Ayudas y subvenciones
Los debates de las diversas mesas programadas en Durango dentro de las actividades de la Muestra Nacional de Teatro de México nos deja muy buenas ideas y conceptos si no nuevos, al menos renovadores de nuestra propia idea general, pero nos queda una demanda de atención que nos viene dando vueltas y que tiene que ver con la semántica. ¿Por qué se llama ayuda al dinero destinado por los gobiernos o instituciones para lo referente a la cultura que no ejecutan directamente a través de sus unidades de producción o programas? El dinero para la creación de una obra de teatro o una coreografía es un ayuda. El dinero para la producción de un espectáculo por un grupo o una compañía privada es una ayuda, ¿y el dinero para sostener una Compañía Nacional o un Centro Dramático, cómo lo llamamos? Presupuesto. Nadie lo discute.
Recurrimos al diccionario y buscamos la palabra subvención, y no nos deja más relajados: «ayuda económica, generalmente oficial, para costear o sostener el mantenimiento de una actividad». En otros diccionarios incluso añaden que se trata de actividades que el Estado o quién la conceda, «no puede realizar». Si se trata de buscar criterios razonables más allá del reglamento puntual de cada convocatoria, y agarrándonos a esa coletilla de que se trata de actividades que no puede realizar directamente la institución convocante, ¿no sería bueno cambiarle el nombre o al menos quitarle la connotación de asunto gracioso?
La idea mostrada por un veterano director mexicano era que semánticamente el recibir una «ayuda» era una claudicación, era rebajar el valor de lo realizado, dejar a la creación artística fuera de lo imprescindible y entrando en la voluntad de los convocantes dando una caritativa cantidad para hacer algo y no comprometiéndose la institución en que se lleve a cabo esa actividad con todas sus consecuencias, aunque sea de esa manera externalizada. Es una idea que nos lleva al cuestionamiento de muchos ordenamientos y reglamentaciones de convocatorias públicas que deberían perfilar mejor en sus definiciones qué significa esa aportación de dineros públicos, fuera de la casuística y dentro de una idea más integradora.
Está claro que sean ayudas, sean subvenciones, sean coproducciones, la relación entre lo público o institucional y lo privado, es decir de las iniciativas privadas culturales o artísticas debe ser mantenida, aumentada, pero mucho mejor estructurada para conseguir unos efectos mucho más eficientes con el único fin de todo ello: procurar a la sociedad en la que se produce belleza, obras de arte, cultura, en sus diversos formatos, libre de muchas contaminaciones productivistas y economicistas. Es una declaración política, una disposición para colocar bien los acentos, las comas y los verbos para que acompañen perfectamente a los sustantivos y los adjetivos.
Para resumir hay que intentar que toda la cadena se mantenga con la misma intensidad. La creación de una coreografía o una texto dramático con subvención, por ejemplo, debe encadenarse con su viabilidad, es decir la producción y puesta en pie, y a su vez con la exhibición, al menos en los circuitos públicos. Entonces no sería una ayuda, ni una subvención, sino un acompañamiento en todo el proceso, casi una producción o coproducción. Así entendemos la diferencia. El que se quede en una «ayuda», es soltar una miseria y desentenderse. Es lo que se ha venido haciendo hasta la fecha, y creemos que es lo que se debe rectificar para bien de todos. Dotar de mayor cantidades económicas y buscar la distribución más justa, equilibrada y que sirva para todos los elementos concurrentes tanto en el proceso como en el hecho final, es decir contando con los públicos también. Y sin paternalismos ni exclusiones sospechosas. Porque la actual situación crea unas diferencias clasistas insalvables entre las producciones públicas y las de iniciativa privada.