Zona de mutación

Arqueologías del presente

dramaturgia cíclica del niño perdido

Una arqueología del presente es un oxímoron donde encontrarme no es buscarme, sino darme como un hallazgo inmanente pero a partir de percibir mi ex-yo como presencia, lo que ya no soy y me lo recuerda, lo que aparece bajo los escombros de mi persona, donde por algún optimismo, sigo excavando. Encontrar los huesos, la osamenta de lo que dejé de ser para poder decir ahora, esto soy. Uno no puede decir yo sin apelar a su no-yo. Uno es porque no es. Uno es por prepotencia de hallazgo en el osario de la propia vida y esto que puede parecer una frase un poco luctuosa no lo es tanto, sino más bien, y a pesar del mentís de su apariencia, afirmativa. La afirmación depende de la perspectiva. Si creo en el eterno retorno, donde se vive, se muere y se vuelve a vivir, me hace pensar en aquello de que cuando somos jóvenes no queremos llegar a viejos, cuando somos viejos no queremos morir, lo que hace pensable que cuando ya estamos muertos y por delante está el volver a nacer, nos quedamos en nuestro cuchitril de no-ser diciendo: ‘estamos mejor aquí’. Pero, por ventura, vivir suena inapelable; nada más nacer que ya volvemos a repetir el ‘no quiero morir’ que bajo estas circunstancia es un acto de justicia ante el retraimiento del estado anterior. Que uno se avergüence de celebrar su yo es una falsa modestia, es un abandono, un soltarse la mano a sí mismo. Yo y el grito de mi niño íntimo me recuerdan lo que ya no soy a pesar de mí, en contra de mí para poder subir al pedestal de un nombre que se inscribe, que se firma, que se autografía, que se reivindica. Esa voz que me recuerda lo que ya no soy bien puede ser el niño que ha dejado de serlo y es la memoria que le habla al que ya no es. Uno en el instante se trata en vertical, pese a la horizontal de este recorrido destinal, que hace una cruz ritual donde se dirime el tiempo y el instante. En el instante doy en sacrificio el imperativo de ser la promesa de ser, que es como cambiar muerte por visión, olvido por poesía, alienación por creación. Crear es de alguna manera ir a lo que ya no se es, volver al paraíso abandonado. Es el misterio de volver a la revelación del origen, a la iconoclasia de tumbar la cosmogonía que pretende hacer olvidar que el primer berrido humano ante Dios fue una blasfemia. Y la historia que recuerdo, es la historia de mi laicidad. El recuerdo es laico. El teatro como ‘máquina de memoria’, lo es. La racionalidad que me hace entenderlo, se basa en ese olvido. La raíz no es la predestinación de un camino, ni la escritura sagrada que nos profetiza cada paso a dar.

 

cuestión de sueños

Hay actores, lo sabemos por Barba, que trabajan con emplazamientos extra-cotidianos. Es fácil, por simple extensión, plantear una escritura con emplazamientos parecidos, que más allá de suponer un debate en el remanido plano del realismo, la vanguardia o la post-vanguardia, surge como propuesta de agua profunda, la que plantea niveles de credibilidad integral, donde la vigilia de los ojos abiertos se suma a esa vigilia del ensueño, que lisa y llanamente es una habilitación a los planos de la vida onírica, donde el soñar despierto es una subversión a programaciones antropológicas, incluso de supuesta intención revolucionaria. De ésta no sólo da cuenta el simple sueño sino también el arte. Y esto no sólo remite al sueño individual, sino al sueño colectivo. Pese a que por momentos nos preguntamos “¿qué fue de la revolución?”, nunca cejamos de hablar entre otras cosas de los sueños generacionales. En tiempos de una determinada racionalidad política se puso de moda hacer del vilipendio al surrealismo (movimiento onirista por antonomasia), una forma de insulto, evitando mencionar que sus ponderaciones estatutarias y coactivas, también supusieron la incomprensión a las travesías en profundidad en las que el arte hace pensar; de alguna manera, en la condena al sueño. Digo que el sueño de los hombres, así, cayó en agua de borrajas, allí también donde se esperaba que su manifestación fuera lo más natural del mundo. Ese tipo de pensamiento nunca entendió las travesías en profundidad de artistas que lanzados al abismo lo hacían a un exceso de materia, al que la guía de su materialismo dogmático le privó de ver. Aquellos artistas cometieron el pecado de no comunicar a través de cuadros explicativos, de equivalencias que fueran funcionales a su comprensión instrumental y partidocrática. Esos artistas en sus viajes al centro del ser, también fueron vilipendiados por sus propios colegas, no pocas veces, por lo excelso de su viaje o lo ambicioso de su proyecto, por no reunir la suficiente luz diurna en sus expresiones. Ese pensamiento parecía decir: ‘de inconsciente ni hablemos’. Fueron los primeros en ver las amenazas subjetivistas no sólo en poetas excelsos (como un Brecht por decir), sino también en los mismos sueños colectivos. Son los mismos que a la hora de la necesaria re-subjetivación, dudarán de cualquier psiquismo auto-organizado, auto-construido. Digo que la crítica al subjetivismo fue tramposa y de un maquiavelismo extendido que no contempló a los verdaderos videntes de un mundo nuevo. En el osario contemporáneo, no sólo yace la capacidad de soñar, sino la pregunta a si hay en nosotros una nueva credulidad nocturnal.

 


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