevó a elegir la familia del teatro.
Gente que asumía con ética, valentía y, a riesgo incluso de sus vidas, la ficción como utopía y esencia de aquella mancomunidad de sentido. Marcando indudablemente la relación con los elencos y los equipos con los que a posteriori trabajé y que asocio muchas veces, a aquella preciosa escena de “Freaks” la película de Tod Browning, en la que los “fenómenos de circo” celebran la acogida de un nuevo integrante, coreando: Eres “uno de los nuestros”.
La verdad y visto lo visto, tendría que calcular mis años como se cuantifican los años de los perros, a siete por año vivido. Pues como verás he permanecido en escena algo más que tres cuartas partes de mi vida, y, a mí se me han ido en un suspiro.
CR: -¿Qué significa el teatro para ti?
AH: El teatro ha sido una constante que ha estado persistentemente ahí, como el acceso a los distintos laberintos, en conexión con los acervos propios y las múltiples posibilidades que estos te presentan. Quehaceres e interacciones que se establecen en el camino, vinculadas a la potente y misteriosa materia que es la acción.
Esa que a posteriori procesamos, destilamos, esculcamos, que cambia, desaparece, nos engaña, quedando por momentos incluso en estado de coma o que muere repentinamente debido a nuestras impericias o la que afortunadamente resucita, a través del proceso en los ensayos.
Mantengo con el teatro esa perenne sensación de fluctuación, semejante a la de los simios de Kubrick delante el misterioso monolito, frente al que permanezco inquieto, esperando al devenir que proviene de la efigie y que provocan por reacción, la euforia, el reto, dotándome de la fuerza necesaria, para lanzarla como el hueso, hacia otras gravitaciones transformándose en formas útiles como arbitrarias.
Pero si bien, es cierto que conservo con la escena, una fidelidad apasionada, también lo es el que nunca la he relacionado a un reclusorio de obligatoriedades y menos, a un refugio al que acudir en plan de damnificado.
Supongo que viene dado a que mi formación personal, sumada a la trayectoria, no han estado sometidas a la ansiedad, que produce el trabajo hecho en función de coleccionar logros o expuesta a ámbitos de aprobación estimativa o a la caza de reconocimientos. Permitiéndome alcanzar modos de valoración y de exigencias, que ocupan otros criterios de importancia. No es que no los necesite o los desprecie, lo cual igual es pose y directamente soberbia o que no me alegre cuando llegan, porque significan que los he ganado en justa recompensa. Pero no es algo que persiga o me quite el sueño, lo cual no me hace mejor o peor que los demás.
Me fatigan por igual el papel del creador independiente, cuyo mayor orgullo es mantenerse aislado e incomprendido, como el de quien convierte la figuración en un modo de escudar límites y complejos. Ambas a mi ver son maneras de narcicismo inversos. Otra cosa es que se me invisibilice o se trate de omitir mi trabajo, pero eso ya es asunto de justicia y ahí sí es cierto, que no me ando con resquemores, pues soy un verdadero grano en el culo.
CR: -¿Qué te ha dado el teatro?
AH: Sin duda la relación afectiva más sólida y duradera que he tenido hasta los momentos. Afectos, seres notables de todas las calañas y orientaciones posibles. Mundo, capacidad de discernir, enormes placeres y ángulos para ver las cosas desde diferentes puntos. Pérdidas lamentables, prometedores escenarios, pretendidos acomodos, fracasos y lo mejor: un modo de confrontar las cosas sin frustraciones ni enconos. Lo cual considero que no es poco ¿verdad?
CR: -¿Consideras que el teatro es un medio para difundir la historia de un país?
AH: Para difundirla, para sumergirse en diferentes lecturas de ella, para contradecirla y para volverla ahora sí que verdaderamente dialéctica. De modo que podemos aprender de los errores del pasado, que han derivado en las catástrofes políticas de los populismos ambidiestros, tanto como de la posibilidad de cambios fundamentales, en la recuperación de la dignidad de lo civil y de nuestro papel como promotores de nuevas ciudadanías y por ende de otras probables maneras de convivir en sociedad.
SEGUNDO ACTO
¿Te cagas de lo lindo verdad?
CR: -¿Cómo defines la poesía escénica?
AH: ¿Quién? ¿Yo? No me jodas. ¿Quién soy Yo para andar definiendo nada?
Pues no la definiría, no podría reducirla a una sola condición o a una única cualidad.
No me gustan los usos de citas, pero acudo en esta ocasión a una que creo pertenece a Enrique Serna, en la que expresa de manera clarificadora que “la poesía es la atención que el lenguaje se presta a sí mismo.”
Asumiendo que todas las expresiones escénicas, sean por igual tragedias, melodramas o Burlesque, conllevan una caligrafía y una seña de expresión particular y significativa, que son lenguas, lenguajes o dialectos, trazos, dibujos y otras formas (no estricta ni reducidamente a lo literario) que exigen una escucha o una auscultación profunda, que consienten la traducción no solo de nuestros deseos, sino de los legados poéticos (insisto no letrados ni literarios) de culturas y épocas enteras.
Piensa tan solo en que, a lo largo de cualquier proceso de creación, que involucra ensayos, entrenamientos, funciones, temporadas e incluso desmontajes y giras, surgen diferentes y poderosas relaciones reveladas en signos que obedecen a la singularidad y al momento de dichos procesos. En la gravitación de espíritus y la provocación de sensibilidades detonadas, según la calidad y la potencia del material, con sus cargas de orígenes y procedencias, que conjugados a los de la acción, que tomamos como materia fundamental de nuestra labor y al radio de acción, de reacciones o influencias, que este suceso genera con vistas a probables futuros.
Puede ser de rechazo o de absoluto silencio. ¿Te cagas de lo lindo verdad? A mí me parece alucinante. Formas continentes y contenidos, que emergen afectando y transformando en mayor o menor grado, a todos los partícipes del suceso y que, dada la naturaleza alquímica y circunstancial de nuestro oficio, se nos presentan muchas veces abruptos, misteriosos e inasibles. Exigiendo de quienes profesamos este oficio, un místico y permanente ejercicio de atención, relacionado no solo al impacto de la materia, sino también a la actualización de las instrumentaciones y de las prácticas, y, a la ineludible implicación de responsabilidad que, esto comprende en relación con los contextos elegidos.
CR: -¿Qué significa la trascendencia de la escena?
AH: ¿Podrías “deletrearme” la pregunta por favor? Ojalá y no me agarre la solemnidad pues cada vez que escucho términos como esos, me ataca una especie de hipo mental.
Pienso que lo que acontece, en el acto surgido entre lo previsto y lo impremeditado. (¡Órale!) Eso que se produce a través de las infinitas vías de lo sensorial, en el reconocimiento de lo humano, de la semejanza, de la reciprocidad, de lo susceptible como de lo vulnerable, y que se torna complicidad.
El impacto venido del dolor o por igual del pedo o del disparo (ambos eyectores). Del pastelazo en plena cara o del resbalón que provoca la carcajada primitiva, emparentándonos con el niño, con el pícaro, con el suicida o con el habla paja; con el perpetrador como con el humillado.
Lo que proviene de la ejecución reverberante de quien nos representa y nos purga, y más específicamente, de lo que se sucede quizás muchísimo después de una función, esa epifanía que te desplaza del ángulo seguro, hacia algo probablemente memorable.
Por lo que para mí no hablamos de instancias superiores o inferiores pues, son importantes por igual al momento de provocar, la risa como la pena, el asco, la lágrima, el escándalo, la erección, la violencia, la humedad, el pensamiento, el patetismo o el pasmo. Hacer presente un signo que transgrede la inacción o la indolencia, que es a mí ver lo más complicado.
CR: -Durante la creación de la puesta en escena: ¿Qué relación buscas crear con tus colaboradores?
AH: De inicio relaciones pasionales. De implicación natural con el proyecto, pero en sentido estrictamente preexpresivo. Si no conectas con eso, es muy difícil pasar a lo imaginativo. Cuando se comienza por la entelequia, hay algo en mí que lo rechaza. Esto no quiere decir que sea la única manera de hacerlo, al contrario, admiro y gozo de todas las formas posibles de abordaje, que me liberan y me hacen espectador de esos sistemas, pero en lo particular este, es una señal para el emprendimiento que evita futuros malentendidos, en cuanto aspiraciones y muchas veces de ocurrencias.
Veo si de entrada existe o no ese flechazo que puede estar relacionado a cualquiera de los aspectos. También debo decir que muchas veces esa intuición me ha traicionado, pero lo del flechazo ya es un signo. Luego la curiosidad a secas y la disciplina, entendidas como rigor en particular, como hilo conductor de los procesos y de las relaciones.
El discernimiento para evolucionar y no quedarse en el cumplimiento o convertir pautas en instructivos, pues prefiero lidiar en todo caso con las necesarias diferencias de criterio, que cargar con una camaradería insulsa, cumplidora y veleidosa.
La autonomía sin asumir equivocadamente demostraciones de comportamientos de displicencia o de berrinches y algunas veces la piel dura para no andarse en susceptibilidades y el involucramiento hasta los tuétanos. Agregaría la consideración, la paciencia y el humor que conforman a mí parecer un sentido místico de responsabilidad y de compasión que te hacen soportables, incluso el peor de los desastres.
Existen demasiados elementos en juego como para que, un proceso de trabajo pueda considerarse afortunado y son muy pocos los que cuentan con la estabilidad y las condiciones suficientes como para que, los que participamos podamos hacerlo a veces ni un mínimo deslindado de las circunstancias personales y laborales, entre otras.
Creo que, en ese sentido es un momento que, aunque ha movido de muchos modos el sentido de compasión y de solidaridad, nos resulta difícil solventar las propias situaciones económicas y en este sentido, apoyar de facto a quien nos necesita. Y que, en caso de no contar con fuentes de afecto y de diálogo en lo personal y en el oficio podría resultar definitivamente depresivo. Esto último lo digo refiriéndome a pensar en crear debido a estas condiciones, circuitos que nos permitan seguir generando fortaleza y procesos creativos necesarios.
CR: -¿Puedes hablarme sobre el proceso que va desde la concepción de una temática general hasta la cristalización en el escenario?
AH: Intentaré organizarlo. De inicio los más importantes, es decir los que he generado y realizado de manera personal, y han nacido de una señal. Una imagen, un sonido, un momento memorial, una impresión, un paisaje, una piedra, un escrito, una situación emocional, algún fragmento de un film, un destello visual, una expresión, un movimiento reflejo, una canción. Algo que, por un momento, no solo captura mi atención, sino que se torna insistente y que con lo asociativo se carga de un posible sentido.
-¿Recuerdas ese primer encuentro de Hamlet con la sombra? Pues, es un excelente ejemplo del hallazgo y del periplo que inicia con el “¿Y si…?”
-“¿Y si… esa sombra no fuera una ilusión, tejida entre la luz y la oscuridad y fuese en realidad, el fantasma de mi padre, que quiere contarme a su vez, alguno de los secretos de esta singular familia?” Es el hallazgo del artesano, que puede ver potencialmente en un tronco la forma de una virgen o la del caminante fisgón que ve potenciales vacíos, delante de los pasos de un niño.
Aquí y ante mi tendencia a especular y redundar, me decanto por un primer reconocimiento que consiste en absorber a la manera de esponja, una información constructiva sensible, principalmente en tu propio entorno para posteriormente orientarla hacia un enfoque posible y sus distintas variables, que son los que te encaminan a fundar un alfabeto con lo que tengas a mano.
Materias en bruto, múltiples aspectos, plurilingualidades, gramson y lo que te aporten las vecindades. ¿Has visto como se arman las casas en nuestras barriadas? ¿En la que primero se arma una primera habitación de donde surge a su modo todo lo demás con lo que te va llegando? Y que genera una estructura imperiosa, que no hay que confundir con no pensada.
La pura sensación o a veces la necesidad, pasa por diferentes grados de reviviscencia, estableciendo de manera natural fuentes o abrevaderos de conocimiento, sistemas, horizontes, tradiciones, entronques que suman estados de energía y de sensibilidad de lo que resulta una primera base sobre la que se traza una ruta de acciones y de tramas probables, y más concretamente en una caligrafía, que alimentándose de referencias ciencias diversas u oficios resultan en una primera partitura dramática.
Es exactamente en este punto, asociado a la cuestión plasmática, en el que me diferencio del trabajo del dramaturgo convencional literario, pues él desarrolla en solitario, las ideas, conformación de caracteres, personajes y escenas expresados en diálogos y acotaciones en un texto al que amén de las revisiones o posteriores versiones, denominara la obra o la pieza.
En tanto a que, en los procesos como los que he descrito, debo orientar la escritura (por decirlo de algún modo) según la naturaleza de cada proyecto. Siendo a veces:
una escaleta pormenorizada, en cuanto a la descripción de las secuencias relacionadas a principios físicos (gravedad, peso, volumen, entre otras) como a rangos de movimiento y relaciones espaciales, etcétera. Relacionado al ámbito de la interpretación física. Otras como una descripción escueta de materiales en convergencias dramáticas.
Otras como secuencias de índole fotográficas, sonoras o musicales o del vaciado de algún texto previo (pocas veces teatral) que me llevan invariablemente a la relación y constatación en laboratorio del trabajo con los intérpretes, allegados a su vez de múltiples procedencias: actores, cantantes, coros, gimnastas, bailarines, locutores, reclusos, campesinos, curas, artistas plásticos, arquitectos, cirqueros, prestidigitadores, rockeros, líricos, fotógrafos, escultores, críticos. Que aportan características, experiencias disciplinarias, asociaciones de imaginarios, comportamientos e incluso conductas y dimensiones diversas. Con quienes se producen las distintas construcciones, deconstrucciones e incluso inhabilitaciones de una primera idea.
Lo que contrasta y arremete muchas veces con mis propias concepciones de composición, carácter de la representación, finalidades, tradiciones, visiones refractarias de tiempos, lugar espacio y desenvolvimientos diferentes a las formas aprendidas de trabajar, que me han enseñado a laborar en distintos contextos y sistemas.
Obedeciendo a otra naturaleza y concepto distinto a la idea predominante del autor teatral literario, no siendo por esto menos o más dramatúrgicas que las convencionales. Hablo obviamente de proyectos estrictamente personales.
Y dicho esto te advierto que en mí han influido ideas de gente como Fruto Vivas o Abraham Cruzvillegas o Dziga Vertov que de Stanislavsky, y no lo digo en tono desdeñoso, para nada.
CR: ¿Cómo te involucras en los proyectos que te invitan?
AH: Por una decantación de intuiciones, tratos e intereses cambiantes en estas propuestas que surgen de las afinidades y de las colaboraciones relacionadas a indagaciones y sensibilidades en común, en materiales y aspectos creativos muy concretos. Concernientes a generar una dramaturgia o una partitura de carácter físico o un hilo conductor o un diseño de espacio, a partir de una idea, de un texto o de aspectos específicos, como la formación de los intérpretes, la Dirección y en muchos, el Concepto general de los mismos; que no son ni por asomo menos complejos que los proyectos personales.
Ha sido el caso de mis colaboraciones con Acción Colectiva, Physical Momentum, Itaca, Harmonia Vocalis, Mínimo Cuerpo, Teatro de la Complicidad, Trayecto Teatro y más recientemente durante este año, con la escultora Catalana Joanna Cera en sus instalaciones de Teatro Holograma en Roma y Madrid.
Hablando finalmente de los proyectos de encargo, que llegan fundamentados en la solvencia, como de la capacidad organizativa demostrada a la hora de trazar y conducir aspectos de orden técnico y profesional, constatados a través de mi trayectoria y de mi labor y, a los que se te invita, buscando asegurar que dicho proyecto, alcance el punto de óptima realización.
Aquí las dificultades son de otro tipo, pues al poner tus conocimientos al servicio de realizaciones que obedecen a criterios eventuales (operas, conciertos, espectáculos, etcétera) u otras de las razones empresariales, el aspecto creativo está supeditado, a decisiones jerárquicas y verticales en los que tu labor, ficha en el campo del empleado especializado, en ámbitos en los que es muy fácil desorientarse. Pues, al sobrevalorar tu intervención, tratando de inyectar algo de “tu inventiva” en un producto de molde, previsto linealmente para ser calcado de la producción “original” pueden ocurrir desastres.
No obstante, me apasiono por igual, al constatar que, este tipo de proyectos, no solo suelen proveen de cierta estabilidad económica, sino que permiten retar tus aptitudes, en cuanto a conocimientos prácticos o técnicos, relacionados a una ingeniería que dan amplitud de miras a tu trabajo. Hallar posibilidades en donde otros encuentran desventajas, intuyo que, es un aprendizaje que te ejercita en esto tomar distancias de potenciales frustraciones y del sufrimiento que viene con la valoración excesiva de las expectativas propias.
No me afecta si me denominan director, conductor, conceptualizador, empleado, obrero, maestro de obra, siempre y cuando nada de esto atente contra la dignidad de mi trabajo, pero debo tener ojo avizor cuando las que priven sean mis posibles inseguridades.
Por lo que trabajar en proyectos disímiles, con gente que lejos de las admiraciones y las docilidades de los círculos de amigos, de los consabidos amaestramientos de los alumnos, de los conocidos y de los familiares, son una especie de cable a tierra que me ha ayudado a concebir o al menos intentarlo, llevar el trabajo al nivel de otras profesiones especializadas, que como las de los educadores o los médicos, saben dónde incidir, qué instrumentaciones utilizar, qué espacio de operación necesitas e incluso operar en condiciones limitadas y más allá de las ideales. Qué nivel de aptitud e idoneidad es la de tu equipo. Lo cual percibo, parte de la recuperación de la finalidad de curar o prolongar la vida que, en algún momento tuvo el teatro.
Planteándome en cada proceso, reordenar tripas, corazón, conciencia, alma, culo y pito (que esos también te juegan malas pasadas) y qué competencias se me exige en cada trabajo.
CR: ¿Pones en duda tus posturas, gustos y decisiones?
AH: Me trato muchísimo como impostor y sirve para que, sin purgas, ni golpes de pecho, sepas equilibrar tu ser, tu parecer con tus impertinencias. En cuanto a las dudas, es obvio que me gustan y ahí seguirán, pero no me dejo embargar. Que la dubitación ya es otra cosa ¿no?
CR: -¿Alguna vez dudaste de ti como creador?
AH: Algunas no, todas las veces posibles, de múltiples y sistemáticas maneras; en esa especie de pugilatos, de esquives y de puñetazos, que provienen del Yo, del ego, del súper Yo, del alter ego o de cómo lo quieras llamarlo.
CR: -¿Hasta qué punto te interesa ser comprendido por el público?
AH: No entiendo eso de ser “comprendido” pues, no establezco relaciones ni parámetros de aprobación, ni de superioridad o de docilidad con nadie, máxime con los espectadores.
La comunicación igualitaria y democrática, pertenece a la natural esencia de lo escénico y allí no me permito confusiones de ese tipo, es una responsabilidad que conlleva el conformar con individualidades, comunidades de sentido a lo largo de la representación y pienso que promover la desconfianza del espectador en sus propios gustos y personas, como de su cultura, es una manera de chantajearlos y corromperlos.
He asistido y perpetrado por igual espectáculos petulantes, afincados en mis supuestas “peculiaridades” creativas que no son más, que una colección de clichés en fila: retorcimientos histéricos, contorsionismos de training, pataletas existenciales y extenuantes sermoneos conceptuales. Cosas que revelan que detrás de toda esa parafernalia, lo único que existe, es un algo, con muchos deseos de convertirse en otros, sin haberse convertido aun en alguien.
Muchos de estos, ahora sí que “montajes” no precisan de espectadores, sino de asistentes o de públicos distraídos en snobismos. Víctimas a estas alturas, de una ignorancia inducida que, a fuerza de aceptar algunos credos culturales, vinculan devotamente, lo lento con lo profundo, lo emergente con lo superficial y lo “vintage” con lo nostálgico.
Una inferioridad activada en los complejos de culpa, sembrados alrededor de la cultura de manual. Con un nivel de ablandamiento con el que van a esos recintos, con la oculta intención de fastidiarse, mientras más aburrida, más artística la obra, que eso es muy de nosotros los clasemedieros. Por lo que las expresiones aquellas de “Yo no trabajo para el público” en esta situación pandémica se habrá convertido en el edén para quienes la abanderan.
Respeto a quien se dispone a salir de su casa y tomando los riesgos que esto significa, invierte energía, tiempo e incluso dinero, con las expectativas puestas en que, en ese espacio que llaman Teatro, va a ocurrir algo, revelador, importante, divertido (según se vea) y sobre todo necesario. No cabe duda de que he aportado mi granito de arena a la devaluación del espectador y del que perciba estos recintos, como centros de vacunación involuntarios.
CR: -¿Estás de acuerdo que los artistas son reflejos de su país?
AH: Pienso que sí y va más allá de nociones chatas de territorialidad, puesto que hay un entorno de sensaciones adquiridas desde el momento en que naces y con el inicias un universo de relaciones sensibles del que te vas alimentando. Son los legados y las experiencias, que pertenecen a una percepción memorial, que nos asemejan en rasgos, acentos, figuras, conflictos, placeres, espacios, manías y sensaciones compartidas.
Relevantes algunas en las formas de asumir y compartir, maneras de accionar y de reaccionar en expresiones temperamentales que mezclan cuerpos y gestualidades, idiosincrasias reconocibles en lo dulce, lo crápula, lo cosmopolita, lo espontaneo, lo anárquico, lo reducido y lo instantáneo, vinculados a generaciones o a ciclos y, a convulsiones producidas por la naturaleza o semejante a la dinámica social del país.
Procedo de un país puerto y punto de llegada que al parecer se ha derivado en lugar solo de partidas y soy el país con el que converso a diario. Que encuentro aun, después de casi un cuarto de vida fuera de él en el sonido de pájaros que ahora escucho de madrugada y que tiene el mismo sonido, del que escuchaba en casa de mi abuela, en Cumaná o en la Gran Sabana, solo que al parecer ahora se encuentra lejos de la parvada.
Al mismo tiempo uno es el reflejo y el resultado de un entorno natural, personal, afectivo y creativo, que en mi caso es tan amplio en influencias y referencias nacionales vinculadas a lo social o a lo político y más concretamente en lo creativo, a la plástica, a la música, a la cinematografía, a las artes escénicas y a los espacios que mencionarlos ocuparía al menos unas seis entrevistas más.
CR: -¿Qué criterios han influido en la creación de tu repertorio?
AH: Crear en primer lugar, un rango de opciones expresivas, creativas, artísticas y estimulantes, que permitan recuperar sin vergüenza alguna, la posibilidad del goce, del verse representado y de representar con la misma dignidad, desde un sainete, hasta un programa de magia o desde un melodrama a un streaming, un panfleto político, o una pieza de títeres. En todo caso y respecto a mi labor, lo que me exijo es que sea, retadora, aportativa, critica y en lo posible memorable.
CR: -¿Cómo creador siempre estás en una constante renovación?
AH: Siempre, aun y por encima de mis deseos. No es algo sobre lo que tenga control y donde lo mejor viene del aporte de los otros. No hay nada que no me interese, ni un día en el que no aprenda algo que no cuestione lo que hasta hace un rato creía. Además, no soy refractario y eso imagino que colabora.
TERCER ACTO
Cómplices en la complicidad
CR: ¿Cómo ves el futuro de tu labor en medio de la pandemia?
AH: La verdad es que valorar el futuro con la misma visión de pasado que teníamos antes de todo esto, creo que es una pérdida de tiempo y una trampa. Si algo por acá hemos aprendido, es que por andar dando cara a la incertidumbre, nos hemos ocupado tanto, que ahora mismo precisamos de un momento, para destilar y valorar todo lo que aprendimos.
Entiendo que ante el impacto que vivimos, los viejos mecanismos de defensas se disparen y comencemos a incurrir en idealizaciones de un pasado que ocurrió solo en nuestras imaginaciones. El síndrome de soñar con “un pasado mejor.” ¡Dios que loco!
Creo que el trabajo que hemos realizado, en los sitios donde estuvimos antes, extendidos ahora mismo lo que hacemos en la Casa de la Complicidad, son modelos de proyectos sustentables, en los que durante más de 20 años y aun después del confinamiento, no solo no hemos dejado de crecer, sino que, además, se nos han abierto desde otros campos de relaciones y generosidades. Razón por la que aquí vamos al giorno y con lo que tenemos a mano.
Concentrados en una serie de iniciativas que desafían nuestros conocimientos planteándonos un vaciado de prácticas muy anteriores a la pandemia, que funcionaban como parapetos y maneras de auto engaños. Que es cuando desarrollas melancolía por los errores propios y los llamas logros, perdón “empoderamientos”.
Es verdad que hemos tenido una relación continua con una audiencia acorde a los espacios con los que contamos y que por lo general no ocupa más de 30 personas por función antes de la pandemia, que con su seguimiento a nuestros trabajos, ha generado en nosotros el deseo de continuidad, en ese sentido ha sido una labor y un modelo acertado, pero esa necesidad imperante de la presencia y de lo presencial de la que mucha gente del ámbito teatral (que no necesariamente del escénico) ahora mismo habla, es obviamente autoconmiseración y de la mala.
CR: -¿En qué proyectos estás trabajando?
AH: Ahora mismo concentrado en una serie de propuestas escénicas musicales y audiovisuales como la adaptación de YO JUGLAR, DULCE COMPAÑÍA y OJOS DE PAPEL VOLANDO (que funcionaran de manera diferente e hibridas maneras) sumado a AMOR DIVINA EXPRESION (concierto audiovisual) y VERANEANTES un primer ejercicio de escritura y realización de carácter colectivo, que planteé a gente que ha trabajado con nosotros desde hace mucho tiempo y que depende por primera vez menos de mi injerencia y más del trabajo, tiempo, producción, realización y promoción del equipo de intérpretes y sus capacidades en donde mi trabajo se somete a estos y ser finalmente quien estructure el material final que espero pronto salga al aire.
En fin, propuestas que nos plantean ámbitos de aprendizaje, como de representaciones y técnicas más allá de las acostumbradas. También estamos en lo de la apertura y la participación, generada en los talleres que se imparten ahora mismo en la Casa de la Complicidad o como los que estoy ofreciendo en la Casa de Cultura San Diego, en Jalisco, donde se han generado continuamente diferentes planteamientos audiovisuales, en relación con niños, jóvenes y adultos de la tercera edad. Como de las asesorías y clases particulares en nuestro espacio que van sumando gente con inquietudes y deseos, con los que se abren propuestas y abordajes muy distintos.
Me anima la cantidad de personas que a través de diferentes vías confluyen semanalmente en este lugar y que suman entre talleristas, alumnos, colaboradores, grupos de proyectos, amigos y comensales podríamos decir que casi un centenar de personas relacionadas por semana.
Cerrando con la participación de dos propuestas, una en Venezuela que me trae por muchos motivos emocionado y agradecido que, es la lectura dramatizada de EL VIAJE DEL DIAPASÓN de Rosa María Rappa y otra en la instalación del Teatro Holograma de la escultora catalana Joanna Cera en distintos lugares de Roma, España y de Europa de los que pronto tendrás seguramente noticias.
-¿Quién dijo aislamiento? Al contrario, lo que no nos alcanza es el tiempo. Concluyo en que mis expectativas de vida siempre han sido tan cortitas que nunca me detengo a pensar en los años y que por lo mismo extraño y agradezco el despertarme cada día enterándome poco a poco de propósitos y de rutas, pensando que todo esto tan potente como lo es, este instante puede desaparecer un poquito después. Lo único a lo que aspiro, es que no se me detenga la vida frente al rostro de algún funcionario burocrático de turno.
CR: -¿Te sientes cómodo en la Casa de la Complicidad? ¿Qué pasa allí?
AH: Cómodo no es un término que aplicaría en concordancia a ningún lugar o ámbito en el que desenvuelva mi trabajo, preferiría confortable que, es mucho más acorde con lo que desde aquí diariamente vivimos, en consonancia con lo que inventamos, proyectamos y compartimos.
Pues, este es un pequeño recinto, que consiente en sus espacios, una salita de cine, áreas para la creación y ensayos, estudios de lectura, clases de canto y música, una cocina de donde salen sabrosos platillos, un escenario pequeño, pero muy cambiante y, bien equipado técnicamente. También el uso expandido en pasillos internos. Ventanales y jardines que proyectan y devuelven ángulos de luz extraordinarios. Una biblioteca equipada de libros, mobiliarios, juguetería y aún más, posibilidades de expansión.
Es el lugar en el que descubro cada día, un ángulo distinto de posibilidades, desde donde hemos de realizar, proyectos que saltan linderos acostumbrados, en el que filmamos, cantamos, editamos, vagamos, cocinamos, ensayamos, exploramos, improvisamos, nos equivocamos, aprendemos o reímos en esta carpintería emotiva, en la que nos disfrutamos y en la que nos convivimos, respiramos en creación “con lo que tienes a mano” como decía mi abuela.
Hay una infecundidad en ciertos ámbitos de la cultura, que me recuerdan la imagen de los palacios y de los durmientes como la de ciertos cuentos. Un halito de usura que va cundiendo sus entornos de rictus cortesanos y de una felicidad empoderada de mezquindad y de infertilidad seca, que se vacía en la medida en que te distancias, y no cumplen la función de los “cocos” que querían ser.
Un gentío que trata de venderte una imagen social asistencial y benefactora que funciona en ámbitos de necesidad y de estimas devaluadas. Gente y sectores que toda vez ubicados pasan a ser exactamente eso un futuro bosque de cáscaras que se cae en la medida en que te distancias. Esto nos lo ha permitido la Casa de la Complicidad y vaya de qué manera.
Foto cortesía del archivo personal de Armando Holzer © 2021.