Así se hace en Chiloé
Finalizamos nuestra columna pasada haciendo mención de la existencia de eventos culturales cuyo objetivo está orientado a retomar el camino de la reflexión que caracterizaba a la mayoría de las actividades culturales, cuando diversidad era más que una expresión, que pugnaba por volverse realidad, y por eso hicimos una ligera mención de un importante festival de teatro, que sucede dos veces por año, y cuya misión es ir tras los pasos del público disperso, para vincularlo a la búsqueda de los valores sociales y su identidad cultural, unos y otros en proceso de olvido como consecuencia de la distracción; un festival sobre el cual decidimos no escribir, y en vez de lo cual sugerimos a nuestros lectores averiguar por su paradero, y aprender de sus objetivos, por considerarlo un buen ejemplo a seguir para todo gestor cultural cuya visión sea recuperar la reflexión en el arte y rescatar a éste de las garras de la tendencia facilista que se ha apoderado del mismo y lo ha convertido en un medio más de entretenimiento. Se trata del FITICH, Festival Internacional Itinerante de Teatro de Chiloé.
Pero los descubrimientos adicionales que sobre este festival hemos hecho, a partir de noticias que nos han enviado nuestros lectores, algunos de los cuales han estado compartiendo en dicho lugar, nos mueven a romper nuestra promesa y por eso hemos decidido dejar por el momento la tarea de opinar, que es para lo cual nos han llamado a colaborar con este periódico de las artes escénicas y caminar un poco por el sendero de la descripción, y tratar de explicar, con apoyo de ésta, cómo es este festival, y cómo se desenvuelve, porque consideramos su proceso de planeamiento y ejecución un buen ejemplo a seguir para gestores culturales cuya visión sea recuperar los espacios sociales de integración y de cultura, embolatados entre las comunidades por el nuevo rol de divertimiento asumido por la actividad cultural.
El Festival Internacional de Teatro Itinerante de Chiloé, con dos versiones anuales, lo que demuestra de entrada el tesón de quien lo conduce, es dirigido por una mujer con apellido de pionero de partido obrero chileno, Gabriela Recabarren, y quien según sus propias palabras, en algunas ocasiones no se explica cómo ha conseguido desarrollar cada versión, porque siempre que empieza a recorrer el camino de la búsqueda de recursos no la desampara un solo instante la consciencia de que siempre hay tiempo para arrepentirse de seguirlo haciendo, debido a la escasa comprensión acerca de para qué sirve hacer un esfuerzo de éstos, en un lugar en donde las llamadas industrias culturales no han logrado explicar cómo hacer para que la imagen de de quien decide hacer un aporte se convierta en un objeto de veneración.
El FITICH, según nuestra mirada interpretativa, tiene como objetivo fundamental hacer del receptor de cada actividad cultural un reproductor consciente de los estímulos recibidos, convidarlo a hacer un alto en sus hábitos y creencias y a hacerse de nuevo preguntas acerca de su compromiso como ser social, y para conseguir este objetivo camina por al menos quince islas de las más de cuarenta que forman parte del archipiélago de Chiloé, se introduce en las casas, descubre su interior, y sin interrumpir a los moradores en su faena, los informa, a través de representaciones, de cuanto está ocurriendo en su isla en ese momento, consiguiendo finalmente que quienes siempre han vivido con la idea que su destino es amasar pan o arar la tierra, ect, comiencen a sospechar que también su destino puede ser pensar.
Tanto el proceso de planeamiento como de ejecución de este festival son dos típicos ejemplos de integración, porque, en primer lugar, no es la voluntad de su directora la que prima a la hora de decir qué se hace y cómo se hace, sino de un equipo interdisciplinario que la acompaña y que ya se halla entrenado en la costumbre de trabajar cobrando parte de su salario en satisfacción, y en segundo lugar, quienes participan permanecen durante una semana, confinados en un espacio de confraternidad irreductible. .