Arriba, ¿derecha? o ¿izquierda?
El título de la faltriquera de esta semana podía extraerse de una de esas peculiares comedias de los Jardiel, Tono y otros dramaturgos de la época. Situaciones absurdas o disparatadas, donde cada cuadro aumentaba el desatino del anterior sin lógica alguna. El asombro, la hilaridad y la endeblez de estas obras son algunas de sus características. Sin embargo, cuántas veces se ha escrito, que la realidad supera la ficción y eso ha sucedido en los últimos días en cuestiones de dinero y poder, terrenos proclives a toda suerte de dislates.
Arias (Imanol), Duato (Ana) y Almodovar (Pedro) han sido protagonistas por asuntos monetarios: muy solidarios, muy éticos, muy sociales y muy críticos con la corrupción económica de la derecha han saltado a los periódicos por presuntos delitos de fraude fiscal o/y por la inclusión en los papeles de Panamá. Imanol ha optado por el silencio, Ana por la versión Infanta Cristina y Pedro ha practicado una mezcla de Infanta y extraterrestre al borde del ataque de nervios. El no saber qué hacen con tu dinero, cuando crees que se destina a causas solidarias mientras mejoran las condiciones de vida (pisos, fincas, coches, chóferes…) resulta extraño, pero decir que se esperaba el linchamiento popular y el insulto, que solo le ha ocurrido en dos ocasiones (Pedro), denota desconocer un mínimo de buenas formas de los españoles al tiempo que proclama a los cuatro vientos lo que él sí habría hecho, como conservan las hemerotecas con los excesos verbales del director, al que esperan en Panamá para su próxima película.
Si el dinero mancha, el poder contamina. La semana pasada se oficializó el cacareado cese de Pérez de la Fuente al frente de los teatros del ayuntamiento de Madrid. Destitución realizada con las peores maneras de la derecha. No se adapta a nuestro modelo de cultural y te envío al motorista. Por medio, convertir en papel mojado un concurso, del que pendía un contrato, en el que se decía que el comité de expertos proponía tres candidatos entre los que uno sería seleccionado por la alcaldía. Algún día habrá que escribir de lo que allí ocurrió en julio de 2014 y las extrañas alianzas que se forjaron, aunque la lectura de la cartelera madrileña de esta temporada ofrece muchas pistas a un observador perspicaz.
De regreso al ayuntamiento de Madrid, preocupan mucho que procedimientos y razonamientos se comuniquen entre izquierdas y derechas, porque en el fondo subyace una misma idea, la cultura hay que ponerla al servicio de la ideología y los contratos están sujetos al capricho del que ostenta el poder. Más, con un agravante, practicado por la derecha y por Ahora Madrid: si el ciudadano Pérez decide ir a los tribunales tendrá que sufragar los gastos con su dinero, mientras que Celia Mayer tirará de la caja del ayuntamiento. Ejemplo de solidaridad.
El acto de prepotencia es grave y más cuando se filtra el deseo de una cultura teatral supeditada a una concepción existencial, ajena al arte. Se quiere, dice Mayer, descentralizar el teatro, llevarlo por barrios, convertirlo en más participativo y «social» y, en otro orden de cosas, nombrar un supergerente que controle a los directores de los teatros o programaciones (esto suena con música de comisario). Nada que oponer, si hay calidad, continuidad en programas, conocimientos escénicos o concienciación ciudadana que no adoctrinamiento partidista, conceptos que se ponen en duda en una concejala que no ha pisado un teatro, como gran parte de su equipo. Los problemas nacen cuando se disfraza al comisario, y el teatro Español les quema, ignorando su historia pasada y más próxima (Rivas Cherif, Xirgu; buque insignia con Tierno, apoyado en Narros y Gómez, etc).
El barrizal escénico producido por el chaparrón de prepotencia está servido; la rumorología, en marcha, porque no se habla ni de concurso (público o reducido), sino de dedazo de Carmena. De los rumores se han salido, por decisión propia, Andrés Lima y Alberto San Juan, pero no Gerardo Vera y Sánchez Cabezudo, que cerró su sala en Usera mientras aguarda dirigir otras mejor dotadas en un barrio próximo. Al final, en el tercer acto de este sainete, se comprueba que en cuestiones de dinero y poder cuenta el arriba o abajo, y da igual el derecha o izquierda. La teoría está bien para cuando se ocupa un piso bajo, la práctica se ejerce con idéntico despotismo desde arriba, donde los extremos (o extremeños, versión Muñoz Seca) se tocan. Y entre tanto, el teatro español sigue lastrado por la contaminación ideológica.