Arrojad mis cenizas sobre Mickey/Rodrigo García
Cuerpos atravesados de palabras
Obra: Arrojad mis cenizas sobre Mickey
Autor: Rodrigo García
Intérpretes: Juan Loriente, Nuria Lloansi, Jorge Horno
Iluminación: Carlos Marquerie
Vídeo: David Nimo
Dirección: Rodrigo García
Producción: La Carnicería Teatro
Sala Lauga –Baiona- 19-10-07 – Les Translatines
El fuego, la miel, el barro, los cuerpos, un coche, el pelo humano, animales vivos, las palabras. Podríamos empezar al revés, las palabras, los cuerpos, las acciones, las imágenes, lo reconocible, la provocación. Rodrigo García en estado de gracia, con palabras, en ocasiones sentenciosas, diría yo que hasta dogmáticas, pero palabras que atraviesan los cuerpos de los espectadores, que entran por lo inmaterial, pero que se hacen ideas, nociones del tiempo, de la vida, y que son verdades, es decir que colocan a quienes las escucha o las lee ante su propia situación, sin preservativos que impidan los contagios, sino todo lo contrario, palabras cargadas de esos virus tan nocivos como son las ideas cargadas de intención, palabras políticas sobre un mundo que se agota en sí mismo, sobre un consumismo que aísla, sobre una uniformidad que nos aniquila y sobre una tendencia al camuflaje para intentar engañarnos de manera constante.
Rodrigo García es un autor dramático, sus montajes parten de un texto que tiene una valor extraordinario como material para la interpretación, pero su mundo, su teatro, se completa en la puesta en escena, es decir, el texto es un elemento más, usado con diferentes intensidades en varios momentos, pero lo que le convierten en único, lo que añade ese algo más que lo identifica. Lo que provoca inquietud en los públicos más conservadores es su liturgia escénica, y su supraestructura de acciones, que son las que crean las sensaciones, a base de imágenes y de una utilización de las posibilidades físicas de los cuerpos de los actores que se coloca en los límites de la funcionalidad como unidad creativa artística.
La utilización de personajes no activados por la convención al uso, es decir, personas que parecen llegar al escenario escapados de otra realidad, en este caso una familia tipo, con perrito incluido, que se monta en un coche cuatro por cuatro y escucha una canción, o la acción espectacular de raparle la cabeza a una mujer no actriz, le dotan de unas confrontaciones con el hiperrealismo que se ven edulcoradas por el sentido del humor, tanto en los textos, como en las acciones, la superposición de elementos significantes que van desde el desnudo integral de los actores, a su baño en miel, o una escena majestuosa de una práctica de sexo cerebral, o craneal, es decir el sexo de uno y la cabeza del otro, o unos baños totales de los actores en barro para ir creando una suerte de baile espectral de seres humanos barnizados, como estatuas.
Todo ello en un escenario con los elementos justos y necesarios, pero con una pantalla de fondo y una iluminación que va conduciendo también las emociones, que va dotando de un pulso cromático, de temperaturas a las propias acciones, a las imágenes, con los animales vivos en escena formando parte del discurso. Un discurso que puede incomodar porque no es complaciente, porque se instala en añadir a la realidad unas dosis de lente de aumento, lo que hace más visibles las arrugas del pensamiento único, los desvaríos de la convivencia en un sistema poco humanitario, y todo ello plasmado en unos lenguajes escénicos que, cuando menos, conmocionan. Seguiremos siendo fieles admiradores de Rodrigo García, por su actitud artística, por su toma de postura frente al adocenamiento, por entender que el teatro debe ser algo que no te deje igual una vez vista una obra, que debe ser viva, no repetitiva, que debe atrapar a los espectadores.
Carlos GIL