Balance del 37 Festival Internacional de Teatro y Danza Contemporáneos de Badajoz
Otra edición solo para cubrir el expediente
El Festival de Badajoz sigue sin recuperar la verdadera orientación y fundamentos que valoren el hecho teatral contemporáneo en toda su extensión y profundidad. Castigado por la crisis económica desde hace tres años en esta 37 edición reincide con una programación sometida a 15 espectáculos solo para cubrir el expediente. El Festival, bastante disminuido por los recortes, se ha convertido en una simple «Muestra de Teatro». Obviamente, el evento se ha alejado en este tiempo de sus señas de identidad y de su objetivo «de crecer y de innovar», de lograr saltos cualitativos en la selección de espectáculos comprometidos con las nuevas tendencias y metas concretas -en jornadas nacionales e internacionales y actividades paralelas con un alto nivel de coherencia- sobre el papel que juegan los festivales trascendentes como lugar de encuentro y de diálogo.
Pero además resulta una Muestra donde la excelencia de la programación se ve deslucida por algunas compañías, diferenciadas por espectáculos cuya calidad varía mucho entre unos y otros, que la organización baraja arriesgadamente, tal vez por inflar la participación, sobre todo de compañías extremeñas provenientes de compromisos institucionales. Y ha mosqueado –aunque haya algunas obras de calidad- cierto desbarajuste organizativo: ¿Por qué su selección se concreta mayoritariamente a propuestas de Madrid y Extremadura? ¿Por qué no ofrece una participación más representativa del panorama teatral español? ¿Por qué se inaugura con una obra extremeña que parece montada por aficionados? ¿No la habían visto antes? ¿Por qué otra vez los inexpertos espectáculos de fin de curso de la Escuela de Teatro de Cáceres en medio de las mejores obras profesionales? En fin, en muchas de estas cuestiones, que dependen o no del presupuesto, ha parecido que el Festival andaba descentrado y casi como un zombi, realizando las cosas como si estuviera privado de la voluntad.
Y es por ello que hay que poner en tela de juicio la desidia de algunos políticos culturales a la hora de valorar el Festival. Un evento importante, tengo que repetirlo, que data de 1972 y forma parte de ese trípode extremeño de festivales de Mérida-Cáceres-Badajoz que fue instituido en 1992. Pero un evento que ahora tiene un presupuesto insignificante comparado con el agraciado de Mérida, del que no se digieren bien los intrusos y costosos Premios Ceres, que resultan un error (pues paradójicamente premian obras contemporáneas) y un agravio sobre las prioridades que tiene ganadas el Festival de Badajoz en su historia. Un Festival que a los responsables políticos parece importarles un comino lo que tiene de interesante, curioso o puramente experimental (en estos dos últimos años al presidente Monago y la Consejera de Cultura, que asisten a todos los estrenos en Mérida, no se les ha visto el pelo en el López de Ayala ningún día). De los espectáculos presentados, han destacado:
«LOS MÁS SOLOS» de Teatro del Azoro de El Salvador (única compañía extranjera participante). Interesante exhibición de teatro testimonial -resultado de un proceso de investigación- sobre 4 personajes víctimas de una cruda guerra civil en su juventud, ahora recluidos en un pabellón psiquiátrico, que alimenta el debate sobre el hecho de una sociedad que crea asesinos y luego los abandona tras rejas. Con 4 actrices –que hacen de hombres- interpretando sus roles admirablemente en una escenografía minimalista en la que cinco catres metálicos les sirven de cama, reja o refugio.
«ASÍ ES, ASÍ FUE» de Juan Asperilla, un recital dramatizado que muestra la sociedad española durante los reinados de Juan II, Enrique IV y los Reyes Católicos. Un espectáculo crítico hecho sobre textos clásicos de la literatura española de esa época, dirigido impecablemente por Laila Ripoll, que transmite la vida de la España de ayer que pervive en la España de hoy. Interpretado por las voces excelsas de Joaquín Notario, Juan Fernández, José Manuel Seda y Verónica Forqué (que se crece declamando junto al trío masculino). Y con Marcos León, un actor-músico excepcional cantando romances.
«HISTORIA DE UN CUADRO», de Alfonso Zurro, por Euroescena/S. Collado, una curiosa pieza inspirada en la pintura de El Greco que indaga, con observaciones agudas e ingeniosos diálogos, oscuras formas de intereses, manipulaciones, trasiegos, idas y venidas sobre un cuadro. Goza de un acertado montaje de Zurro y de inmejorables interpretaciones de Roberto Quintana, José Manuel Seda y Manuel Caro en sus muchos desdoblamientos de personajes.
«EL INTERPRETE», un show musical, mezcla de cabaret, concierto, teatro y travesura protagonizado, con incuestionable magia escénica, por Asier Etxeandía (que en un momento de actuación nos hizo recordar su magistral caracterización del personaje Quirón en el Festival de Mérida). El actor-cantante interpretando con genio eléctrico la historia del personaje que, como un sueño íntimo, viaja en él desde la infancia, encandila con facilidad durante dos horas y media a todos los espectadores que le pongan.
También fueron bien acogidas por el público: «TERAPIAS» de C. Durang, por Vaivén y La Pavana (País Vasco), una comedia «terapéutica» sobre el amor y el sexo con poca sustancia, pero muy divertida. Su riqueza del montaje, de Rafael Calatayud, se extrae de la espléndida veta interpretativa de 4 actores. Y «ALAIRE», espectáculo algo narcisista de danza -que cerró el Festival- de Rafael Amargo, con esa mezcla intuitiva de varias disciplinas del baile que se han ido convirtiendo en su personal sello creativo. Aquí destaca la danza urbana (con tres magníficos bailarines de break dance) fundida con el baile contemporáneo y el flamenco.
De los 4 espectáculos extremeños sólo destacó «EL SECUESTRO DE LA BANQUERA» de Darío Fo, producida por Suripanta Teatro, que da un giro de muchos grados a la mediocre inauguración del Festival. La obra satírica del Nobel italiano (que data de 1986, pero conserva su vigencia) sobre el poder del dinero, está dirigida por Esteve Ferrer, que acredita una vez más su competencia artística en un tipo de montaje brillante sobre los textos de Fo (tuvo ya su éxito con esta misma compañía en «Muerte accidental de un anarquista»). Aquí repite recreando con desenfado y humor negro las situaciones y los comportamientos de los personajes que se mueven grotescamente en la órbita artística de la caricatura a un ritmo trepidante y asombroso. Con todos los elementos artísticos componentes que funcionan a la perfección. A ello se une -al final de la función- esa poética del más puro estilo brechtiano para distanciar y dar relieve al trasfondo de crítica social de la actual situación económica, especialmente por las situaciones creadas por los bancos. En la interpretación, todos los actores construyen muy bien sus personajes inundándolos de un espíritu juguetón salpicado de sorpresas en el chisporreteo de la farsa y del absurdo. Marta Calvó hace un trabajo sensacional de la banquera y Pedro Rodríguez, Simón Ferrero y José A. Lucia están geniales como secuestradores desmañados. La escena de Marta Calvó y Simón Ferrero, donde este último termina encerrado en una nevera, es humorísticamente antológica. No menos cómicos están Jesús Martín (el cura), Eulalia Donoso (la madre de la banquera) y Miguel Pérez Polo (el joven). Son siete actores. Los siete magníficos.
José Manuel Villafaina