Críticas de espectáculos

Bajo una mirada ingenua y trágica

“Bodas de Sangre” de Federico García Lorca no es una tragedia más fraguada en la mente de un brillante escritor, es la historia cotidiana, ya no solo en lo profundo de los pueblos rurales, sino también en las ciudades de cualquier lugar del mundo (Siria, Pakistán, India, Italia, Grecia, y las religiones ortodoxas). El femicidio posee una estadística alarmante en la sociedad actual. 

El tema del honor es curioso en este tipo de asesinatos, ya que el padre no lo ejecuta, el deber de realizarlo pertenece al hermano, apoyado por su madre. Este tipo de mujeres nos recuerda el libro de Esther Vilar “El varón domado” (en alemánDer Dressierte Mann) aparecido en 1971 causando un gran escándalo internacional, ya que ella sostenía que el hombre desde que nace es preparado por las madres para ser dominado por la mujer. 

A pesar del aparente machismo del hombre, la sociedad matriarcal continúa subterráneamente en apogeo y uno de los ejemplos más claros los da la televisión turca, cuyas series ya sea para concientizar a la sociedad o para frenar la ola de homicidios perpetrados “por honor” muestra como aún el hombre y la mujer no son libres para elegir a su pareja y en esa elección la madre es la que decide. Y si a la pareja se le ocurre escapar es buscada hasta el fin del mundo para matarla.

La mayoría de  las obras de García Lorca, están basadas en hechos reales, donde ese mundo matriarcal lo transforma en poéticas obras teatrales. “Bodas de Sangre” es un claro ejemplo de la transformación de un asesinato ocurrido en Nijar, Almería. Esta pieza es la más surrealista de todas sus obras y esa estructura se encuentra en el tercer acto en el dialogo que ocurre en el bosque entre la luna y la mendiga, ese personaje borroso, que representa a la muerte, mientras esperan pacientes la llegada de los enamorados.

Lorca reconstruyó la noticia publicada en el periódico El Defensor de Granada, en donde el 28 de julio de 1928 en el Cortijo del Fraile, actual Cabo de Gata, una tal Francisca Cañadas Morales de 26 años, apodada “Paquita la Coja”, en razón de una deformidad en una de sus piernas iba a casarse con un hombre que no amaba, Casimiro Pérez Pino, obligada por su padre. La joven, que era bastante liberal, se fugó con su primo Paco Montes (Leonardo en la obra), al que había amado siempre, pero fueron descubiertos y al joven lo hirió una bala y la propia hermana de Paca la intentó estrangular.

“Bodas de sangre” escrita hace 89 años aún mantiene vigente la fuerza de fugitivos perseguidos por maldiciones, o fuerzas telúricas, presos de un deseo que se convierte en fatum. Lorca la escribió a la manera de la tragedia griega, en el primer acto está la presentación del conflicto y los hilos de la acción dramática.

“Bodas de sangre” fue estrenada en Buenos Aires por Lola Membrives (muy amiga de Lorca) en ese mismo año. A partir de allí se realizaron 40 versiones. En 1986 la representó el director español José Luis Gómez con Blanca Portillo, también en el San Martín. 

Esta nueva recreación concebida por Vivi Telles, en la sala Martín Coronado del Teatro San Martín de Buenos Aires, es absolutamente aséptica, y plagada de elipsis, apoyada en la idea plástica de Guillermo Kuitca en donde reina el negro, sostenido por unos grises apagados en la pared del fondo, con una puerta por la que transitaran los personajes y una ventana en lo alto como esperanza inalcanzable, que sirve de marco a un paisaje agreste y desolado que no se ve, pero se intuye, y una iluminación que se  mueve entre penumbras y contrastes.

La obra comienza con un escenario prácticamente vacío, una hilera de individuos vestidos de negro están acomodados en el fondo contra la pared, es el coro representado por los aldeanos invitados a la boda y el corifeo lo simboliza el bailarín Pablo Lugones, acompañado por la bailarina  Eugenia Roces, como una manera de personalizar  a Lorca.

En primer plano María Onetto (la madre), como una sinécdoque, actúa como una parte del todo,  su actuación es particularmente visceral, para transmitir la tensión dramática dentro de la trama. Ella representa la España más negra y profunda, donde las mujeres encerradas esperan tejiendo y rezando, los hombres llevan pistolas, navajas o cuchillos en la cintura aseguradas por gruesas fajas, y su sudor de rabia contenida,  mezclada con la roja sangre que siempre  regará los campos.

Los personajes tanto hombres como mujeres siguen un destino del que no pueden escapar, al que deben seguir sin cuestionar nada, continuando la línea ancestral de sangre y honor. 

Vivi Telles rescató ese mundo de Lorca con toda su cosmovisión poética que se mueve entre lo simbólico, ritual y popular, pero también bajo una mirada ingenua y trágica, a la vez, melancólica en algunos momentos y luminosos en otros como la escena del baile  que es colectivo y cuando la cantaora Nina Loureiro canta la nana, que por un lado es un tipo de composición popular y por otro anticipa la tragedia. El conjunto se mueve en un espacio preparado para la fiesta, en donde aparecen unos destellos de blanco con lazos de color en las sillas preparadas para boda.

Bodas de sangre OK 2
Bodas de sangre

Gesto, danza y duende para subrayar fragmentos de discursos. Esa construcción de la imagen crea un ambiente onírico/alucinatorio, en este espectáculo coral. Pero especialmente lo interesante de la puesta es que está construida como un rompecabezas que a pesar de organizar las piezas y completar espacios siempre llega al mismo lugar, al comienzo. En ese sentido Lorca construyó su obra de modo circular como si siguiera los lineamientos de Nietzsche: esa idea del concepto circular  de la historia de los acontecimientos. La historia no sería lineal, sino cíclica. Una vez cumplido un ciclo de hechos, estos vuelven a ocurrir con otras circunstancias, pero siendo, básicamente, semejantes. Al padre del novio lo mata el de Leonardo, y la tierra será siempre la excusa. Siempre la sangre estará en medio de las familias.

A pesar que las piezas del acertijo se encajan siempre el final será la muerte. En ese sentido la pieza y la puesta poseen semejanzas con el uróboro (serpiente que se muerde la cola) que simboliza el ciclo eterno de las cosas, también el esfuerzo eterno, la lucha eterna o bien el esfuerzo inútil, ya que el ciclo vuelve a comenzar a pesar de las acciones para impedirlo.

Por otra parte esa idea del círculo es para subrayar el destino trágico de los protagonistas, que desde el comienzo están inmersos en un triángulo amoroso, donde solo existe un nombre y un hombre que le da vida: Leonardo. Él es único señalizado, tal vez por ser el causante de la tragedia,  los demás se los identifica por la madre, la novia, el padre, el novio.

Otro tema que presenta Lorca y Vivi Telles lo deja muy bien clarificado: es el dilema de la novia que a punto de escapar, casi no puede respirar y no se decide entre su novio y Leonardo, entre ir contra la imposición social y escapar con su amante. 

“Bodas de sangre” es una obra compleja, porque entrecruza lo realista  con lo surrealista, la prosa con el verso. En ese sentido la puesta de Vivi Telles, tuvo que luchar con elementos que  en un orden desplegado la hace despareja, por un lado la belleza estética se contradije con las actuaciones no tan acertadas de los integrantes del elenco, pero en el orden plegado está María Onetto, que se instala en el escenario como  cariátides en el portal de la tragedia.

Los amantes son interpretados por Miranda de la Serna y Nicolás Goldschmidt, el novio Alfredo Staffolani, la mujer de Leonardo, Laura Nevole. Los cuatro, de diferentes trayectorias y procedencias, no logran dar a sus personajes la envergadura que estos merecen. El padre Luciano Suardi por momentos logra sostener su interpretación y en otros el personaje se escapa hacia un hueco donde se pierde.

El diseño escenográfico, excelente, pertenece al plástico Guillermo Kuitca, acompañado por el desarrollo escenográfico de Rodrigo González Garillo, Pablo Ramírez, muy acertado en la elección de materiales y el diseño del vestuario por el juego de transformaciones que logra realizar. Jorge Pastorino crea un esquema de iluminación basada en contrastes que permiten acentuar aún más lo trágico del texto, y música de Diego Vainer, mezcla de tradicional y vanguardista completan ese aire fantasmagórico de la puesta.

Beatriz Iacoviello


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