Arquitectura teatral
Tras muchas vueltas a las ideas, los métodos y las estructuras, algunos que hace décadas intuimos que parte del debate del futuro de entonces que es este hoy recaía en los propios edificios, en los lugares donde se realizarían los encuentros entre artistas y públicos, llegamos a la conclusión de que, por una suerte de miedo, falta de voluntad de riesgo, los lugares donde se siguen haciendo las artes escénicas poco o muy poco, o casi nada, han variado en siglos. Y, además, si nos referimos a España, de esos setecientos nuevos edificios dedicados a estos menesteres que se inauguraron en el último tercio del siglo XX, la inmensa mayoría están realizados siguiendo unas pautas que poco o nada tienen que ver con la eficiencia para la mejor realización de las artes escénicas más exigentes en cuando a formas y estructuras fiables para su desarrollo.
Se han logrado avances, especialmente en los teatros emblemáticos que han sido rehabilitados, consiguiendo, por ejemplo, que los desniveles de los escenarios para ayudar a aquella perspectiva de los decorados pintados tuviera efecto, han desaparecido, lo que permite que se planten mejor las escenografía corpóreas, es obvio que en los telares y las tecnologías aplicadas a las varas de iluminación, descarga y sustentación de decorados han conseguido llegar a puntos importantes de utilidad, que no es una excepción diseñar las plateas a la griega, pero si se analiza de manera más profusa, se están repitiendo esquemas, fórmulas arquitectónicas, que no buscan novedades, sino consolidar un modelo más funcional dentro de lo clásico. Y eso en el mejor de los casos porque existen cientos de edificios de nueva planta que tienen defectos esenciales en su concepción y en su realización final.
Acaba de fallecer Ricardo Bofill, un gran arquitecto catalán que hizo alguno de los edificios más impactantes en la Barcelona de los setenta y que tenía vocación urbanista. Fue el que de la mano de Josep Maria Flotats realizó el diseño del edificio donde reside el Teatre Nacional de Catalunya. Pues bien, aún siendo creado con todas las posibilidades técnicas, presupuestarias y con esa asesoría teatral de primera magnitud, es un edificio que tiene un número excesivo de localidades sordas, que es uno de los defectos más abundante en las nuevas construcciones. Si bien la visión es democrática, la audición no lo es.
Decía que es uno de los defectos más habituales, y eso sucede en muchos teatros de nueva construcción o de remodelación. Recuerdo el de Basauri. El Valle Inclán es otro con dificultades sonoras. Sin contar que, habiendo dos salas, no se pueden programar simultáneamente porque se filtran los sonidos de una a otra. La lista de deficiencias es eterna, además de que existen otros centenares cuyo diseño arquitectónico no cuenta jamás con las necesidades reales de la práctica de las artes escénicas, ni para su visualización y audición correcta. Uno se imagina que existen en las facultades de arquitectura clases especializadas, que hay masters para especialistas, pero parece que, entre los políticos sin formación ni cultura teatral, los condicionantes de los concursos para algunas obras públicas, el resultado es que edificios de nueva planta son casi impracticables para montajes de ciertas exigencias técnicas. Y no hablemos para que lleguen a los escenarios intérpretes con alguna movilidad especial. Parece que sí existe normativa para acceder a las plateas para los espectadores con alguna dificultad, pero para hacerlo, es de verdad un odisea.
A lo largo de una vida dedicado a estos menesteres, se conocen a arquitectos especializados, a algunos que han hecho espacios de nueva planta que son eficaces y útiles, otros que han restaurado decenas de edificios del siglo XIX para que se pueda hacer teatro en este siglo, pero en general existe todavía una sensación de falta de rigor, de descuido, que hace que inversiones generosas acaben siendo edificios muy poco eficientes, con situaciones realmente sorprendentes por la falta de cuidado, por no cumplir con los mínimos exigibles.
Seguimos en este inicio del siglo XXI, pensando que las posibles revoluciones en las artes escénicas vendrán por la relación espacial de los espectáculos y los públicos. Y si se ven espectáculos que buscan desde su concepción esa nueva relación, es difícil encontrar lugares apropiados para hacer una gira en condiciones. Una vez se sale del lugar donde se ha creado, se debe estar adaptando constantemente, ya que la inmensa mayoría de los viejos y nuevos espacios de exhibición están pensados para un visionado frontal, y con cajas a la italiana, en el mejor de los casos. Hasta las salas alternativas se mueven con ideas espaciales limitadas, versátiles, pero dentro de un catálogo muy pequeño de posibilidades.
Todo se andará. De lo que existía en los años setenta del siglo pasado, a lo existente, se ha avanzado, en términos de hacerlo todo un poco más práctico y con mejores dotaciones. Los nuevos edificios que se proyecten son los que deben acoger las nuevas necesidades espaciales de los nuevos lenguajes escénicos, de la distribución de los públicos de maneras diferentes. O eso se espera.