Zona de mutación

Arte versus Cultura

Salimos a la palestra a tocar las mismas maracas, los mismos charangos para la misma danza. Tratamos de cambiar los timbres y la escala de los sonsonetes, pero la canción es la misma. Hasta cambiamos de lugar, pero la binaridad escena-platea no se resuelve en unidad, considerando que el desmontaje de aquella dualidad, colabora a la debacle del capitalismo internalizado. No creamos cadenas de acciones, somos el acto mismo, aquilatamos la crisis general de un yo montado sobre Dios. La muerte de Dios trae aparejada una crisis de ese yo como superficie de sustentación de todo el sistema de lenguaje y representación. Enlazamos las acciones, las des-encadenamos, y pese a la infinita combinatoria, no subsanamos la angustia de no encontrar. Será que la búsqueda consiste sobretodo en no hallar lo buscado. En patear hacia delante con la punta del pie lo que estábamos a punto de tomar con la mano. Una chaplinada. Cada puesta, suponemos, absorbe nuestro tejido de ideas y reverbera en consecuencia. Pero la idea ya no es una forma que se auto-configura. ¿Cómo salir de los callejones sin salida de lo repeticional? Culturizamos profesionalmente lo que el arte aún no nos confiesa, ni nos dona. Somos militantes culturales con entusiasmo redoblado de amor al arte. Pero eso no es el arte, ni lo justifica. ¿Qué condición para una magna intimidad nos falta cumplir? Hacemos calles culturales, con obras que caracterizan la repetición de una fórmula, ferias de aquello que callamos, de lo que no somos, donde la fiebre epigonal reproduce en espejo infinito, aquello que no era sino el sueño augural del poeta original, del fundador del signo. O será que vivir en sociedad incluye este abjuración.

La dramaturgia de la conciencia, esto es, cómo ella se estructura, formaliza el sistema perceptivo condicionado por los factores generales y externos. Se avizora de alguna manera, que hay un dar la vida como ‘conditio sine qua non’. No oficio, no catálogo de saberes, no ‘target’, ni puntos de partida de lo que hay que hacer. Tampoco la incursión hacia los factores de una determinada racionalidad y objetividad que no hacen más que sancionar la estructura capitalista. Mucho menos fugar por ese ‘cul de sac’, tocando puertas en casas vacías, mientras se oyen las ‘erinnias’ culturales que pisan los talones de los creadores, es al menos un run-run que debiéramos captar si no estuviéramos tan afanados en fugar. La estela de nuestro miedo y no el portador cosificado y manipulable capaz de consagrarlo como factor de relación.

Es difícil pensar a la carrera y a sabiendas de que el tiempo es escaso y se acaba. De ahí el grito, hasta el alarido sordo, sin sonido, que supera los umbrales de terror o dolor absorbibles para una estructura psico-física acotada.

Planificamos, en tanto nos sentimos del mejor lado, seriamente sin ir a ninguna parte. Quizá debiéramos detenernos y contar las dos o tres rupias de pequeños elementos que tenemos en la mano. Sin optimizaciones descocadas. Cómo divisar un nuevo sistema con esta estructura de conciencia. De qué sirve despertar a ella, si es la madre de la simulación.

La oleada cultural nos arrastra con sus imposiciones y protocolos predeterminados.

Nuestros acordes se tocan, más, ‘se suenan’ solos, sin necesidad de digitante. Apenas poner el instrumento, el público ya escucha una melodía que aún no tocamos. ¿Una trampa? ¿Una emboscada? ¿Una loca virtualidad alienatoria, que compensa disculpándonos de nuestra impotencia de creadores, para saciarla, satisfacerla?

En arte la cadena de producción no lo es de creación. Pedir por política cultural, ¿no es ir siempre en pos de la primera para desafectar a la segunda?


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