Bala o baile
Mientras caminaba entre demasiados peatones apurados por llegar a ninguna parte y policías defendiendo tanta prisa, me cuestione el hecho de estar en el centro de mi ciudad cargando una mochila con una pistola de aire comprimido y una caja de música.
Si por mi cara de nerviosismo evidente, esto porque no suelo cargar ni pistolas ni cajas de música, a algún policía se le ocurriese revisar el contenido de mi mochila, después de lo que se conoció como el estallido social del 2019, donde la violencia desatada se apoderó de mi país, la replica exacta de una pistola real que llevo, no me aseguraría un trato muy gentil de parte del policía y aunque también lleve una caja de música, no creo que eso me pudiese servir como para tranquilizar la situación.
Lo de la pistola, la tengo solo para practicar puntería disparándole a tarros vacíos porque yo sería incapaz de dispararle a un ser vivo, y como se averió, me dijeron que en el centro existen armerías donde la podrían reparar.
¿Y la caja de música? En realidad, no es una caja, sino que una botella con una pareja que baila al ritmo de lo equivalente a una caja de música en su base, uno de esos mecanismos a cuerda que son un cilindro metálico con relieve que al girar va accionando una especie de teclado. Esa botella siempre estuvo en el departamento de mi abuela y cada vez que la visitaba, la hacía funcionar. Después de tantos años de baile, obviamente se dañó y la quise reparar llevándola a alguna de las relojerías del centro, de esas que están en peligro de extinción por el avance de la cultura de lo desechable.
Sin ponerme demasiado rebuscado en mi pensamiento, me cuestioné sobre que hacia yo con lo que bien podía ser tomada como un arma real capaz de matar y una expresión de belleza melancólica al mismo tiempo.
Volviendo a lo práctico, visite una armería y una relojería, a pocos pasos la una de la otra. Adivinen donde me fue mejor.
El relojero, muy meticuloso en su trabajo, tomó la botella, se puso ese monóculo lupa que siempre encontré casi mágico, examinó el problema y en definitiva no se atrevió a intervenir el mecanismo que, a mi manera de ver, era mucho más simple que el de un reloj. El armero en cambio, apenas tuvo la pistola en sus manos detectó el problema, me dijo cuanto costaba repararla y después de aceptar su presupuesto, gustoso aceptó un adelanto por el trabajo.
Como suele suceder, la violencia ganó nuevamente y el arte quedó postergado.
En menos de una semana, los balines podrán volver a salir por el cañón, mientras que la pareja de danzantes deberá esperar un tiempo indeterminado para seguir alimentando mi alma con recuerdos de infancia.
Seguiré visitando relojerías buscando a quien pueda reparar la botella de música, porque no tengo el dinero como para pagar un especialista en restauración, pero se que las gana pueden más y tarde o temprano volveré a ver a esa pareja de bailarines moviéndose al ritmo de una música capaz de trasladarme muchos años atrás, cuando ser feliz era mucho más fácil.
¿Bala o baile?
¡Baile de todas maneras!