Balance
No, no me referiré al balance que necesita un equilibrista como el francés Philippe Petit, cuando en el año 1974 caminó por una cuerda floja entre las 2 torres gemelas del World Trade Center de Nueva York. No me referiré a esta anécdota de la cual posteriormente se hizo una película, aunque de cierto modo existe una gran similitud.
Durante nuestras vidas debemos hacer un constante equilibrio entre lo negativo y lo positivo, las penas y alegrías, los fracasos y los logros…permanecer sobre la cuerda de un futuro probable o caer al abismo de nuestro fin, al menos en este plano.
Para sobrellevar las situaciones, cualquiera esta sea, debemos estar centrados, mantener un balance para no perder el equilibrio y caer al abismo desde el cual salir, quizás sea imposible.
Ese balance es constante, aunque deberíamos tener el habito de, cada cierto tiempo, salirnos de la cotidianidad para lograr un mejor punto de vista y evaluar todas las vivencias para aprender de ellas. Aprender a repetir una y otra vez las buenas e idealmente, no hacerlo con las malas, aunque sepamos a priori que vamos a tropezar más de una vez con la misma piedra.
Tal como un bebé mientras aprende a caminar, cae muchas veces hasta lograr avanzar torpemente erguido entre los brazos de su padre a los de su madre, el ser humano tiene un proceso similar, aunque a algunos de nosotros se nos haga más difícil el avanzar hasta los brazos de la vida.
Solemos buscar justificaciones para nuestros fracasos, tratando de endosarle la responsabilidad al karma, el destino, un castigo divino, la sociedad, el universo y miles de excusas más, sin querer abrir los ojos para darnos cuenta de que gran parte de lo que nos sucede, es de nuestra exclusiva responsabilidad. Aclaro que no existe culpa, sino que responsabilidad.
La culpa, desde mi personal punto de vista, implica un conocimiento previo de los resultados y un dolo para provocar algún tipo de daño, en cambio la responsabilidad, suele estar asociada a un cierto desconocimiento de las posibles consecuencias de nuestros actos.
Un bebé se cae muchas veces, y por un instinto irrefrenable vuelve una y otra vez a intentarlo, superando sus miedos. Un adulto, en cambio, ha mal aprendido de sus miedos y le teme cada vez más a una caída. Es por eso que muchos renuncian incluso antes de plantearse la posibilidad de intentarlo.
No me considero Supermán ni mucho menos y varias veces he caído en lo que estoy describiendo como una actitud negativa. Que no se tome como excusa, pero ¿no somos acaso todos iguales?
Iguales, iguales no, que viva la diferencia, pero en el fondo, nuestros comportamientos suelen seguir patrones muy similares.
Philippe Petit logró atravesar clandestinamente los 400 metros que separaban las Torres Gemelas a 110 pisos de altura. Eso si que es balance, no como nosotros que solemos hacer una tormenta en un vaso de agua y no nos atrevemos a superar las pequeñas dificultades, sobre las cuales tenemos una capacidad infinita de transformarlas en tragedia.
Vamos, que se puede, y si nos caemos, nos podremos siempre levantar. Si no lo creen, pregúntenle a Usain Bolt, quien en el año 2009 batió el récord de los 100 metros planos con un tiempo de 9,58 segundos.
¿Cuántas veces se habrá caído el bebé Usain antes de aprender a caminar, para luego transformarse en el hombre más rápido del mundo, corriendo los 100 metros planos a una velocidad de casi 38 kilómetros por hora?